La multiplicidad y bizarría de los eventos suscitados alrededor de la situación venezolana es tal que bien se puede afirmar que la velocidad de su giro augura que la fuerza centrífuga que genera está cerca de exceder la fortaleza de los elementos que componen el cuadro y, por tanto, la desintegración ahora sí luce inminente sin que ello signifique poder predecir la forma, momento y consecuencias de tal fenómeno.
Para ilustrar lo anterior hagamos un resumido inventario de los alucinantes eventos sucedidos tan solo en los últimos días: a) ajusticiamiento extrajudicial de Oscar Pérez y su grupo, b) expulsión de embajadores de Brasil y Canadá, declaración como “no grato” del de España y llamado para consulta del nuestro en Madrid, retiro de embajador de Colombia, c) fuerte condena al gobierno por parte del Grupo de Lima, d) subida fuerte del precio del petróleo que no se puede aprovechar porque cae la producción, e) diversas declaraciones muy directas de los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Holanda, España, Argentina, etc., f) fracaso y muerte del diálogo que se escenificaba en República Dominicana, g) retiro de los cancilleres de México y Chile de dichas conversaciones porque ya se ve que no conducen a nada, g) Almagro cuadrado con la democracias y, por tanto, opuesto de frente a Miraflores, h) papeles de la deuda venezolana y de Pdvsa en default casi total, i) el Papa pidiendo moderación en términos que no dejan dudas de su percepción del caso, j) gobiernos de Argentina y Colombia ya en franco tren de crítica, k) Uruguay y la ya feneciente administración Bachelet viendo cómo hacen para distanciarse, l) el circuito financiero internacional cerrado, m) los “próceres” en la lista negra de Estados Unidos, Canadá y Unión Europea, n) el “presidente” del TSJ oficialista teniendo que salir apresuradamente de Europa para evitar que le pongan los “ganchos”, o) se convoca a elecciones presidenciales sin nuevo registro electoral violando la legalidad y sin ajuste equilibrado de reglas, ni observación internacional como “retaliación” para castigar a quienes piden cambio, p) estado de preguerra con las Antillas neerlandesas, q) éxodo incontrolable e indetenible de ciudadanos hacia el exilio, r) actitudes y hasta atentados xenófobos contra compatriotas que se encuentran en situación de carencia extrema en ciudades fronterizas, s) ratificación de condena en apelación al “pana” Lula, y… pare usted de contar para no aburrirse. Y todo esto para inaugurar 2018, que se nos promete como año de la consolidación de la paz y la economía.
Mientras tanto la “nomenklatura” trata de rescatar los tibios apoyos de Rusia y China como grandes logros de una alianza estratégica sin darse cuenta –o admitir– de que en Moscú y Pekín Caracas es apenas un peón en la estrategia global de potencias que disputan a Estados Unidos y Europa occidental la primacía económica mundial.
Para neutralizar los pasivos arriba mencionados –todos de recientísima aparición y otros que se nos puedan haber pasado por alto– la alicaída “revolución” cuenta con el apoyo de una Fuerza Armada cada vez con menor apresto operacional y decadente motivación, algunas barras de oro cuyo número y estatus jurídico es un misterio, unas cajas CLAP apenas fracción de los requerimientos que patentizan el recurso de la sumisión por hambre y carnet político, una industria petrolera languideciente, unos colectivos paramilitares apenas o ya nada controlables y la valiosa cooperación de una oposición vapuleada que no alcanza a tener la grandeza de colocar patria sobre partidos y egos.
La lógica indica que las tensiones que acumula esa realidad centrífuga, potenciada por una comunidad internacional que verdadera –aunque pragmáticamente se ha cuadrado con la causa de la democracia, no podrá ya resistir mucho. La historia de procesos similares (España, Chile, Paraguay, Nicaragua, El Salvador, etc.) parece aconsejar la conveniencia de ponerse un trapo en la nariz, tragar grueso, ofrecer algunas concesiones transicionales y mirar hacia el futuro. Hasta en esto existen visiones opuestas en el bando de la democracia entre quienes favorecen la transición flexible y menos dolorosa frente a los ya demasiados que se consumen en los fuegos del odio y la revancha cuya justificación podemos entender pero no compartir como proyecto de cambio posible y sostenible.