COLUMNISTA

El Juicio Final

por Ovidio Pérez Morales Ovidio Pérez Morales

En la dolorosa y crítica situación nacional se exhibe desde el poder la pura fuerza como la que puede decidir la suerte del país y se olvida que la responsabilidad de los actos de una persona no es solo ante sí y el prójimo, sino también y definitivamente ante Dios, juez supremo.

El creyente en Dios ha de tomar muy en serio lo temporal, lo mundano, como algo recibido para posibilitar su existencia y desarrollo, y como el ámbito en y desde el cual ha de cultivar su reconocimiento, alabanza y obediencia (religatio) a Dios.

Ahora bien, cuando se habla de obediencia a Dios es preciso tener presente que los lineamientos morales fundamentales se refieren en su mayor parte al relacionamiento con el prójimo. Es lo que básicamente aparece en el Decálogo que recibió Moisés en el Sinaí, según lo transmitido en la tradición judeo-cristiana.

En el evangelio que los cristianos afirmamos como Revelación definitiva aparece un eje o núcleo central alrededor del cual se articula todo el conjunto moral y religioso y es el mandamiento del amor, que Jesús llama “nuevo” e identifica como suyo. En este sentido, lo que forma el tejido ético constituye algo patentemente positivo y relacional, pues amor entraña comunicación, diálogo, compartir, solidaridad, servicio, unidad, comunión. Lo cual significa que el quehacer humano ha de reflejar el ser y la intimidad mismos del Dios creador y salvador, que “es amor” (1 J n 4, 8).

El Juicio Final –los creyentes lo afirman y sitúan como término del peregrinar histórico e inicio de una duración radicalmente trascendente con característica de eternidad– tendrá, por tanto, como criterio de discernimiento el amor. Es lo que Jesús mismo explicitó al hablar de las postrimerías (ver evangelio según Mateo, 25 31-46): tuve hambre o sed, anduve como forastero o sin ropa, me encontré enfermo o preso, y me diste o no de comer o beber, me atendiste o no, me visitaste o no. En el texto aparece, pues, un listado de modos de relacionamiento con el prójimo necesitado. A quienes están habituados a una visión individual-verticalista y ritualista de lo moral y religioso, un tipo así de Juicio Final les resulta extraño y disonante. Y más todavía cuando ese criterio de juicio se traduce en categorías políticas de modo que las llamadas “obras de misericordia” se convierten en políticas tales como alimentarias, sanitarias, habitacionales y carcelarias.

En el citado pasaje bíblico aparece de manera clara el carácter fundamentalmente positivo, proactivo, de la moral. No basta evitar lo malo (falta de compasión, de misericordia o solidaridad). Lo que cuenta primariamente es la acción constructiva de encuentro y compartir, de comprensión y fraternidad. Por ello, sin bien hemos de examinarnos sobre los pecados “de comisión”, debemos poner el acento en los pecados “de omisión”. Hay quienes dicen que “el mundo anda como anda, no por lo que los malos hacen, sino por lo que los buenos dejan de hacer”.

Obviamente no toda la moral y, consiguientemente, la materia del Juicio Final se reducen a las obras de insolidaridad; se dan también, en efecto, imperativos o prohibiciones de otro tipo a los cuales hay que atender (el Sermón de la Montaña –ver Mt 5-7– por ejemplo, manda ser humildes, austeros y discretos, así como evitar la venganza y el adulterio). El Señor privilegia, sin embargo, la proactividad bondadosa.

El criterio del Juicio Final cobra particular importancia y actualidad en el hoy venezolano, de grave crisis humanitaria, en que tantos hermanos padecen y mueren por falta de comida o medicinas, sufren encarcelamientos y persecuciones por disentir del pensamiento oficial y el ambiente ciudadano es de inseguridad y amedrentamiento. De allí que urge una acción envolvente y decidida en línea realmente humana, creyente, cristiana, para lograr el cambio nacional hacia una convivencia solidaria, justa, libre, fraterna. Para pasar de un sistema opresivo, violador de los derechos humanos, a una Venezuela de aire fresco y horizonte abierto.