Art. 187 ord. 11 de la Constitución: “Corresponde a la Asamblea Nacional…..11)Autorizar el empleo de misiones militares venezolanas en el exterior o extranjeras en el país…”
En estos días se viene dando el debate político entre quienes creen que el presidente (E) debe de una vez invocar el texto constitucional transcrito precedentemente frente a quienes –como el propio Guaidó– piensan que para hacer uso de esa atribución se deben garantizar previamente ciertas condiciones.
Claro está que la necesidad de recurrir a la fuerza para permitir y custodiar el ingreso de la ayuda humanitaria acopiada en nuestras fronteras es urgente y se requiere ya mismo dadas las nefastas consecuencias que acarrea cada hora de demora. En todo caso, no se está hablando de una invasión ni ocupación de nuestro territorio por fuerzas extranjeras sino del uso de la fuerza necesaria para garantizar el ingreso de insumos cuya disponibilidad representa la diferencia entre la vida y la muerte para muchas personas teniendo en cuenta que ya el 23 de febrero quienes usurpan el poder utilizaron violencia desmedida para impedir la entrada de tales bienes. Es evidente, pues, que unos camiones o aviones o buques que no estén custodiados por unidades capaces de ejercer fuerza no podrían superar la barrera de los grupos de represión (GN, policías) y mucho menos de irregulares exentos de todo control (colectivos).
La otra vertiente, la que sostiene Guaidó –y que compartimos plenamente–, es la que toma nota y es consciente de que para poder requerir el apoyo de misiones militares extranjeras para hacer el trabajo humanitario que las fuerzas propias se niegan, es necesario por lo menos haber conversado con algún gobierno que esté dispuesto a ofrecer su capacidad militar para garantizar que los insumos entren al país, transiten por él y sean entregados a sus destinatarios aun en contra de la terca y cruel oposición de los usurpadores. Esos no pueden ser boy scouts, tienen que ser militares y deben tener la disposición necesaria para utilizar el mínimo de violencia requerido para garantizar su misión en un ambiente favorable por parte del pueblo, pero altamente hostil por parte de quienes aun controlan la represión. Será lamentable –y seguramente inevitable– que ese enfrentamiento produzca daños que habrá que lamentar. Si alguien tiene la respuesta para evitar esos “daños colaterales” es el momento de ofrecerla.
Este columnista desconoce si la Presidencia (E) ha iniciado alguna gestión ante posibles gobiernos amigos que pudieran ofrecer asistencia con uso de la fuerza. Lo que sí luce bastante evidente es que hasta ahora todo el mundo ofrece solidaridad, algunos ejecutan sanciones de mayor o menor efectividad, pero ninguno ha mostrado disposición de comprometer soldados y recursos para llevar adelante una misión que a todas luces es necesaria y urgente. Siendo ello así es totalmente lógico dar la razón a Guaidó & Cía. que sostienen que mal pudieran andar invocando alegremente el artículo que da origen al título de esta columna para luego quedar colgados de la brocha sin nadie que venga al rescate.
Ha quedado ya bastante claro –como lo expresó Almagro– que, desgraciadamente, aún no se ha alcanzado el precio de muerte y sufrimiento requerido para que el discurso se convierta en acción. Cuando en la Alemania del Tercer Reich se llevaron a cabo abusos exponencialmente mayores tampoco se movieron ni los corazones ni los ejércitos hasta que la debacle hubo adquirido condición de contagiosa. Tal circunstancia a lo mejor pudiera alcanzarse cuando nuestros vecinos o Estados Unidos estimen que verdaderamente están en riesgo de contagio. Los acontecimientos están llevando a eso, pero con una velocidad política más lenta que la requerida por la emergencia humanitaria.
Quienes pudieran aportar el uso de la fuerza –salvo Estados Unidos– no disponen de los recursos económicos ni las condiciones políticas internas necesarias para llevar a cabo una misión con costos en dinero y en sangre. En Estados Unidos –que sí disponen de los recursos y de la estabilidad políticas interna– no se vive el clima requerido para una nueva aventura internacional y en todo caso lleva razón cuando afirma que si la dictadura venezolana ha sido acorralada, ello es consecuencia de las sanciones impuestas más que por las declaraciones emitidas. Además, ellos ya han visto que este tipo de operativos pocas veces lleva a los resultados finales deseados.
En resumen, creemos que es hora de depositar nuestra confianza y nuestras esperanzas en el equipo del presidente (E) Guaidó, sabiendo que actuar con prudencia casi siempre es más acertado que hacerlo por impulso.