En reciente artículo publicado en estas mismas páginas http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/legalidad-conveniencia-las-sancionesinternacionales_230180 el prestigioso diplomático y jurista venezolano Víctor Rodríguez Cedeño analiza y sostiene la tesis de que la injerencia internacional ya no es un pecado imperdonable tal como se percibía hasta hace algunas décadas y que, como consecuencia de ello las sanciones que algunos Estados o entidades internacionales a veces imponen a países que cometen serias violaciones, puede –mediando ciertos requisitos– ser perfectamente legal. Compartimos ese concepto que, además, ha venido cobrando comprobada vigencia en la realidad política internacional actual. Naturalmente, no dejamos de entender que el tema es espinoso y las líneas divisorias pueden ser y son borrosas.
Lo anterior viene al caso aplicado a la VIII Cumbre de las Américas que hoy se inaugura en Lima y en la cual el tema convenido –gobernabilidad y corrupción– se convierte apenas en telón de fondo frente al punto central que ocupará la atención de los asistentes: Venezuela.
¿Cuánto no ha hecho y sigue haciendo el gobierno chavista/madurista para impedir que la situación de nuestro país se traslade al ámbito internacional? Sin embargo, pese a los esfuerzos y recursos invertidos para ese propósito, es harto evidente que no ha tenido éxito, aun cuando se insiste reiteradamente en protestar con altisonante lenguaje, día tras día, a medida que la condena y el aislamiento van cercando la acción de quienes entienden que la soberanía implica el derecho de hacer lo que les venga en gana siempre que sea dentro del territorio nacional. Muy diferente pensaba y actuaba el Comandante Eterno cuando en sus días de gloria paseaba “la espada de Bolívar por América Latina” interviniendo sin limitación alguna en la vida de los gobiernos que no compartían su particular enfoque.
Hoy día las noticias relacionadas con la cumbre se centran en la situación venezolana, si Maduro tiene o tuvo derecho de concurrir al evento aun cuando se le retiró la invitación, si habrá denuncias y críticas, si se convendrán acciones y/o sanciones, si el vicepresidente norteamericano Pence (ante la ausencia de Trump) asumirá papel de relevancia, etc. En otras palabras: poco importa qué piense o diga Caracas, el tema es de dominio público y, como es natural, existen también Estados y personalidades dispuestos a apoyar a Venezuela, ya sea por razones ideológicas o pragmáticas.
Lo anterior deja claro que la injerencia internacional, lejos de ser condenable, tiene instancias en las que es conveniente. Todo depende de aquello de “cilantro pero no tanto” que nos lleva a afirmar que esa injerencia solo es aceptable, y por tanto legal, cuando se lleva a cabo para empujar causas que lo ameriten moral o jurídicamente. Nadie puede afirmar razonablemente que abogar por la preservación o restitución del Estado de Derecho y la vigencia plena de la Constitución sea ilícito si proviene de un vecino o amigo. De la misma manera no parece ni ilegal ni ilógico ni inmoral ejercer presión para que el gobierno venezolano acepte ayuda humanitaria y/o alivio para la crisis alimentaria que arropa a nuestros compatriotas y los obliga a abandonar el país masivamente lo cual, además, causa problemas y crisis en los lugares donde llegan y requieren los servicios locales mínimos para sobrevivir.
Hemos dicho antes y reiteramos que muchas de estas cosas son interpretables. Ya lo dice la conseja popular, “de una forma ve el burro las cosas y de otra quien lo monta”. De allí surge la consecuencia de que existe necesidad de conciliar puntos de vista y para ello no hay mejor manera que el diálogo. Muy distinto a los disturbios que hemos visto en estos últimos días, en los cuales personas llegadas a Lima, seguramente con gastos y viáticos pagados, han protagonizado episodios destinados a dificultar y no a facilitar el diálogo. No se niega el derecho de manifestar rechazo a las posturas de unos u otro para obtener atención mediática; ello ocurre en todas las cumbres y forma parte de su ritual. Sí se critica la utilización de gente tarifada que por algún estipendio –generalmente modesto– se presta para hacer lo que los medios nos han venido mostrando en estos días.
En todo caso “amanecerá y veremos”. Con o sin cumbre es ya evidente que los cambios están cada día más cerca.