COLUMNISTA

Los estudiantes de la Universidad de Carabobo

por Ignacio Ávalos Ignacio Ávalos

I

Los días anteriores a la fecha fijada para las votaciones, no presagiaban un proceso electoral tranquilo. Discursos agresivos y numerosos actos de violencia –armas largas y bombas lacrimógenas mediante–, instigados por el oficialismo, se sumaron a la intervención directa del propio gobernador del Estado, como si la autonomía universitaria fuera un adornito de Navidad, con el propósito de entorpecer de distintas maneras la realización normal del evento comicial, al buscar favorecer abiertamente, sin reparar en los medios empleados, a una de las opciones en juego.

El día de las votaciones encapuchados armados intentaron sabotear el acto electoral, al irrumpir en distintas facultades con el propósito de llevarse las cajas que contenían las papeletas, agredir a varios grupos de estudiantes y amenazar a los testigos de mesa. Adicionalmente, partidarios de una de las planchas, nombraron una comisión electoral paralela –de nuevo con visible apoyo gubernamental–, para que arbitrara el evento.

Las elecciones estudiantiles de la Universidad de Carabobo –que no se celebraban desde hace 10 años– discurrieron, así pues, en una atmósfera hostil, de espaldas a las normas establecidas para garantizar el voto como expresión libre de cada estudiante y para asegurar la participación igualitaria de las distintas alternativas que se presentaron. Aun así, los votantes consiguieron designar, con una masiva concurrencia en las urnas, a sus representantes en la Federación de Centros Universitarios, Centros de Estudiantes, Consejos de Facultad y Consejos de Escuela.

En suma, como lo señalaba el Observatorio Electoral Venezolano en su último comunicado, fueron estos unos comicios irregulares, marcados por el atropello oficialista. Los venezolanos tienen derecho a preguntarse, entonces, si serán respetados los resultados obtenidos, claramente contrarios, no obstante lo ocurrido, a las aspiraciones oficialistas.

II

El gobierno muestra, cada vez con menos disimulo, su talante autoritario puesto de manifiesto en muchos escenarios. La democracia protagónica no existe ni como cuento, de acuerdo con las denuncias de algunos chavistas al referir cómo se manejan las cosas dentro del PSUV o en la Asamblea Nacional Constituyente. Y las elecciones, cuando las hay, son amañadas, se trate de nombrar el presidente de la República o a los directivos de sindicatos o de federaciones deportivas, también de consejos comunales.

Las universidades no son ajenas a la estrategia gubernamental de ocupar y controlar todos los escenarios en los que discurre la vida venezolana. Lo ocurrido en la Universidad de Carabobo es el último de muchos otros casos.

La subordinación de la universidades al gobierno y la subsecuente eliminación de la autonomía parecieran ser la idea central, casi obsesiva, de la política oficial y no, por ejemplo, la situación que hoy confrontan, cuyo diagnóstico revela una desmejora dramática en todos sus aspectos. Ni tampoco la agenda del cambio universitario de cara al siglo XXI, la cual se nutre de las nuevas condiciones que marcan esta época, y cuya nuez radica en la importancia creciente de la generación, distribución y utilización del conocimiento tecnocientífico en todos sus formatos. Una agenda, en fin, concebida para encarar los asuntos vinculados a la emergencia de la llamada sociedad del conocimiento (y de la sociedad del riesgo, su otra cara), razón fundamental para repensar la misión de la universidad, su estructura organizativa y esquemas de funcionamiento, conforme a los códigos que gobiernan estos tiempos.

III

Imposible no destacar la importancia que lo ocurrido en la Universidad de Carabobo tiene en medio de la presente crisis política nacional. Imposible, por tanto, no subrayar la unidad que construyeron los distintos grupos y partidos para convertirse en una alternativa exitosa frente al oficialismo y, por otro lado, imposible además no señalar su apuesta democrática por el voto, ambas cosas en un escenario dibujado por condiciones cuya adversidad resulta difícil de exagerar.

¿No sería bueno, piensa uno por no dejar, que el liderazgo nacional opositor mirara de cerca estas elecciones estudiantiles? ¿No habrá allí, guardando las distancias, claro, algunas señales que lo obliguen a analizar la manera en que encaran la situación del país? ¿No encontrarán en ellas razones para redimensionar las diferencias que alegan para no estar estratégicamente juntos? ¿No les hará evidente que el camino que se viene transitando tiene rostro de equivocación?