Como si se tratara de un fenómeno viral más de los muchos que recurrentemente se esparcen por las redes sociales, en las últimas semanas hemos visto cómo en Venezuela mujeres que padecen cáncer de mama en avanzado estado han decidido con sus senos al aire denunciar cómo sus vidas se deterioran día a día esperando por tratamientos que deberían, no solo por derecho constitucional sino por humanidad, ser garantizados por el Estado venezolano.
Mujeres que lanzan un grito desesperado en un país donde las cámaras de televisión no se darían abasto para darle voz a quienes hoy viven prácticamente condenadas a muerte en medio de esta tragedia humanitaria.
Hace unas horas un conocido de la familia que padece cáncer de médula me decía “me están matando”. Iván no me hablaba de las células malignas que se apoderaron de su organismo, me hablaba de la indolencia del Estado que le niega la posibilidad de encontrar en su país el tratamiento necesario para poder vivir. Frente a sus palabras no supe qué responder, no es fácil decirle algo que pueda dar consuelo a un hombre con ganas de vivir y de ver a su hijo crecer que ve su vida escapar lenta y dolorosamente ¿Cuántas historias como estas no se repiten a diario? ¿Cuántos sueños trucados y familias enlutadas debemos seguir presenciando?
Se cuentan por miles los venezolanos que padeciendo enfermedades crónicas esperan la muerte en medio de un estruendoso silencio oficial. La propia Organización Mundial de la Salud, en su informe tras su visita a Venezuela, ha reconocido el nivel dramático de la salud en nuestro país. Son los pacientes oncológicos quienes viven este drama, pero también los de VIH, tuberculosis, malaria, los pacientes psiquiátricos, entre los que encontramos por ejemplo a las personas depresivas, quienes sin control han optado incluso por el suicidio.
Si no fuera por la solidaridad, que dentro de la destrucción moral más atroz de nuestra historia aún florece, esta tragedia sería peor. Veo todos los días llamados desesperados, pero también la respuesta solidaria de un pueblo que se apoya en medio de la desgracia. Una realidad que se aleja del deber ser porque lo normal sería que el Estado garantizara el derecho a la vida y a la salud, pero que nos acerca a esa imagen de país que debemos ser, la del venezolano que lucha y le tiende la mano al otro en la necesidad. Las miserias de los malos hacen más visibles las virtudes de los buenos. Jamás nos rindamos Venezuela.
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