COLUMNISTA

Cuadrillas de paz

por Ovidio Pérez Morales Ovidio Pérez Morales

Venezuela bajo el siglo XXI en vez de caminar hacia adelante, marcha hacia atrás. Es un progreso a la inversa: de la electricidad a las velas, del tractor al azadón, del pluralismo al paredón.

El volver las cosas al revés se expresa y potencia con la voltereta del lenguaje. Las palabras, en vez de significar lo que dicen, expresan todo lo contrario. Como en ciertos lugares de Venezuela en que subir y bajar se usan en referencia a la salida o la caída del sol y así al subir una calle usted debe decir que está bajando.

El término neolengua está ya de uso corriente para expresar esta transmutación, puesta de moda en regímenes totalitarios como la actual dictadura militar comunista venezolana, los cuales comienzan su “revolución” revolucionando el lenguaje. Tendrá uno entonces que repetir aquello de que “cuando yo digo digo, digo digo y no digo diego”. Estas reflexiones tienen su inmediata razón de ser en la apología hecha por el de facto Maduro respecto de sus “cuadrillas de paz”.

En La neolengua del poder en Venezuela (Editorial Galipán 2015), escrita, entre otros por Antonio Canova González, encontramos un muy serio y útil desarrollo de esta materia, la cual hemos todos de conocer para identificar bien la “dominación política y destrucción de la democracia” en nuestro país. En dicho libro tenemos una exposición bien situada de la ya clásica obra de George Orwell, 1984. 

Cuadrillas de paz en cuanto nombre suena parecido a la asociación humanitaria Médicos sin Fronteras, al voluntariado católico de Cáritas y al Ejército de Salvación evangélico. Pero no, se trata de grupos como las Turbas Divinas del sandinismo y el Sturmabteilung (SA) –tropas de asalto nazis– encargados de “pacificar” con garrotes y armas de fuego a los disidentes del régimen. Esas cuadrillas constituyen una nueva denominación de los así llamados “colectivos”, que son en realidad grupos de matones armados por el gobierno, con el fin de disolver manifestaciones pacíficas de ciudadanos y amedrentar vecindarios para asegurar su fidelidad al siglo XXI.

La imposición de la neolengua totalitaria en nuestro país busca primariamente 1) dividir a los venezolanos (patriotas/apátridas), 2) glorificar a los líderes oficiales con culto a la personalidad (vocablos como comandante eterno, gigante, y parodias del Padre Nuestro, 3) mentir y engañar (“devaluación” se convierte en “ajuste cambiario” y “protesta” en “terrorismo”), 4) confundir, entorpeciendo la comunicación (al ganar tiempo se le llama “diálogo”,y la desidia e incapacidad administrativa oficial se convierte en “agresión imperial” “saboteo” interno). El régimen lleva a la redacción de un nuevo diccionario en que términos usuales suelen significar lo opuesto (¿qué significa odio en la Ley contra el odio aprobada para aplastar toda disidencia?) y términos bellos enmascaran atrocidades (ministerios, viceministerios, departamentos, programas, para el servicio del amor y la felicidad, la paz y la verdad). Ese vocabulario acumula progresivamente expresiones sofisticadas y rimbombantes para inflar operativos como “sistema biométrico de distribución alimentaria”. En el terreno religioso –al cual se le quita programáticamente el piso– el Hermano Mayor pontifica definiendo lo que es el “cristianismo puro”, a saber, el revolucionario de masificación social, homogeneización ideológica, partido único y monolitismo cultural.

Aunque ideológicamente el socialismo marxista, “real”, enfatiza cómo nuclear el control de los medios de producción, busca la hegemonía comunicacional y el dominio educativo como elementos claves de dominación. Se trata de cambiar el modo de pensar, uniformando el pensamiento colectivo. Eso de pensar con la propia cabeza es algo incompatible con el “hombre nuevo”.

Desmontar la neolengua es tarea indispensable y urgente. Un buen ejercicio lingüístico y hasta diversión para jóvenes y adultos. En todo caso constituye una tarea obligante para quien quiera liberarse y liberar. Hay una frase del Señor Jesús que es emblemática en tal sentido: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32).