(Respuesta a la carta abierta de una alumna de trece años)
Hola, he leído su carta abierta y le escribo desde el otro lado. Soy profesor de inglés y me dedico a este oficio de enseñar desde hace más de veinte años. Ser mayor es un proceso inevitable que suele venir acompañado, aunque no siempre, de madurez y perspectiva. La madurez se muestra en el conocimiento de la asignatura que se imparte en clase y el trato con los alumnos. Un profesor veterano entiende al alumnado y sabe cómo llegar a él. En lo que se refiere a la perspectiva, quiero decir que uno ve las cosas desde lejos, como si fuera un pájaro, pero también desde muy cerca, a pie de aula, comprobando y corrigiendo el trabajo de sus pupilos.
Según leo su misiva está claro que a usted la educación no le deja indiferente. Eso está bien. Sepa que quienes nos encargamos de educarle (de educarles) tampoco somos indiferentes; más bien todo lo contrario, queremos educar de la mejor manera posible. Le diría que la escuela es el lugar idóneo para educar y ser educado. Ya sabrá que los profesores también aprendemos de los alumnos. Si encuentra en su camino a uno que no lo reconozca, elija otro camino mientras sea posible. O quizás no. Quédese, porque no le vendrá mal aprender también de ese profesor. Mire, le confieso que yo tuve profesores excelentes de verdad, hombres y mujeres que se entregaban en clase y nos enseñaron bien. Recuerdo a unos cuantos. Ellos ocupan un espacio en mi memoria. Y le aseguro que esta memoria no requiere esfuerzo. A lo mejor tendría que decir que ocupan un lugar en mi corazón. También. No obstante, tuve profesores que no me enseñaron, que me hicieron las horas de clase insoportables a mí y a algunos compañeros. Tuve profesores que nos trataron mal, que nos ponían en ridículo, profesores que (esto sí es cierto) nos cogieron manía por lo que fuera y nos castigaban injustamente. Nosotros, y lo reconozco, cogimos manía a alguno de ellos y fuimos crueles. ¿Sabe qué?, también aprendí de los malos profesores. Supe lo que yo nunca haría si fuese profesor. Y hubo, por descontados profesores que sí sabían lo que hacían y yo no supe o no pude aprovecharlo.
Por suerte o por desgracia mi generación pasó por varios sistemas educativos, unos mejores que otros. Hoy, después de aquel recorrido podemos decir que conocemos un paisaje variado de sistemas educativos. Sobrevivimos.
Señala usted que la generación anterior le recuerda, les recuerda a los jóvenes, lo mal que lo pasaron, cómo tuvieron que soportar tareas memorísticas. No sé si habrá oído hablar de la tristemente célebre lista de los reyes godos que algunos tuvieron que aprenderse de memoria. Yo tuve la suerte de pasar de largo y me quedé con los nombres de dos reyes, Recaredo y Chindasvinto sin más complicación que recordarlos porque me sonaron curiosos; sin embargo, aquellos alumnos nos facilitarían el listado completo de carrerilla sin pensar. Esto es parte del problema, mantener en la memoria ciertos datos que nos resultan inútiles. Este tipo de aprendizaje memorístico no invita a la reflexión ni el entendimiento. Supongo que muchos estudiantes de la época copiarían toda la lista de godos en un papel diminuto para “vomitarlo en el examen” y lograr el objetivo de aprobar. Hoy bastaría con un pantallazo del “smartphone”. Pero no se equivoque: la memoria es indispensable en el proceso de aprendizaje. Que no le engañen, jovencita.
Apunta usted que la escuela le obliga a estar sentada durante seis horas en una silla y, por si fuera poco, además le pone tareas para casa. Imagino que disfrutará de uno o dos recreos, podrá levantarse de su asiento y cambiar de aula si la asignatura se imparte en el laboratorio, la biblioteca o si se trata de Educación Física. En cuanto a la obligación o no de realizar tareas en casa, usted misma decide si aprende más y mejor o si la hora de clase es suficiente. Piense solo por un instante en la preparación de un alumno medio y la preparación de un alumno motivado. Le ayudo con un ejemplo rápido, cualquier aficionado al tenis y Rafa Nadal.
No todos los profesores exigen deberes para casa. Desde luego, a mí me parecen importantes para consolidar lo visto y aprendido.
Dice usted literalmente: “Los exámenes y las notas, hechos para afirmar que alguien es mejor o peor de lo que debería ser”. Se equivoca. Esto no es así. La evaluación (los exámenes, los ejercicios, las intervenciones en clase, etcétera) no valoran “quién es mejor o peor de lo que debería ser”, tan solo indican quién ha aprendido mejor o peor de lo que debería haber aprendido. Al final, uno sabe que entiende algo cuando lo ha asimilado correctamente y lo demuestra. Las calificaciones escolares no equivalen a muchos “likes” en Instagram o Twitter. Usted no es peor que otro alumno si él logra notable en inglés y usted un suficiente. Al menos no para este profesor.
Sigo leyendo su carta abierta. Escribe: “La gente no aprende de una sola manera” aludiendo a la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner. Y aquí tiene razón. Con todo, los alumnos necesitan adquirir los mismos conocimientos o la educación no sería igualitaria. El profesor podrá sugerirle métodos y estrategias de estudio. Su trabajo consistirá en adquirir conocimientos.
Mire, creo que el mejor lugar para tratar cualquier tema por delicado que sea siempre será la escuela. La escuela representa a la sociedad moderna en miniatura cuando es libre y abierta. No sería extraño que un alumno encontrase en la clase el foro en el que preguntarse y poner en duda valores y cuestiones que no se atrevería a tratar en otro entorno. Así entiendo yo la escuela.
No caiga en el error de creer que todo lo anterior estaba mal. No piense que la educación tradicional estaba hecha por y para idiotas porque no es cierto. Le sorprendería saber cuántas cosas de la educación moderna apenas han cambiado y toman ideas de la escuela más tradicional y más antigua. La escuela está ahí para recordarle, gracias a la memoria, lo que ha resultado bien durante años y lo que no ofrecía ninguna garantía.
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