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Ciudadanos y otros deprimidos más

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Muéstrame tu fe, que yo con mis obras te mostraré la mía”. Santiago Apóstol

El lunes del apagón estaba dando clases en el posgrado de la UCV cuando se produjo el incidente. Persistimos sin los servicios hasta que la vigilancia insistió en suspender por razones de seguridad. Decepcionados nos fuimos y allí comenzó otro episodio relacionado.

El tráfico de vehículos se complicó, precisamente porque el Metro dejó de funcionar y legiones de pasajeros se convertían en marchantes que llenaban las calles y avenidas. El rostro común era de aparente resignación y creo también de fatiga. Incluso llegué a reconocer en esas caras tristeza.

¿Cuánto más ha de soportar el venezolano este Estado fallido, forajido, transgresor? Muchos han respondido yéndose a cualquier sitio inclusive. Algunas de nuestras nuevas promociones de universitarios se han atrevido a competir en el primer mundo y reciben reconocimientos por su calidad. Otros dejan mal parado al gentilicio porque la diáspora es más que el viaje de los vástagos de la clase media, es de todo el compuesto social sin que se exceptúe a ningún estrato y ello incluye a los que se portaban mal aquí y se portan igual allá. La estampida comprende entonces a tantos que a todos involucra.

Pero los que nos quedamos constituimos una masa de ciudadanos que se reparte entre los desafiantes e inconformes y aquellos que exhaustos sobreviven entre vacilaciones y tentaciones diversas. Segregarse para compartir aflicciones y arrebatos nihilistas es una de las opciones que se perciben tomaron, y aún toman, un lote de los nuestros. A esos que inundan las redes sociales va dirigido este mensaje.

Son los que no creen en nada ni en nadie. Son también aquellos que esperan que las soluciones vengan de donde vengan, pero de fuera mejor, y de preferencia con metralla y fuego. También tenemos a los que desaparecerían a los que no piensan como ellos y allí se suma a los oficialistas y a los opositores. Son ellos los que no tienen claro qué hacer ni cómo, pero sí saben que no quieren nada de lo que los demás proponen.

El martes me fui luego de llegar a la UCV y constatar sus aulas cerradas y los profesores tratando de encontrar salones para no perder el día de clases y de súbito volvió otro apagón que hizo nugatorias tales aspiraciones. Me fui con una alumna y otro profesor a la plaza Alfredo Sadel. Guaidó informaría sobre los seis meses transcurridos desde aquel hermoso 23 de enero que por cierto fue el regreso de lo que parecía perdido para siempre: la esperanza.

Acto popular al que acudirían varios cientos de compatriotas de esos que no cejan ni por un momento en su empeño espiritual de cesar la usurpación. Viejos y jóvenes acudieron con expectativa para escuchar un modesto evento con pretensiones de rendición de cuentas. Me senté a la derecha con mi amigo y compañero César Pérez Vivas y otros invitados venidos de la sociedad civil y de la clase política opositora.

Paralelamente, supe de comentarios que cuestionaban la inutilidad de una convocatoria para no decir nada porque no había nada que decir… Epítetos, descalificaciones e improperios hacia Guaidó oí de ellos y contra el Frente Amplio. Hasta la Iglesia les molesta y el papá Francisco encaja lo suyo, no habiendo espacio para la concordia. Solo tienen su odio y su hiel a flor de piel.

Advertí que se trata de los deprimidos, de los que sufren más en su espíritu aunque también somatizan. Ellos fueron perdiendo la fe y se quedaron con el dolor en el centro del diafragma, allí donde tal vez se aloja el alma como decían los griegos. Se exasperan por cualquier cosa y rechazan cualquier comentario que provenga de incautos o enajenados  que son los que creen y esperan.

Guaidó fue precedido por varios oradores que analizaron las ejecutorias de los meses transitados con lujo de detalles. Recuperó la Asamblea Nacional el espíritu de cuerpo. Varias mujeres tomaron el micrófono, combativas, fogosas, hermosas, comprometidas. Espectaculares me parecieron y luego el joven de La Guaira, hijo de un taxista venido de las islas canarias, humilde pero digno, explicó con modestia sus razones reconociendo fallas y errores en lo hecho y lo que estaba por venir.

Ha aprendido el presidente encargado y no desaprovechó la ocasión para mostrarnos su sorprendente e indubitable conexión con ese pueblo que lo ha visto recorrer el país sin miedo y con sus convicciones como argumentos, pero sobre todo su fe como avío. Tal vez no dijo lo que algunos querían oír, pero sí dijo lo que otros debían y necesitaban hacer. Quedamos los asistentes satisfechos de su empeño y si nos provocara criticar u opinar lo haríamos con sobriedad ciudadana.

Entretanto me pregunto: ¿cuál es el aporte de los que nada hacen ni admiten, ni valoran, ni consienten salvo la amargura que les nubla la mente?  Nadie puede decir que es fácil y si lo ven así, ¿por qué no lo han hecho?

En ambientes académicos se habla de la inteligencia colectiva indicando que la comunidad en la deliberación encuentra claridad y despeja sus incógnitas. Nosotros juntos podríamos no solo esforzarnos con fuerza inusitada sino que, como dijo Guaidó, ¡podríamos ganar!

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@nchittylaroche

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