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Cascos de buey y de asno

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En esta semana de profundos sentimientos, muchos planes y pocas fuerzas, un hermoso escrito compartido caló en mi corazón con especial ahínco. Inicialmente, no por la precisa comprensión de las alegorías que encierra, pero sí abrigando expectativa en el plano posterior de análisis, disertación y devoción. El escrito expresa cumplidos a quienes frente a la pérdida total de un bosque o el asolamiento de una ciudad, permanecen y escogen laderas de río para sembrar, irrumpiendo en los campos con la impresión en el suelo de cascos de animales de carga, fuertes y direccionados en un solo sentido.

Esa pequeña porción me ha inspirado a disertar como de costumbre, en las cuestiones de la vida, cómo las percibimos y enfrentamos en cada circunstancia. Cavilaba en aquello que se puede considerar un bosque, algo rico en diversidad, lleno de vida, tupido y con buenas condiciones de radiación solar y agua. Un lugar así, hermoso y deseable que de un momento a otro se derrumbe, es realmente sorprendente y probablemente produce gran agobio. Luego, imaginar una ciudad activa pujante llena de luces y movimiento, donde en poco tiempo se produzca un asolamiento, de seguro representa un desasosiego colosal.

Visualizando estos dos ambientes, uno natural y el otro construido, ambos vibrantes en  plenitud y en condición de destrucción, conmueve hasta las lágrimas. Empero, asociarlo con personas que a pesar de tales paisajes deshonrosos, no pierden la llama de la esperanza y deciden sembrar, con tal determinación, que entran a dichos espacios llevando consigo animales de carga con provisión y ventura, imprimiendo en el suelo huellas de casco por doquier; ¡no teniendo consigo un mapa del sendero, sino haciendo camino al andar!, como dice la canción.

Caminos así pueden ser asfaltados y reforestados con gracia, funcionalidad y carácter, pero nunca serán borradas aquellas marcas de cascos, hechas por las cargas que llevaban los primeros animales asignados de semillas buenas, dirigidos con entusiasmo y fe a laderas de las aguas, para preparar el terreno y dar oportunidad a la vida de expresarse y producirse en medio de la siembra.

Los segadores divisan los frutos al tiempo, los recolectan y proveen de bienestar alimentario a sus contiguos, a quienes trabajan en la reconstrucción y a sus más allegados. Mientras, sin darse cuenta reconstruyen el paisaje perdido en asolamientos provocados o fortuitos. Qué sería de los pueblos sin aquellos que siembran, que esparcen semillas y reconocen el potencial de la tierra, doblegan su energía y voluntad para acarrear, y pisan como animales de carga dejando huella al andar.

@alelinssey20

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