COLUMNISTA

En clave europea

por Gustavo Roosen Gustavo Roosen

Europa, referencia necesaria de tradición cultural, estabilidad y modernidad, parece interesarnos ahora de otra manera, con más acento en las amenazas que en la seguridad, en de conflicto que en el acuerdo, en el enfrentamientos que en el diálogo cultural. La atención noticiosa tiene que ver con lo que unos observan como el principio del fin del sueño de la unión europea y otros como un estado natural de crisis de un proyecto que evoluciona, crece, se corrige, avanza hacia mejor.

Expresión de este clima son los casos de Grecia, Portugal, España, superando cada uno a su ritmo y a su manera una condición de exigencias y ajustes económicos; el brexit como manifestación de una voluntad de más autonomía en la toma de decisiones; Italia, Francia, Alemania en procesos electorales en los que nuevas fuerzas, nuevos movimientos, nuevas tendencias y una nueva conducta del electorado trastoca o desbalancea lo establecido. Es la reacción a fenómenos agravados por nuevos problemas o condiciones, como la creciente inmigración, la amenaza del terrorismo, el peso de la tecnología en el mundo del trabajo, del empleo, de las relaciones personales, de la naturaleza de los mercados, de la circulación de la información y de las ideas, del conflicto entre las fuerzas de la globalización y las realidades locales.

En los recientes procesos electorales europeos y en los que se anuncian han pesado y continuarán pesando de manera importante, entre otros, los discursos del populismo y del nacionalismo. El discurso populista, apoyado en el desprestigio de la política, el desgaste de los partidos tradicionales, la desconfianza de los ciudadanos, la mancha expandida de la corrupción, ha levantado las banderas de los reclamos sociales, de un cierto ideal socialista, de la promesa de bienestar como derecho, de un modelo que privilegia la denuncia y la destrucción más que la construcción, la ruptura de las instituciones más que su eficacia y su estabilidad. Los nacionalismos, por su parte, inspirados en una aspiración de identidad cultural, autonomía o soberanía, han alimentado visiones altamente excluyentes y fanatizadas y han dado lugar a formas de intolerancia y de extremismo. ¿Cuánto durarán estos discursos? ¿En qué momento se tomará conciencia del abismo al que conducen? ¿En qué momento la exaltación que producen dejará de sostenerse frente a la ausencia de políticas, programas y modelos de acción viables y sustentables? ¿Está realmente amenazada la unidad  europea?

Cuando, después de dos guerras mundiales, la voluntad de recuperación del viejo continente se concretó primero en la Comunidad Económica Europea, nacida en 1957, y luego, en dimensión política, en la Comunidad Europa, la inspiración unitaria parecía tener un fuerte acento francés. Era el momento de París. Hoy no podría decirse lo mismo. Berlín ha asumido un liderazgo visible, tanto en lo político como en lo económico. Alemania se ha convertido por muchas razones en una la locomotora de Europa. El papel asumido por Alemania en lo económico tiene o puede tener muchas explicaciones. Hay, sin embargo, una, que, sin explicarlo todo, refleja un aspecto que hace la diferencia: la valoración de la educación técnica, la concepción de un proyecto educativo estrechamente vinculado al mundo de la producción y la productividad, de la tecnología y la innovación. Superando la estrecha aspiración al simple título universitario, la educación técnica alemana ha permitido una alta valoración y reconocimiento social para los profesionales de esa área y ha alimentado una fuerza dinamizadora de su economía. No todos los países europeos han abordado de esta forma el problema de la oferta educativa. Los resultados ahorran explicaciones.

La mirada a la Europa de esta hora es una buena manera de mirarnos en el espejo, no solo para advertir los graves peligros del populismo, de cuyos funestos resultados nos sobra experiencia, pero también para repensar nuestro sistema educativo y en un diseño que, lejos de alimentar el desempleo, funcione como el punto de partida para el crecimiento, la producción y la productividad, la verdadera generación de progreso y bienestar.

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