No le fue fácil a la nueva ideología política, la Democracia Cristiana, hija de la modernidad, abrirse paso con éxito en tanto una referencia obligada de nuestra época, dado su indiscutible aporte a la unidad europea, su lucha contra el comunismo y toda suerte de ideologías extremas, de la extrema izquierda a la extrema derecha, como su reconocida contribución a la democracia en Latinoamérica. Resumamos su historia y señalemos su importancia: los antecedentes de la DC se encuentran en un conjunto de pensadores, algunos de ellos con actuación política, que asombrosamente se adelantaron a la DC tal como la conocemos hoy. Ellos son, y justo es citarlos, Lamennais, Montalembert, Lacordaire, Ozanam y Buchez, que entre los años 1830 y 1850 sostenían la defensa de las libertades recientemente conquistadas gracias a los revolucionarios franceses, con particular énfasis en el sufragio universal, pero también las libertades de religión, de asociación, de prensa, la separación de la iglesia y el estado, así como el pluralismo social, ideológico y político, y la descentralización en beneficio de las autoridades locales y regionales.
Gregorio XVI condenó en su encíclica Mirari vos el año 1832 a los partidarios del liberalismo político, y con ello dificultó en grande el despliegue de la nueva ideología. El golpe definitivo contra la naciente DC lo constituyó el documento pontificio de Pío IX conocido como el Syllabus, el año 1864, en el que se condenó, entre otros, como “errores”, la democracia, el liberalismo, el socialismo y el sindicalismo, no obstante lo cual la preocupación de reformadores católicos por la cuestión social nunca se abandonó , tal como lo revela la escuela de Lieja de Ketteler.
El cambio de rumbo que significó la encíclica Rerum novarum de León XIII, publicada el año 1891, su tradujo en el nacimiento de la doctrina social de la Iglesia, que no dejaría de crecer en visión y valoración positiva de la responsabilidad de los católicos de enfrentar positivamente en acciones y decisiones, la cuestión social. Un hito significativo para el nacimiento de los nuevos partidos, que pasarán a denominarse sea social cristianos, sea demócrata cristianos a partir de la posguerra, lo será el Partido Popular en Italia, fundado por Luigi Sturzo el año 1919, auténtica génesis de la DC italiana, pues logró gracias a sus denodados esfuerzos que el papa Benedicto XV suspendiera la prohibición para los católicos italianos de entrar en política. Un hombre sin duda avanzado para la época , Sturzo promovió la aconfesionalidad de su movimiento político, y fue un firme partidario del voto femenino y de la descentralización política.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los duros años de la reconstrucción de Europa, donde hay que considerar de manera especial el profundo daño moral sufrido por sus pueblos, encontró a la joven ideología, la DC, lista para asumir el compromiso de la defensa de la democracia, ahora, como lo fue antes por el fascismo, atenazada por los intentos de la Rusia soviética de ampliar su imperio lo más posible al resto de los países europeos, pues ya había comenzado con éxito su apoderamiento de los países de Europa oriental y central. Los nuevos partidos, inscritos en los principios de la democracia cristiana, pasaron a convertirse, repito, en los grandes defensores de la democracia, cierto que con respeto y en conjunción con otras fuerzas política, dentro de su principio cardinal del pluralismo político e ideológico.
El gran aporte principista de los partidos DC será el valor de la dignidad humana, recogido de manera magistral en el artículo 1 (1) de la Ley Fundamental para la República Federal de Alemania, aprobada el año 1949, que reza: “La dignidad humana es intangible. Respetarla y protegerla es obligación de todo poder público”. Consecuencia directa de este principio, la democracia se atará indefectiblemente a partir de ahora al Estado de derecho, y su consecuencia en la defensa y protección de los derechos de la persona humana, como valor supremo al que deben subordinarse y ponerse a su servicio, las acciones del poder estatal.
Mientras, en Latinoamérica, por esos mismos años comienzan su andadura los jóvenes partidos DC, cuya contribución al desarrollo de la democracia, ardua tarea en nuestras latitudes, permanentemente jaqueadas por dictaduras de toda índole, es unánimemente reconocida, al unísono de contar entre sus fundadores líderes recios y de indiscutible talante moral, que supieron interpretar tanto los nuevos tiempos como los nuevos valores, hoy lamentablemente desfigurados por el oprobioso resurgir de los autoritarismos, tercos enemigos de la democracia y el Estado de Derecho.