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Carta de un loro

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Dedicado a mis grandes amigos 

y lorólogos: Andrés Guevara 

y Carlitos Jorgez… 

Señores del diario El Nacional:

La vida de un loro de los que llaman real (injustamente porque es lo que menos tenemos), se inicia como a las 7:00 de la mañana cuando nos quitan el trapo que cubre nuestra jaula. Allí empieza el trato ridículo que los humanos nos profesan. En vez de decirnos:

—¡Hola! ¡Buenos días! ¿Cómo pasaste la noche? Bonito el trapo, ¿no? ¿Quieres un café?, o algo así.

No, me tratan como si fuera un bobo incapaz de entender o hablar: ——¡Truua, lorito. Truua, lorito real…!.

Y comienza la bendita pedidera de patica. «¡Póngale pan mojao con leche y semillas de girasol! ¡Por ahí sobró un pan viejo y una leche que quedó anoche fuera de la nevera. Denle eso…!». Y uno con aquella arrechera viendo a todo el mundo tomando café con leche, comiendo caraotas refritas, crema de leche y huevos con arepitas.

Dígame cuando hacen perico, que como es natural es uno de mis platos preferidos, yo comienzo a gritar desesperado:

—¡Perico, perico, perico…!

Pero se ríen de mí. Creen que estoy pidiendo otra cosa y me dan con un periódico en la cabeza. ¡Ay, como envidio a las cotorras que vuelan libres por toda Caracas comiendo gratis en todos los balcones!

De verdad, no aguanto más esa pedidera de patica todo el santo día. Cuanto muchacho bolsa va a la casa comienza:

—“La patica, la patica, la paticaaa…”, hasta que con resignación se la doy para que deje de joder.

A la gente le llama mucho la atención que tengo la lengua seca. ¿Y cómo no la voy a tener seca?, si me muero por echarme un palo y lo que me dan es puro cambur podrido.

Yo vivo en el jardín de la casa de un tal Andrés Guevara. La señora Hilda, quien trabaja en esa casa, me tiene rabia. Dice que soy cochino porque ensucio todo, pero ¿cómo no voy a ensuciar si estoy cansado de pedir una pocetica para loro de esas que anuncian en los programas de ventas por televisión y nadie me la compra?

A veces, el Muñeco y Rodrigo, hijos de mis dueños, me sacan a la calle. Realmente son los únicos momentos más o menos felices ya que salimos a echar vaina y hasta cerveza me han dado. Claro que no es lo que yo desearía de una salida donde pudiera hablar sin tapujos de política, economía, psiquiatría, antropología, puericultura y sexología. Pero algo es algo, lo único que tengo que hacer es decir algunas groserías y repetir boberías porque la gente se pone con los loros como cuando se encuentran con un bebé recién nacido, parece que el encuentro les afecta el cerebro y comienzan a decir:

—Agugugugú, Agugugaga, liiiindooooo palle o trua, truua, truua….

No aspiro mucho de la vida. Me gustaría conseguir una lora que no hable tanto, comer vainas normales como un mondongo, visitar de vez en cuando un poeta famoso para que me enseñe palabras nuevas que pueda escribir.

Los loros somos simpáticos, conversamos, damos la patica, hacemos gracias. Entonces creo que merecemos mejor trato y no que nos compongan canciones discriminatorias como esa que dice: «Yo no me explico, cómo el perico, teniendo un hueco debajo el pico pueda comer. ¡No puede ser!”.  ¡Sí puede ser si me trataran como a un ser normal y no como a un pajarraco inculto!

Sin más, me despido ya casi con el trapo encima,

L. Oro

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