COLUMNISTA

Liderar desde la humildad

por Gustavo Roosen Gustavo Roosen

Los analistas políticos tratan de identificar las características del nuevo liderazgo que ha surgido en la política nacional y de buscar explicaciones a su aparición. Quienes han venido trabajando con los equipos que se han conformado para lograr una mejor definición y concreción de los planes para el manejo de la transición, han podido constatar, con satisfacción, al menos dos rasgos fundamentales de ese nuevo liderazgo: la humildad de sus principales exponentes y la claridad respecto de su misión y de los fines. La opinión pública comparte esta misma visión en torno al carácter de la nueva dirigencia.

La primera muestra de humildad, y simultáneamente de sabiduría o realismo político de estos jóvenes, es el reconocimiento de la necesidad de ayuda y la disposición de buscarla entre los que pueden aportar conocimiento, experiencia, manejo de los problemas y de las situaciones. Lejos de pretender el privilegio de la última palabra, parten de la conciencia de que hay otros que dominan mejor cada área y cada tema.

No tienen la audacia de quienes se sienten consagrados por una mítica misión revolucionaria y ungidos por el poder. Son conscientes de que la autoridad se logra con el conocimiento, con el hacer, con el saber hacer, y respetan esa autoridad. Pertenecen a ese tipo de personas que puede y necesita trabajar con gente valiosa, por oposición a quien necesita de gente cómplice o sumisa. Saben muy bien que si se trabaja con lo mejor de los demás se incrementa la propia dimensión, pero sobre todo se asegura el cumplimiento de la misión colectiva. No quieren fracasar, por eso conforman equipos de trabajo, buscan apoyo y asesoría. Y lo hacen desde una posición de sinceridad. Apelar a los demás no puede ser un simple gesto retórico. Debe ser, al contrario, y así se expresa en sus palabras y actitudes, una reconfirmación del propio compromiso.

Lo que está ocurriendo –la actitud de buscar apoyo, de rodearse de los mejores, de los capaces– es buen síntoma, un indicativo de la calidad de las personas y de su decisión de conseguir los resultados por los que clama el país. Implica la comprensión de que en el liderazgo político, igual que en la gerencia, importa el respeto por el saber y el reconocimiento del talento como pieza fundamental para impulsar los objetivos y metas nacionales.

Es también una buena señal de la conciencia del momento histórico que vivimos y de la importancia de la tarea colectiva a cumplir. Dice a las claras que se ha entendido el poder como un medio para lograr los altos fines de la nación y de ninguna manera como instrumento para dominar y medrar. La misión y la visión de quien gobierna están claramente delineadas en la Constitución. Actuar en función de ellas contrasta con la manera perversa de repartirse el poder y con las maneras más perversas todavía para sostenerse en él y para usarlo con fines partidistas o personales.

Estamos frente a un nuevo liderazgo del que se espera claridad en las decisiones, pero también tanto capacidad para compartirlas como disposición para consultar y para escuchar todas las voces, sobre todo las de quienes más saben, voces honestas y no complacientes. Entre verdades y elogios, el verdadero líder opta por las verdades, material con el que se construye, se corrige, se alimentan los mejores propósitos. El buen líder sabe que su optimismo no es suficiente. Indispensable, pero no suficiente. Su misión es alentar el optimismo de todos, pero muy especialmente la participación. Allí reside su fortaleza. Reconocerlo es aceptar su propia dimensión. Dirigir y escuchar revelan en él simultáneamente visión de grandeza y de humildad.

La actitud del nuevo liderazgo no deja duda sobre su convicción de que no puede fracasar, no puede echar a perder el esfuerzo y el entusiasmo de una nación. No se puede poner en riesgo la misión por la arrogancia de sentirse ungido. El mundo mira ahora a Venezuela por su capacidad de resistencia, pero en la voluntad de todos está que pueda ser admirada por su capacidad para levantarse, para construir, para activar el optimismo y el talento de su gente.

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