Dentro de un marco caracterizado por las desoladoras noticias en relación con nuestros compatriotas emigrantes y –peor aún– “caminantes” que han pasado a formar parte del paisaje de los países del Pacífico suramericano, por fin, el gobierno del presidente Duque de Colombia ha dado un paso consistente con los tan cacareados –y poco ejercidos– valores de la solidaridad humana. Nos referimos al Estatuto de Protección Temporal para venezolanos recientemente anunciado.
La medida adoptada por quienes hoy son los representantes democráticamente electos en el país vecino debe ser motivo de análisis, reflexión y hasta introspección.
En este mundo de “realpolitik”, donde lo decente suele ceder paso ante lo conveniente, es preciso reconocer que la generosa medida de dar protección y conceder amplios beneficios a más de 1 millón de nuestros compatriotas no es una decisión calificable como muy popular a nivel interno en Colombia. Imagínese usted como hubiese caído la misma decisión en aquella Venezuela de antaño cuando millones de colombianos llegaban a nuestro país huyendo de los horrores de violencia y pobreza del suyo. Por tal razón, el gobierno del presidente Duque tendrá que pagar un alto precio político por haber elegido el camino moralmente correcto pero “políticamente incorrecto”.
Pero la Colombia de hoy, sumida en una profunda crisis económica y social, es muy diferente a la Venezuela de antaño, cuando los indicadores económicos y sociales de nuestro país eran motivo de admiración en el mundo y satisfacción para nosotros. Y sin embargo el vecino país anunció esta semana un gesto generoso, justo cuando sus propios indicadores revelan que lejos de la bonanza lo que hoy viven es una etapa de dificultades. ¡Gracias Colombia!
Recuerda usted, amable lector, aquellos años –especialmente después de la Venezuela Saudita- cuando era frecuente escuchar y repetir que los colombianos saturaban nuestros hospitales y demandaban los servicios sociales y educativos que debían estar reservados a los nacionales? Eso mismo ocurre hoy en amplios sectores del vecino país y aun así el presidente Duque –hoy en lo más bajo de su popularidad– elige lo moralmente correcto por encima de lo políticamente conveniente. Desafortunadamente esta misma actitud no encuentra eco en Ecuador y Perú, donde episodios aislados de xenofobia son ya desgraciada moneda corriente. En Chile el virus también está entrando poco a poco ante la imposibilidad de los gobiernos locales de poner un freno.
Llegar a lo que hoy saludamos no ha sido fácil. Ha requerido un largo camino de maniobra política, acción coordinada de factores internos, de nuestra representación diplomática (la de Guaidó) y la prédica de quienes desde diversos escenarios han insistido una y otra vez en la necesidad de conseguir alguna clase de beneficios para nuestros compatriotas. Me consta el caso de mi exalumno Gonzalo Oliveros Navarro, magistrado del Tribunal Supremo Legítimo en el exilio, quien desde su llegada a Bogotá no ha descansado en esa campaña.
También se dice –y posiblemente sea cierto– que las cifras de las estadísticas económicas pudieran indicar que el aporte de la diáspora venezolana genera algún beneficio a la economía colombiana a través de un aumento del PIB (producto bruto interno). Ni lo afirmamos ni lo negamos.
Todo lo anterior contrasta –aunque no sorprende– con la actitud complaciente y cómplice del régimen enquistado en Miraflores, que insiste cada vez con menor disimulo en ignorar la presencia de los enemigos de Colombia que se refugian en nuestro territorio mientras preparan y ejecutan sus fechorías cada vez con mayor visibilidad pública. Solo basta mirar los múltiples videos e informes que circulan por las redes sin generar siquiera un desmentido oficial.
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A nuestro artículo publicado el pasado sábado 6 de los corrientes elegimos titularlo con la vernácula expresión “Agarrando aunque sea fallo” https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/dialogo-agarrando-aunque-sea-fallo/ . Este columnista tiene muy claro que quien elige expresar públicamente sus opiniones está expuesto y sujeto tanto al beneplácito como a la crítica de los lectores. En tal escrito apoyamos la tesis de que es necesario abordar alguna clase de negociación con los usurpadores siendo que por otras vías no nos ha sido posible obtener su apartamiento o siquiera alguna rectificación. Es obvio que negociar requiere entender que uno nunca saldrá del intento con su aspiración máxima. Si así se pudiera no habría razón para negociar sino solo para imponer nuestras condiciones. Pues resulta que el título del artículo, creo que más que su contenido, provocó más de dos centenares de comentarios de tono mixto excediendo la reacción habitual ante nuestros escritos. Los más criticaban el título y no el contenido. Ante ello reconocemos que ese título, por pretender ser atractivo, pudo generar confusión y por ello aceptamos que no fue muy feliz.
@apsalgueiro1
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