Nuestra población migra en masa. La mayoría del liderazgo político se ha mostrado incompetente. Los ciudadanos restantes sobrevivimos sobre la base de vagas alegrías. Tales elementos constituyen el sumario de la situación venezolana en lo doméstico, por lo que se ha vuelto común para nosotros consolarnos con los acontecimientos internacionales. Sean las gestiones del gran Luis Almagro, las embestidas de la administración Trump o los apoyos de la comunidad europea, todos estos eventos hacen el trabajo de darnos una pizca de esperanza. Sin embargo, cuando se observa al quehacer diplomático con precisión, puede denotarse, tal como ha sido siempre, que su capacidad de acción ante las grandes tragedias de la humanidad converge entre lo inútil y lo simbólico.
En lo relativo al proceso de destrucción de la nación venezolana, a pesar de toda la buena fe, los organismos internacionales han sido, a duras penas, veedores hipócritas de la muerte y la devastación. Se llenan la boca con su supuesto amor por la democracia y los derechos humanos, pero en la práctica esas dos cosas son las que menos defienden. ¿Qué pasó con la Organización de Estados Americanos? Ah sí, nunca se logró la aplicación de la Carta Democrática Interamericana gracias a la mayoría de las naciones pertenecientes a la comunidad del Caribe. ¿Qué ha ocurrido con la Organización de las Naciones Unidas? Ni digamos nada, solo recordemos a los Estados despóticos que dirigen su Comisión de Derechos Humanos. ¿Qué tal la Corte Penal Internacional? Pues ahí está, en su examen preliminar de nuestro caso, dando pie a una falta de celeridad procesal que nada tiene que envidiarle a nuestra “justicia bolivariana”.
Habiendo dicho lo anterior, es justo agregar que la ineptitud de los organismos internacionales se desliga de la hipocresía manifiesta de sus países miembros. Recordemos el repugnante ejemplo de los gobiernos de las islas del Caribe, por ejemplo. Esto nos demuestra cabalmente que la comunidad internacional, inclusive en el hemisferio occidental, no se está guiando en pleno por los principios y valores que transcienden a cualquier frontera, sino por sus intereses coyunturales, sean estos internos o externos. Puesto de forma coloquial, a los Estados no les importan de verdad las circunstancias de los otros. Solo les interesa cuando tales situaciones les empiezan a salpicar encima.
Hablando de atenciones intempestivas de última hora hacia nuestro colapso, ¿a quiénes les empezó a inquietar el drama venezolano después de que los abusos les empezaron a heder? Ah sí, por supuesto, a nuestros “siempre fraternos” vecinos latinoamericanos. Sé que sueno bastante cínico con lo que aquí estoy diciendo, más aún si consideramos la acogida de venezolanos en países como Colombia, Argentina, Perú y Chile, pero preguntémonos algo: ¿qué estaban haciendo esos gobiernos respecto al autoritarismo chavista antes del éxodo masivo? Sencillo: absolutamente nada. Eso, por supuesto, si no es que lucraban de las generosas dádivas y los favores provenientes de la autocracia venezolana. En tal sentido, debe quedar clarísimo que los gobiernos latinoamericanos son corresponsables de este nuevo horror que está surgiendo en las Américas.
Reflejo de lo dicho en el párrafo precedente es el absurdo de que en este punto de la partida, donde hay una profunda crisis humanitaria y migrantes venezolanos saturando fronteras, el Grupo de Lima (colectivo que reúne a ciertos gobiernos vecinos) se haya declarado en contra de la posibilidad de una intervención humanitaria en Venezuela. Quisiera que esos cancilleres, si es que pueden, y si no que lo hagan sus presidentes, me dijeran cuáles alternativas quedan para la tragedia venezolana. ¿Más diálogos? Creo que la naturaleza del régimen enquistado en Venezuela es bastante clara. ¿Aid (ayuda financiera) de los americanos para soportar la marea migratoria? Eso es apenas un paño húmedo para un síntoma que empeorará.
La causa de la crisis regional es la que debe ser resuelta y la misma es el régimen venezolano. El mismo no puede ser desplazado ni con diálogos ni con presiones internacionales ordinarias, pues su naturaleza delincuencial anula la viabilidad de esos métodos. A quienes están gobernando hoy en Venezuela no les quita el sueño que el pueblo los deteste o que el país se caiga a pedazos; lo único que les importa es seguir en el poder. Por tal razón, es obvio y lógico que aquellos que viven del uso de la fuerza solo se sentirán temerosos ante amenazas del mismo tipo.
A manera de conclusión puede afirmarse que la normalización de una nueva tiranía en las Américas es inaceptable. De seguir este régimen en el poder, las consecuencias para la región serán cuantiosas. No solo es el influjo migratorio venezolano, y sus costos económicos y sociales, los que perturbarán la paz regional. También es que Venezuela se ha vuelto un punto de concentración para fuerzas oprobiosas y malevolentes como la delincuencia organizada, el narcotráfico, el terrorismo internacional y, por supuesto, grupos de agitación del mismo gobierno. El despotismo nacional, al igual que un cáncer, no es un peligro confinado a nuestras fronteras; este buscará irrumpir, desestabilizar y, de ser posible, hacerse del poder en los países vecinos a través de sus homónimos para extender su red criminal.
Si los ideales más sublimes que ha parido la conciencia universal como el respeto a la dignidad del hombre, a la libertad y al sistema de gobierno democrático no son alicientes para que la región actúe, entonces deberá serlo la amenaza que representa la crisis venezolana para sus intereses. Probablemente, de haber alguna intervención, lo que la motivará es eso y, tal como las mentiras, se tendrá por comprobado que la diplomacia tiene patas cortas.
@jrvizca