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Un país a la deriva

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La realidad es que al régimen el país se le fue de las manos. Se han agravado los males sociales, los desequilibrios macroeconómicos, los escándalos de corrupción y concupiscencia. Fracasó estrepitosamente el modelo hegemónico gubernamental y los que gobiernan no se dan por enterados.

El desboque hiperinflacionario; inclemente desbordamiento del déficit fiscal; indetenible salida de capitales; caída del PIB; escasez de circulante, de bienes, servicios y dólares; devaluaciones intermitentes y soterradas; búsqueda febril y estéril de endeudamiento interno y externo; la dolorosa diáspora que el régimen ha inducido y que separa familias y afectos son algunas de las inconvenientes consecuencias que el fracasado modelo le impone a Venezuela, y que demandan cambios en el equipo conductor del destino del país, el establecimiento de una nueva institucionalidad y la sustitución profunda del modelo de desarrollo para poder resolver la secularidad de esos males. Lo inaudito: el régimen no adopta ninguna medida para tratar de enfrentar el grave deterioro de la economía y para corregir los desbalances. No sabe qué hacer; no quiere hacer nada, la “camisa de fuerza” ideológica y política que ciñe le impide pensar y actuar.

El modelo de distribución de los proventos petroleros y del gasto público exacerba el consumo privado y, por carencia de la oferta interna, debe ser satisfecho por masivas importaciones de productos sin tener los dólares suficientes para ello, lo cual genera el crecimiento exponencial del dólar paralelo; el modelo de apropiación y control por parte del gobierno de la acumulación de capital que genera la economía; el modelo de hegemonía productiva gubernamental, basada fundamentalmente en expropiaciones y confiscaciones al capital privado; el modelo de hegemonía institucional y comunicacional del gobierno no han funcionado y, por el contrario, han profundizado los desequilibrios.

La única respuesta que el gobierno ha dado a tan grandes males es la de desatar una verborrea incontenible y vacía, contraer mayor endeudamiento externo, decretar aumentos salariales que la hiperinflación convierte en agua y humo, dejar de cancelar deudas y generar, desde el BCV, distintas modalidades de impresión de dinero inorgánico. El resultado de la utopía gubernamental aderezada por la indescriptible incompetencia del funcionariado no ha sido posible que fuere peor. Se han dilapidado enormes recursos que, en lugar de haber sido usados para la modernización del país en todos los órdenes, han sido utilizados para mantener un electorado cautivo a través de las dádivas y facilitar el escandaloso, descarado y públicamente notorio enriquecimiento de los favoritos del régimen.

Las cifras actuales evidencian el profundo desequilibrio y deterioro que acusan las variables económicas principales del país: hiperinflación, escasez de bienes y servicios, indetenible proceso de devaluación. Asimismo, crecimiento de la deuda pública. Caída de las reservas operativas. La proyección del comportamiento de dichas variables para los meses venideros, sin que se conozcan aún los planes del gobierno para atender estos desequilibrios, presagia un mayor deterioro y exacerbación de la conflictividad social.

Este estruendoso fracaso de un régimen que se montó en el poder cabalgando sobre la esperanza, las expectativas y los sueños de muchos venezolanos, hoy por hoy, constituye una dolorosa burla a la soberanía popular. Ahora el pueblo paulatinamente ha venido restándole su apoyo y confianza a un gobierno mediocre e irresoluto que inexorablemente se extingue con más pena que gloria.

Causa profundo estupor, dolor ciudadano y preocupación que la suerte de la República esté en las ineptas manos de estos advenedizos y que el futuro de todos nosotros sea tan oscuro e impredecible por la incapacidad de quienes la desgobiernan. Maduro, así, así, no se gobierna. El padre Ugalde tiene razón, usted y la caterva de facinerosos que le acompañan deben renunciar e irse del gobierno. Son demasiados los males que le han causado al país y su gente.

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