Érase una vez tres barcos que venían de muy muy lejos cargados de millones y “millonas” de perniles. Viajaban hacia un reino donde su valor podría sobrepasar el oro y la gente era capaz de hacer todo por obtenerlos, incluso hasta vender su dignidad. Según los relatos de la corte, durante meses estos barcos lograron sortear todo tipo de dificultades y conspiraciones: tormentas, huracanes, monstruos marinos, tsunamis y hasta lluvia de fuego. Penurias que iban siendo superadas una a una por la valentía y coraje de sus tripulantes.
Mientras mar adentro se libraba supuestamente una batalla digna de una epopeya griega, en tierra firme los pobladores del pequeño reino comenzaban a desesperarse. El rey había prometido un pernil para cada súbdito y eso lo había convertido en el más popular de los soberanos, ganaba todas las elecciones de la corte con 99% de los votos y comenzaba a generar la envidia en los dominios vecinos, cuyos reyes empezaron a considerar la cría de cochinos como el elixir del poder eterno.
Para calmar la impaciencia de la gente el rey lanzaba las sobras de sus banquetes a quienes se mostraban más inconformes con el retraso de su promesa. La multitud corría a pelearse por los huesos y había quienes elevaban en vítores al rey agradeciendo su generosidad. “Su majestad, usted es bueno y generoso, usted no merece más que nuestra lealtad. Pero sus funcionarios lo están engañando”, exclamaban entre lágrimas algunos súbditos. A lo que el rey siempre respondía: “Les cortaremos la cabeza”.
Pero ni las cabezas de los funcionarios señalados llegaban ni tampoco los perniles. El rey que se había quedado sin excusas, envió pollos de plástico a la gente siguiendo la recomendación de un mago que le había asegurado que al primer canto del gallo se convertirían en pollos en brasa, pero eso tampoco pasó.
Lamentablemente, no podemos relatarles el resto porque no lo conocemos, todo depende si los pobladores de este reino aceptan que esto sea una “conspiración” más o deciden darle otro final a esta historia. Esperemos.
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