COLUMNISTA

Guaidó cruzó el Rubicón

por Mitzy Capriles de Ledezma Mitzy Capriles de Ledezma

A Maduro se le vencieron los tiempos. Hace rato ya. Eso es más que evidente. Las cifras que miden la desnutrición, las estadísticas que resumen el número de víctimas de la inseguridad o de las bajas humanas por la carencia de medicinas, tienen rostros humanos. Son las caras de los miles de niños sentenciados a padecer un futuro aciago. Son las arrugas de los ancianos maltratados por un régimen que no tiene sensibilidad, que no sea las imposturas de quienes hablan en nombre del pueblo y de sus desvelos por los sufrimientos de la gente, al que, en realidad, terminan hundiendo en la más escalofriante miseria.

A Maduro se le pasó la hora que tenía para arrepentirse de ser indolente. Más bien, lo que hace es prorrogar su altanería, con esa mezcla de soberbia y cobardía, porque jamás ha sido valiente. Es el culpable de profundizar “el caos ordenado”, que según Saramago es “un orden por descifrar”. Sin duda, es un tormentoso caos la falta de comida, medicinas, agua, luz, gas, servicios de transporte y de seguridad personal.

Es “el legado” del líder galáctico, ese populista que se montó en la ola de la antipolítica, hizo de las mentiras su catecismo, se dio a si mismo el enemigo externo para justificar sus desmanes con base en ese falso nacionalismo que fue su carta de presentación, estableció una perversa hegemonía comunicacional y financiera, controló a su antojo los poderes públicos, al extremo de instalar cadalsos en los tribunales de justicia para liquidar a los disidentes, repartió y creó las condiciones para justificar como algo natural, regalar y robar las riquezas del Estado, mientras la ciudadanía pasa hambre y mueren personas por no conseguir una simple medicina.

En medio de este panorama se ve, otra vez, al pueblo venezolano decidido a conseguir su libertad, en el entendido de que no es una opción, es una necesidad. Un pueblo que se ve a sí mismo y comprende que tiene que asumir una responsabilidad, tal como lo viene haciendo a lo largo de estos 20 años, sin supeditar sus sueños a falsos mesías, porque pobre de aquellos pueblos que dependen de héroes.

Hoy Venezuela tiene un líder joven, con ideas acopladas, con sindéresis y con capacidad de asumir riesgos. Ese arsenal de cualidades es vital para salir adelante. Juan Guaidó cruzó el Rubicón el pasado 23 de enero, cuando asumió plenamente los derechos consagrados en el artículo 233 de la Constitución Nacional. Él corea junto a las mayorías »que los sufrimientos forman parte de la gloria de los pueblos». Y la gloria coronará esta continuada lucha con una esplendorosa victoria. En medio de grandes adversidades, los venezolanos vamos camino a salirnos de esa «granja orwelliana» en la que los manipuladores del G-2 cubano pretenden atraparnos. Guaidó, hábilmente, les ha colocado a su vez »una pica en Flandes», cerrándoles el chorro petrolero.

La determinación de los venezolanos es clara, evidente y se pone de manifiesto en la cotidianidad, movilizándonos, derrumbando obstáculos, sean del tamaño que sean, demostrando que nuestra fe es mucho más poderosa que los miedos que busca inocularnos la dictadura, que nuestra esperanza es superior a la resignación o al pesimismo, y que Venezuela es muchísimo más grande que las adversidades que representa esta cruel dictadura madurista. Mientras tanto, por fin, entra la ayuda humanitaria, que comparada con la gigantesca catástrofe viene siendo «una gota en un océano». Ante la intolerancia de las mafias, la intervención humanitaria también llegará, más temprano que tarde, no quedará de otra.