La estrella de David ha sido usada desde tiempos inmemoriales por el judaísmo como símbolo de protección, pero no siempre fue así, en el siglo XX la estrella de David se convirtió en una de las marcas que utilizó el nazismo para estigmatizar a la comunidad judía. Lo que comenzó como una forma de identificar los comercios judíos durante el boicot nazi de 1933, pasó a ser un instrumento de segregación en medio de una sociedad en la que el antisemitismo era un sentimiento creciente alimentado por la propaganda. Se buscaba marcar, pero también que quienes la llevaran sintieran vergüenza de sus propios símbolos, evitando así que pudiesen camuflarse y entrar en contacto con la sociedad alemana. Para los judíos un símbolo sagrado, para los nazis un símbolo que generaba repulsión.
Los regímenes totalitarios siempre han buscado etiquetar a sus poblaciones, entre buenos y malos, arios e impuros, patriotas y apátridas. Es una manera de simplificarle la realidad a quienes buscan explicaciones y no las encuentran en la realidad. Fíjense que sencillo: si tú eres pobre es por culpa del rico o tu fracaso se debe al éxito de unos pocos. En estos sistemas donde los “buenos” son premiados y los “malos” castigados se necesitan, por supuesto, mecanismos para que no haya confusiones y quienes no entran en la definición de estos regímenes puedan ser excluidos más fácilmente. No era lo mismo vivir con una estrella amarilla de seis puntas cocida en la ropa, que sin ella, la vida de millones se convirtió en una verdadera tragedia cuando el uso de esta insignia se hizo obligatorio.
Como aquel símbolo, los instrumentos que hoy utiliza la segregación roja buscan también premiar y castigar. Por más maquillaje que le pongan, el objetivo último sigue siendo el mismo. Las marcas que hoy se esconden detrás de códigos de barra buscan crear dos tipos de ciudadanos, si es que se puede llamar así a alguien despojado de los más mínimos derechos. Personalmente diría que aquí tanto una y otra parte son víctimas, unos por no entender que sobrevivir humillado no es vida y otros por creer que la dignidad los salvará cuando mueren sin que a nadie le importe. Nuestro drama nos duele más cuando nos damos cuenta de que esto ya lo ha vivido el mundo y que no somos más que reproductores de las peores tragedias de la humanidad. Lo único que nos reconforta es saber que como lo hicieron otros pueblos aplastados por el totalitarismo, nosotros también vamos a renacer, no solo para ser mejores personas, sino para convertirnos en lección de vida para futuras generaciones. ¡Fuerza Venezuela!
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