Señor Cosa:
Extraña forma de comenzar una carta para alguien, pero usted no es alguien. Usted es una cosa dañina aunque no quiera aceptarlo.
Últimamente me ha tocado escribirle a individuos que después de pasar años haciéndole daño a un país, obligándolo a vivir tiempos nefastos de destrucción, ruina, tristeza y muerte, de buenas a primeras se dan cuenta de que aquel horror que crearon y del que fueron cómplices fue algo malo.
En ese momento es cuando a los venezolanos nos comienza a hervir la sangre y atónitos no sabemos cómo reaccionar ante el cinismo de cosas como usted. Es un descaro, por ejemplo, que sea precisamente Julián Isaías Rodríguez quien le advierta a ese señor grandote que está en Miraflores que está rodeado por “víboras de cabezas triangulares”, o sea, sitiado por sus congéneres porque usted, permítame informarle, hoy, ayer y siempre, es, ha sido y será eso.
La verdad, Cosa y permíteme que te tutee porque el usted se gana, no es que no tengas de qué arrepentirte, es que no tienes derecho a hacerlo porque quien se arrepiente aspira al perdón y la magnitud del daño que has hecho a este país es tan grave que jamás podrás ser disculpado.
Te queda grande hablar de apóstoles, de milagros y de tener la frente en alto. ¡No, señor Cosa! Mira bien lo que está grabado sobre tu persona cuando eras un activo murciélago de alas peladas, un verdugo cuya ironía demencial no será superada por ningún funcionario de este gobierno. Tú te burlaste del pueblo de Venezuela dando respuestas absurdas e insólitas, ante los abusos y desmanes de todas las culebras de cabezas triangulares que junto a ti lograron arruinar a un país inarruinable como el nuestro.
Tú, con tu maldad, con tu carota fea, extraña y a veces inexpresiva, fuiste mano derecha e izquierda de los desmanes que durante estos veinte tristes años han hundido en la ignominia a los venezolanos. No nos vengas ahora, desde Italia y con tintes de dignidad, a decir que renuncias a ser cómplice de tanto dolor y destrucción. ¡No seas inmoral!
Señor Cosa, dices ser poeta. ¡Qué bolas!… ¡Poeta! En todo caso deberías saber escribir bien para explicar con sinceridad por qué de pronto ya no eres el murciélago maléfico de alas peladas, sino un hombre que no tiene ni un centavo y que tiene que vivir, dicho por ti mismo, de la venta de las joyas que el ex esposo de tu esposa le regaló a ella. Pero, ¡qué bolas otra vez! Nadie normal, en su sano juicio, diría eso. ¿No será más bien que renuncias, entre otras razones, porque los gringos bloquearon tu cuenta en el norte?
En tu carta dices también que te vas a dedicar a tus nietos. Lamentablemente esto amerita otro ¡qué bolas! Escóndete de ellos, quienes por supuesto son inocentes y no tienen la culpa. Ojalá y esos niños jamás se enteren de los horrores que su abuelo hizo junto a las víboras comunistas de cabezas triangulares, lanzando al abismo al país más rico de América. Y hablando de abuelos, sabes que en cada pierna cansada de los abuelitos que hacen colas de hasta 24 horas para cobrar una miserable pensión que literalmente no alcanza ni para un café, estás tú, haciéndoles la vejez más pesada, mientras, en Italia, te regocijas vendiendo carros y joyas que no te pertenecen.
Mejor te hubieras quedado callado porque ahora sí es verdad que nadie te quiere, ni las culebras ni nosotros. Eres malo, un remalo, un requeté hombre malo que ahora tendrá que esconderse de todo el mundo, sobre todo de los venezolanos decentes a quienes nunca podrás mirar a la cara.
Eres responsable de la lamentable diáspora de venezolanos que inundan el mundo. Eres culpable de horrorosas maldades, del llanto de muchas madres, esposas e hijas. Eres responsable de encerrar durante años a un cuantioso número de inocentes en espantosas mazmorras comunistas. Algunos, desde allí, aún siguen recordándote día a día. Mira tus videos, sufre contigo mismo. No podrás renunciar a tus dosis de insomnio, ni de estrés, ni de aflicción, esas las tienes ganadas de por vida y te perseguirán para siempre porque el remordimiento no deja descansar a la conciencia. Arrepiéntete en soledad. Y sí, como escribiste en tu desquiciada carta, quizás naciste para martillo, pero con los clavos que te cayeron no del cielo sino del gobierno crucificaste a los venezolanos.
Notarás que escribo esta carta arrecho, como decimos aquí. Pero es que no hay otra forma de reaccionar ante una cosa tan mala y dañina.
Nada más por hoy, señor Cosa. Ojalá y te vea por allí y si no, ten por seguro que en alguna parte del mundo lo hará un compatriota que por tu culpa deambula como un paria llorando por este país tan bello llamado Venezuela que tú, peazo’e cosa, ayudaste a destruir.
A partir de ahora vaticino que te va a pasar algo horrible, el peor de los castigos que le pueden dar a un ser humano: te darás cuenta de que nadie te quiere y te enterarás de la arrechera del ex esposo de tu esposa, quien con tanto cariño le regaló a ella esas joyas que ahora tú, con concha’e murciélago de alas peladas, sales a vender. Es que de verdad, señor Cosa, eres una joyita que ni siquiera los usureros querrán comprar. Desaparécete, escóndete, llama al cirujano de Pablo Escobar para que te cambie tu descarada cara, pero recuerda que no hay cirujano plástico para cambiar el alma de los hombres malos.
Por última vez: ¡qué bolas, Julián Isaías Rodríguez!