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Detrás de la fachada de la reforma económica

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Todo empezó con un mea culpa… así es como los venezolanos recordaremos el principio del fin del régimen más ruinoso que hemos tenido.

Primero a través de la voz de Freddy Bernal, a manera de anticipo, luego de la voz del mismísimo heredero del caos, Nicolás Maduro, escuchamos un recuento, palabras más o menos, del fracaso representado por el socialismo del siglo XXI. Después de esto, de “asumir” responsabilidades, claro está; a la nación se le ha impuesto un “paquete económico” que busca, supuestamente, resolver los problemas. En principio, el intento reformista sonaba lógico, ¿quién no querría salvarse a sí mismo de naufragar? Pero ahora, ya estando en la Venezuela después del 20 de agosto, fecha pautada para la implementación de los cambios, estamos viendo que este régimen es como el diablo; nada bueno puede provenir de él.

Sé que algunos trataron de tener alguna esperanza en la “recapacitación” de la tiranía, pues esta última sigue ostentando, aunque precariamente, el poder en el país. No obstante, la realidad ya nos ha dado su dictamen. La susodicha reforma no es el cambio que tantos venezolanos hemos anhelado, todo lo contrario, es la aceleración de un plan de dominación sobre la sociedad. Este régimen, viéndose tambaleante, sabe que se acercan momentos clave para la definición del futuro próximo. En tal sentido, el camino ante nosotros se nos manifiesta como una disyuntiva, o el régimen garantiza su sostenibilidad esclavizándonos o este se destruirá en el intento.

Las “reformas”, a primera vista, prometían una suerte de “liberalización” de la economía. Esa fue la impresión que se tuvo cuando se presenció la derogación de facto de la Ley de ilícitos cambiarios. Sin embargo, en estas horas ya somos conscientes de que el plan económico, supuestamente labrado por el usurpador en la Presidencia, no es más que un desbarajuste diseñado para destruir lo que queda de productividad y colectivizar los remanentes de la economía.

La conjunción de ciertas medidas, como el alza estrepitosa del salario mínimo a 180 millones de bolívares fuertes, y las amenazas, como poner la gasolina a precios internacionales, tiene como fin macabro la subordinación de los ciudadanos al carnet de la patria. La idea satánica detrás de tal proyecto es que el Estado se torne el acreedor absoluto de la sociedad, para que cada cosa, hasta la más mínima, dependa de él. ¿Necesitas manejar? Solo podrás hacerlo a través del acceso a la gasolina subsidiada. ¿Necesitas el subsidio directo para sostener tu nómina ante la subida del salario mínimo? Solo podrás recurrir a ello si te has sacado el carnet; y así con todo lo demás, sean subsidios para comida, bonos populistas o las pensiones.

En el ínterin, este régimen perverso ha sometido a la nación a una parálisis inducida cuyo objeto, tal como lo anterior, es destruir, atemorizar y controlar. No puede ser de ninguna otra manera cuando se ha puesto a la totalidad del sector productivo nacional entre la espada y la pared. La tiranía sube el salario e incumple en gran medida con su promesa de subsidiar a los actores económicos. Luego, estos actores deben subir sus precios para poder pagar los salarios planteados, pero dado que están sometidos a un control de precios, salvo si quieren tentar al destino e ir a prisión, no podrán hacerlo.

Siendo así las cosas, pensémoslo, ¿qué va a prevenir que la mayoría del sector productivo del país tenga que cerrar sus puertas? Absolutamente nada que provenga de la abominación que a la fecha osa llamarse gobierno, eso es seguro.

Es bien sabido que en un contexto de precariedad sin precedentes el rol de un verdadero gobierno es corregir el curso de su patria. La cosa es que en el caso venezolano ha sido el gobierno el autor intelectual y material de nuestra desgracia. En Venezuela, bajo este oprobio totalitario, reformar es solo buscar una mejor forma de dominar. Por ello, nunca olvidemos que la lógica del sometimiento siempre estará en todo lo que haga el régimen.

Anteriormente se dijo que se aproximan momentos de definiciones. Esto no se dice a la ligera. Lo que se nos viene encima es un juego de suma cero en que solo uno puede ganar. Está en nosotros, antes del fin de este año, definir a quiénes les pertenece este país. Acá no hay medias tintas. Es una mayoría contra una minoría. Es el bien contra el mal. Es el sueño contra la pesadilla.

@jrvizca

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