…“none with swift feet”… (EZRA POUND)
Parece mentira que hayamos llegado a este punto. Hoy en día no podemos vivir sin contraseñas. Mientras ciertos gurús venden un mundo desmemoriado y feliz, los demás individuos nos vemos obligados a guardar en la memoria una cadena cada vez más larga de códigos alfanuméricos de los que depende nuestro bienestar. Por extraño que parezca, la eficacia del abracadabra de claves y contraseñas acumuladas en nuestra cabeza o en otro espacio decide si podemos o no podemos franquear el muro.
La llave es la clave. La clave es la llave (clavis, is.f. llave). Sin llave no se entra: vea el candado cerrado en la pantalla. Necesitamos el código para acceder a la cámara secreta y así retirar dinero, abrir documentos o leer textos.
A mí me pasa ahora que estoy en tránsito; vamos, que estoy de viaje. Cargo al hombro un petate no muy pesado. En mi equipaje hago sitio para un libro, un bloc y un bolígrafo. Aunque cuente también con smartphone y tableta, no pertenezco a la categoría de hombres cíborg que gestionan la mayoría de sus actividades a través de Internet. Ya sabe que, como en todo, hay clases y clases.
Los cíborgs extremos tienden a desechar lo mecánico. Si tienen elección, estos hombres eléctricos eligen la vía rápida. Un hombre moderno prefiere moler café con un molinillo de esos que se enchufan a la red en lugar de mover la manivela.
Un cíborg no es partidario de leer la prensa en papel teniendo a su disposición la edición digital (mucho más cómoda según él). Un cíborg no escribe a mano, no lee libros de bolsillo. Un hombre moderno no paga en efectivo. Esta nueva clase de hombre vive despreocupado de códigos porque delega la seguridad de su cuenta corriente, la contraseña de su correo y la clave de acceso a su smartphone en un dispositivo electrónico que ya forma parte de su atuendo. Es verdad. He visto cómo uno de ellos acercaba el reloj a la pantalla de un datáfono para pagar la cuenta del restaurante. Y el pago era efectivo con ese simple gesto de la muñeca. En el siglo XXI se observa una tendencia a prescindir de la foto impresa de nuestra chica en la billetera, y de la billetera misma.
Unos pocos siguen confiando en la cabeza para recordar contraseñas. Es normal que no lleven relojes smartwatch en la muñeca y aprendan de memoria más de diez claves: el correo, la banca, Facebook, Instagram, Goodreads, Twitter, ID de Apple, acceso al celular, código del ebook, clave de Wi-Fi, etcétera. A quienes no queremos renunciar a la memoria se nos conoce porque guardamos notas en pequeños cuadernos a modo de recordatorio que a veces recitamos en voz baja.