El 23 de enero de 2019 surgió una luz al final del túnel y esta vez no era una gandola a contravía en medio de una noche oscura. Era una ráfaga de esperanzas que nos iluminó cuando menos lo esperábamos. Soy guerrillero del optimismo y de esta, no me quedan dudas de que ahora sí saldremos.
Desespera la angustia que produce la incertidumbre. Llegó el día y la hora de no querer seguir aguantando mentiras, humillaciones, insultos e irrespetos por parte de un régimen que jamás asumió ni asumirá su responsabilidad por la destrucción de un país.
Siempre he pensado que somos niños inocentes que viajamos en un autobús sin frenos por la bajada de Tazón, conducido por un chofer maluco, sordo y ciego quien, por mala suerte, no es mudo.
Cuando digo que somos niños inocentes es porque hasta ahora así nos hemos comportado los demócratas, quienes solo sabemos escribir y hablar. Como si esto fuera poco, muchos como yo, somos culillúos y pacifistas que nunca aprendimos a manejar armas ni a zumbar coñazos.
Venezuela, repito, es un autobús sin frenos y algunos pasajeros, por comodidad, irresponsabilidad y por miedo al chofer, se alían vergonzosamente a él y a sus retrógradas ideas, aun sabiendo que en el desastre final ellos también desaparecerán.
Ya no somos los niños de ayer. La emergencia nos ha hecho crecer. Nos enseñó a estar unidos, a no pelear entre nosotros por la merienda o por juguetes que no queríamos compartir.
Tenemos el deber de seguir viviendo para proteger y hacer felices a nuestros hijos cuando les toque abordar el mismo autobús. Si ahora no logramos frenarlo, terminaremos en el cementerio en una inmensa tumba con una lápida roja que dirá: aquí sí cabemos todos.
Llegó el momento de obligar al chofer, sin permiso para conducir, a detenerse en una parada donde los venezolanos con banderas de todos los colores podamos ser felices, aunque tengamos que cambiar el motor e inflar los desgastados cauchos.
¡Por fin va a terminar este loco y peligroso viaje hacia el abismo! Era el sueño de todos, pero nadie sabía cómo hacerlo realidad. Había líderes, buenas intenciones e ideas pero ninguna cuajaba. Sin embargo… ¡la vida nos da sorpresas!
¿Se han dado cuenta de que un niño quien subió al autobús cuando solo tenía 15 años y quien lleva el apellido de la canción de los enanitos de Blancanieves, es hoy el encargado de meter en cintura al chofer y obligarlo a frenar al borde del precipicio?
¡Qué vaina tan buena!