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Con cada anuncio del régimen, ¡cuánto desasosiego!

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El régimen casi todos los días nos anuncia nuevas medidas, supuestamente orientadas a mejorar la operatividad de la economía nacional. Con ello, pretende recuperar la confianza, desde hace mucho tiempo perdida, de un pueblo hastiado de la manipulación de la voluntad popular, los excesos de poder, las promesas incumplidas y la desilusión de una prosperidad inexistente. Desde un escenario mediático con voceros a los que nadie les cree, el régimen, con expresiones en tonos que van del hiperrealismo a la desmesura fantástica y fanática, intenta encubrir la dolorosa y triste realidad de un clima apocalíptico creado por sus propios errores en el que el futuro cercano que se vislumbra muestra el máximo grado de la decadencia del país.

Cada anuncio gubernamental la ciudadanía lo recibe con la certeza de que en su contenido llevan el consabido augurio de mayores catástrofes, fatalidades, improvisación, información imprecisa y contradictoria que evidencian la más profunda ceguera de la realidad nacional y que han sido los factores fundamentales en los que el régimen se ha basado para desgobernar a nuestro país a lo largo del tiempo. Los venezolanos indefensos vemos los anuncios de la dictadura como un ultimátum a la paz, la tranquilidad, la calma y a la seguridad de erradicar la incertidumbre del futuro. En todos nosotros ha nacido un acuerdo unánime, pero aún no concretado en nuestras acciones, que este gobierno no sirve y que hay que ponerle término a su mandato.

La desventurada persona de Maduro siempre da sus peroratas de anuncios cada vez más amargos y fatídicos, rodeado por el entorno de sus cómplices más cercanos: ministros y secretarios, asesores y asesores de los asesores, consultores extranjeros, valets, magistrados del TSJ, generales, adulantes y allegados y, por supuesto, la familia presidencial o, al menos, lo que de ella va quedando. A pesar de tanto despliegue y boato, Maduro no puede ocultar el agobio infinito y el lastre pertinaz que la causan el hablar por hablar puesto que en su fuero interno sabe que sus anuncios son solo palabras vacías y carentes de factibilidad y credibilidad.

A esta tragedia cotidiana que nos impone la dictadura podemos ponerle fin. Sin invocaciones y llamados grandilocuentes, si, uno a uno, en peregrinaciones de a pie o adocenados en las cajas de camiones y autobuses, en los estribos de los vehículos que nos llevarán hasta donde alcance la gasolina nos vamos formando en infinitas procesiones desde los puntos más centrales y también de los distantes puntos de la geografía nacional, saturando a lo largo y a lo ancho las autopistas, las calles y avenidas, en silenciosa multitud, y guiados y atraídos por el mismo propósito de acabar con la perniciosa actitud de pisarnos y aplastarnos los unos a los otros, el nefasto gobierno de Maduro se vería en serios aprietos para mantenerse en el poder.

La gran ofensiva de la disidencia debe lanzarse cuanto antes; el país y sus ciudadanos ya perdieron la capacidad y la cobardía de la sumisión para soportar por más tiempo este caos. Este pueblo, que permitimos que los aventureros que hoy mal gobiernan tomaran el poder, debe demostrar ahora que somos capaces de barrerlos. La conflictividad social intermitente, en ocasiones aislada, esconde, sin embargo, que no se trata de una lucha reivindicadora individual sino la sumatoria de los problemas de todo un colectivo que se siente impotente y no encuentra en las políticas gubernamentales respuesta adecuada para la satisfacción de sus necesidades. Las tensiones sociales y políticas se están peligrosamente acumulando lo que presagia el desencadenamiento de una situación cuyos componentes y desenvolvimiento no son susceptibles de ser previstas. Es menester, entonces, establecer un hilo conductor que permita imbricar la acción política opositora con las luchas sociales que diariamente se libran en el país. Debe haber un encuentro entre política y sociedad para que la protesta social amplíe su perspectiva y se encauce hacia su verdadera motivación, que no es otra, sino el cambio del modelo de desarrollo que nos ha sido impuesto. La dirigencia opositora como actores sociales debe hacerse presente y participar plenamente acompañando con la acción y la palabra esas legítimas manifestaciones de inconformidad. El reto es, ante todo, estar al lado de las protestas y de los que protestan, enriqueciendo los caminos y derroteros por los que hay que transitar sistemática e inteligentemente para obtener los resultados deseados. Es enfrentar pluralmente al mediocre totalitarismo gubernamental, a sus injusticias, a sus arbitrariedades, su violencia y a la pobreza que causa. La dirigencia opositora, además de referirse a los grandes temas que sacuden el acontecer nacional, debe dedicar tiempo y acciones para consustanciarse con las necesidades del hombre de a pie y estructurar un programa de acción política en el cual las protestas sociales constituyan no hechos aislados, sino que formen parte fundamental de la lucha política que la disidencia nacional libra contra el régimen. Actuar con la visión global que aquel reclamo que se produce en un remoto pueblo de nuestra geografía por determinadas reivindicaciones, igualmente forma parte del planteamiento opositor por la democracia y contra el totalitarismo. El conflicto venezolano es uno solo y así debe ser interpretado. Nuestra dirigencia debe estar en la calle aupando con su presencia y su discurso plural la necesidad del cambio de un modelo socio-político estructuralmente decadente y empobrecedor, altamente dependiente de un mamotreto de Estado y de la élite que allí medra y domina, que subyuga, acosa, pero que no resuelve los acuciantes problemas de los venezolanos. La conjunción de la política con la protesta social es una fuente de sinergia para darle “músculo” político a la acción opositora y fortalecer así los planteamientos, las exigencias y las posibilidades para ganar la lucha por una Venezuela más justa, racional e inclusiva.

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