“Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo”(…) (Julio Cortázar)
Preocupa saber que los niños ingleses de las nuevas generaciones no van a saber cómo decir la hora analógica puesto que los relojes, en su mayoría, indicarán solo la hora digital. Dicho de otro modo, la capacidad de interpretar los minutos en las manecillas de un reloj clásico se pierde, se está perdiendo o se va a perder. Alguno dirá “pero, ¡qué tontería!”, ¡a ver si vamos a tener que estar anclados al pasado! La noticia era publicada en un diario nacional el pasado mes de junio: “¿Muere el tiempo analógico?”, Rafael Ramos. La Vanguardia, 14.06.19. El caso es que el mundo mira a tres países principalmente (Estados Unidos, Finlandia y Reino Unido) y lo que ocurre en ellos nos afecta al resto tarde o temprano.
El asunto no se limitará a decir la hora mirando el reloj de agujas. A partir de ahora, los niños van a desconocer una serie de cosas útiles. Ya sé, ya sé. Hoy casi nadie lleva un reloj clásico en la muñeca. Todos usan relojes digitales o se limitan a sacar el teléfono del bolsillo y mirar la hora en la pantalla. Este tema es cosa seria. Al despreciar el reloj tradicional estamos cerrando la puerta a habilidades de carácter espacial y numérico. Saber decir la hora en un reloj de agujas implica cierta comprensión de la medida de minutos y segundos en un espacio físico, visible y circular en el que dividimos los sesenta segundos del minuto, los sesenta minutos de la hora, las doce horas de la mitad de un día y las veinticuatro horas del día completo incluyendo la noche. Diciendo la hora al modo inglés tradicional, los seres humanos sometidos al tiempo aprenden a leer la mitad positiva de los minutos pasados de la hora (twenty past one –veinte minutos pasados de la una) diferenciando esta mitad de la otra mitad negativa de los minutos que faltan para cumplir la hora (twenty to two– veinte minutos para las dos). Y esto pasa en el país europeo obsesionado con el tiempo y la puntualidad.
El corresponsal del diario La Vanguardia, Rafael Ramos, escribe desde Londres analizando las consecuencias de la noticia. El hecho de que los niños ingleses dejen de decir la hora analógica es alarmante. Entre otras cosas, algunos niños presentan dificultades para escribir a mano o coger un bolígrafo. Otros niños no han hecho recortables de papel en la escuela y desconocen determinadas habilidades manuales. El caso es que el reloj analógico desaparece para que un tirano ocupe su lugar. Ese tirano se llama teléfono móvil, celular, o si lo prefiere, smartphone. Este reyezuelo nos esclaviza sin que nos demos cuenta (o peor aún, a sabiendas de que estamos siendo sometidos). El smartphone nos espía, nos graba y de vez en cuando se enciende accidentalmente. El celular nos obliga a que le demos de beber electricidad una o dos veces al día para no perder su luz. El teléfono móvil es como un niñito mimado al que no dejamos de cuidar a cambio de que nos dé la hora, información inmediata, música y diccionario, calculadora, juegos y cámara de fotos. Este juguetito electrónico nos ofrece mapas, prensa y correo, alarmas, radio y calendario así como una lista casi infinita de aplicaciones que nos ayudan a vivir o quizás a desvivir nuestra vida.
Digo yo que en unos años los habitantes de la ciudad del Támesis dejarán de volver la cabeza hacia lo alto, no mirarán más al Big Ben para saber qué hora es, ya que no les servirá de nada hacer ese gesto al haber renunciado definitivamente al viejo sistema analógico. En lo alto de la torre verán unas manecillas idiotas dando vueltas… y según escribo estas líneas soy consciente de que no puedo poner “dando vueltas en el sentido de las agujas del reloj” puesto que el vocabulario de ese moderno ciudadano no registraría este significado.