El resultado negativo –previsible– de las conversaciones llevadas a cabo en Oslo puede y debe traer algunas enseñanzas a los diversos grupos que moldean la opinión pública nacional.
Quienes apoyamos firmemente al presidente (e) Guaidó y creemos en la honorabilidad de las personas que él designó para representarnos sentimos la satisfacción de comprobar que tanto él como los negociadores hicieron bien en haber aceptado el reto de la convocatoria noruega, toda vez que pudieron demostrar a la comunidad nacional e internacional en forma civilizada y sin malacrianzas que ya no creemos en “pajaritos preñados” ni en maniobras destinadas a ganar tiempo y dividir a la oposición. En la medida en que todos los esfuerzos de quienes más nos apoyan a nivel internacional ejercieron una presión determinante y reclamaron diálogo no resultaba fácil cerrarse al intento. El mismo se hizo, se mantuvo una posición firme y se demostró al mundo y a los escépticos de la escena local la ya anticipada mala fe de quienes aún usurpan las estructuras del Estado.
Es cierto que se cometieron algunos errores en el armado del operativo en la medida en que originalmente no se informó a todos los partidos sino a algunos. Posteriormente, respondiendo al clamor de los que se sintieron aviesamente desplazados, se dio participación a quienes tienen derecho de aspirar a ella. Nadie aspira ni espera a que se divulguen los intríngulis de unas conversaciones secretas, pero sí es razonable que al menos en forma confidencial se hagan del conocimiento de la dirigencia política de alto nivel.
Este columnista conoce muy bien a Fernando Martínez Mottola y a nuestro ex alumno Gerardo Blyde, pudiendo dar aval de la honorabilidad de ambos. Sabemos de la competencia técnica de Vicente Díaz y no conocemos a Stalin González ni sus destrezas negociadoras, por cuyo motivo no pudimos emitir opinión alguna en forma previa. Su actuación nos ha complacido también.
Los talibanes de la opinión pública, los guerreros del teclado, los que quieren ver la caída del régimen por televisión y la numerosa diáspora naturalmente escéptica que favorece una intervención militar extranjera sin más demora, tal vez a regañadientes se hayan percatado porque Estados Unidos y nuestros vecinos que otrora daban a entender que “todas las opciones están sobre la mesa” han demostrado que la acción de fuerza –al menos por ahora– ha desaparecido de la mesa motivado a otras crisis de mayor envergadura que ocupan su atención (Irán, Yemen, Libia, etc.)
Los que aún creen o dependen del chavismo/madurismo habrán comprobado ya que sus representantes no tuvieron otra intención que la de colocar una trampa para ganar tiempo. No otra cosa puede esperarse de un cínico y mentiroso compulsivo como Jorge Rodríguez, aun cuando se supone que estuviera algo suavizado por su más “moderado” compañero Héctor, cuya imagen luce un poco más presentable.
Quienes creen que Noruega alberga una agenda egoísta y de doble rasero porque aún no ha reconocido a Guaidó, no se dan cuenta precisamente de que por esa misma razón, además de la reconocida seriedad de ese país, están en excelente posición para haber ofrecido su facilitación coordinada de manera absolutamente experimentada y profesional por una Cancillería seria fogueada ya en estas lides de fomento de la paz internacional. Además, no son ni acreedores ni deudores de Venezuela.
En opinión de este columnista, lo que queda ahora es haber aprendido que la solución de nuestro drama está fundamentalmente en nuestras manos. Que no se puede esperar la fuerza externa por el momento, salvo la continuación del cerco diplomático y económico que evidentemente viene dando resultados aun al lamentable precio de prolongar el sufrimiento del pueblo, el cual comenzó años antes de la sanciones externas que –en el caso de Estados Unidos– excluyen expresamente de su ámbito los envíos de alimentos y medicinas.
Seguirán los viajes, tal vez nuevos encuentros y nuevas narrativas, pero ya quedó meridianamente claro que el pecho lo han de poner los venezolanos.