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La fragilidad de la revolución

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Ya no nos sorprende que continúen los cortes del suministro de energía eléctrica, pero, con motivo del que se produjo el lunes pasado, sí es interesante la insólita explicación dada por el ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez. El mencionado funcionario atribuyó el colapso del servicio eléctrico, que afectó a 18 de los estados del país, a “un ataque electromagnético”. Antes habían sido las iguanas, probablemente entrenadas por la oligarquía; luego fue un francotirador, de esos que portan fusiles Kaláshnikov, que, desde varios kilómetros de distancia, le disparó a un transformador; más tarde fue un ataque cibernético, dirigido nada menos que desde la Casa Blanca, probablemente con la pericia que caracteriza a Donald Trump. En todos estos casos han fallado las comunicaciones, y no ha habido un solo pajarito (o siquiera una vaca) que pudiera advertirle a nuestro líder supremo del peligro que se avecinaba.

El problema es que las vicisitudes que están experimentando los venezolanos no son sólo las relativas a las frecuentes interrupciones del servicio eléctrico. Es posible que, en efecto, los huecos en las calles y autopistas también hayan sido causados por un ataque electromagnético; pero cuesta creer que esa explicación sea igualmente válida para los cortes en el suministro de agua potable, las frecuentes fallas en las telecomunicaciones, la caída de la producción de petróleo, o el desabastecimiento de alimentos, para no mencionar la inflación mil millonaria, o la ausencia de dinero en efectivo.

Pero esos no son los únicos problemas que está enfrentando la revolución, agobiada por el lapidario informe de la señora Bachelet, y por la deserción del jefe del contraespionaje. Debe ser motivo de preocupación la existencia de altos funcionarios del régimen que mantienen diálogo con la CIA, sin que se sepa si todavía hay alguien en quién se puede confiar. Además, la huida de los presos políticos más emblemáticos, como Leopoldo López o Iván Simonovis (por mencionar sólo a dos), pone en entredicho tanto la vigilancia ejercida sobre ellos como la seguridad de nuestras fronteras, indiferentes al paso de tirios y troyanos.

Mientras tanto, el corte del suministro eléctrico del lunes pasado ha sido descrito por un alto dirigente del PSUV como “un ataque preconcebido”. Si ese apagón fue “preconcebido”, también se podría haber prevenido; pero, una y otra vez, los venezolanos deben tolerar condiciones de vida inaceptables, recibiendo como respuesta las explicaciones más extravagantes que alguien pueda imaginar. A menos que se trate de un problema genético, lo más probable es que, de alguna manera, se ha atacado a los cerebros de los mentores de la revolución (vía microondas, por telepatía, o a través de un virus que se transmite a los portadores de una mini Constitución), y estos han colapsado. No hoy otra explicación plausible para tanta estupidez; pero tampoco hay nada que se pueda esperar de esas mentes desequilibradas. Desde luego, no serán ellos los que resuelvan el problema eléctrico ni ningún otro.

Es difícil predecir qué es lo que causará el próximo apagón eléctrico o la interrupción de Internet justo cuando se espera que hable Juan Guaidó; pero lo cierto es que el gobierno de Venezuela y su revolución están demostrando ser demasiado frágiles ante los ataques más fantásticos que alguna vez pudiéramos haber imaginado. No ha habido forma de que resuelvan ninguno de los grandes problemas nacionales; pero es increíble lo de explicaciones novedosas que han inventado. Por el camino que vamos, no importa que la inflación se le atribuya a una nueva forma de calcularla por parte de un matemático loco, o que la felicidad se mida en función de nuestra inseguridad, nuestras angustias y preocupaciones. Es como si, junto con Alicia, hubiéramos encontrado la puerta para entrar en el país de las maravillas.

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