Esperar tanto tiempo para tocar fondo, como si eso fuese en sí la solución para nuestra tragedia, ha sido una trampa cazabobos. Ya en este punto, ¿qué de nuevo podría ocurrir? Hemos visto cuanta tragedia los seres humanos pueden ver y no una vez a la cuaresma, sino a diario. Son tantos los sucesos que estos se aglomeran en el curso de pocas semanas, por lo que es difícil mantenerse al tanto de los mismos y recordarlos. Sin embargo, considerando las circunstancias como una totalidad, puede decirse que nuestro deseo se cumplió, el tan esperado colapso llegó y, contrario a la esperanza fútil de muchos, seguimos igual, todos inmersos en otro día de locura y caos.
La presunción de que la salvación ocurrirá por el solo hecho de la hecatombe nacional se hace a pesar de la propia experiencia de los venezolanos. Nosotros nos la pasamos pensando en términos de expectativas, preguntándonos, “¿hasta cuándo durará esta situación?” o “¿cuál será la gota que rebase el vaso?”. Ante esta realidad, en vez de lanzar esas cuestiones hacia fuera, lo que debemos hacer es lanzarlas hacia dentro, es decir, cuestionarnos seriamente cuál es la gota que derramaría el vaso bajo nuestra perspectiva. Esta interrogante es esencial porque, por lo menos a consciencia, no podemos pedirle a otros que se rebelen contra la miseria cuando nosotros mismos todavía no estamos dispuestos a reaccionar. Aspirar a lo contrario solo equivaldría a una indulgencia con el facilismo que en muchas ocasiones nos corroe.
Siendo así la situación, cabe que nos preguntemos por qué no estamos reaccionando ante la conjetura tan apocalíptica que estamos viviendo. Este autor, a los efectos de simplificarlo para este artículo, se atreve a aducir que estamos en una encrucijada que nos ha paralizado completamente. Razones aparte, el fracaso del liderazgo, el totalitarismo del régimen, el miedo, por dar unos ejemplos; pienso que los venezolanos parecen estar atrapados en este instante entre dos grandes males, uno conocido y otro que estamos llegando a conocer.
El conocido es el tan común borreguismo, ese flagelo que se traduce en la dependencia del pueblo en la dirección político-partidista para atreverse a protestar en masa o, puesto de otra manera, en la incapacidad de la ciudadanía de actuar sobre la base de su propio criterio. Este primer mal, debido la falta de credibilidad de la dirigencia política, es el que perpetúa la desmovilización ciudadana. Por otra parte, el que estamos conociendo ahora es mucho peor, por cuanto es el producto inesperado del colapso. Este es el desafuero, la rendición, el caso donde, siguiendo la analogía del párrafo anterior, el vaso nunca se derramará porque el mismo está roto, por lo que nadie se prestará a luchar por algo que se percibe como irreparable. Este último mal es el espíritu que impulsa a la migración que hoy por hoy ha resultado en la diáspora venezolana.
Ahora bien, habiendo llegado a este punto, puede aseverarse sin lugar a dudas que el colapso en sí no constituye la esperanza que algunos creían. Ya estamos ahí y la libertad todavía no ha asomado la cabeza. Todo lo contrario, haber permitido su advenimiento ha conllevado al sentir de que la tiranía se consolida sobre el pandemonio, la patria tornada en un desierto y una nación que no se reconoce a sí misma por cómo hoy se ve. Considerando estas verdades es que debemos rechazar con acciones la fealdad y el horror del presente, y esto no pudiese ser más claro, pues muchos, por una variedad de motivaciones, lo están haciendo sin darse cuenta.
Cada vez que una comunidad organizada protesta por sus exigencias, como ocurre siempre y en cantidades considerables en Venezuela, podemos decir que estos ciudadanos se están colocando a la vanguardia del reinicio de la lucha popular. ¿Son estas manifestaciones lo suficiente para cambiar el curso de la nación? Obviamente no, pero son indicadores de un potencial mucho mayor. Solo imaginémonos lo que podrían llegar a ser siempre y cuando se empezasen a comunicar entre sí, conjuntamente con que el objetivo ya no sea el tratamiento de los síntomas de la desgracia (la carencia de todo), sino la remoción de lo que ha sido su causa: el régimen mismo.
¿Qué vamos a hacer hacia el futuro cada vez menos visible? ¿Nos quedaremos esperando a ver qué pasará, esperando por siempre? ¿Seguiremos conformes, apacibles y derrotados? ¡No! La rabia que se siente en las calles y la frustración acumulada no puede esperar la llegada de un falso milagro, ayer fue el colapso y mañana podrá ser una elección espuria o cualquier otra cosa, porque nuestra salvación yace en gran medida en nuestras propias manos y no en las de alguien más.
@jrvizca