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¿Baño de sangre?

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El destino de Venezuela en el siglo XXI depende, señor Nicolás Maduro, de su derrota. Nunca de su improbable victoria.

La amenaza a los electores que el candidato oficialista a la reelección se atrevió a expresar en un reciente acto en Caracas —si él no gana, habrá un baño de sangre— es inaudita en la historia electoral venezolana de más de 60 años. Es absolutamente irresponsable y lo único que evidencia es que a muy pocos días de la elección del 28 de julio Nicolás Maduro es un hombre desesperado. Sufre, según define la RAE, de una “alteración extrema del ánimo causada por cólera, despecho o enojo”.

La desesperación parece extenderse ya por la cúpula del poder que ha visto fracasar todos sus intentos de sacar a la oposición democrática de la ruta electoral y de desalentar la participación popular en los comicios que están a la vuelta de la esquina. La desesperación empujó a un “grupo de tarea”, de trabajo sucio, de los pocos que le quedan al oficialismo, a atacar dos vehículos usados por María Corina Machado en sus desplazamientos, a vandalizarlos y cortarles los frenos en un claro atentado contra la seguridad personal de la líder del cambio político en el país. La desesperación es mala consejera, nubla la poca razón que sobrevive en los mandos “revolucionarios” y presagia un 28 de julio muy largo, muy complejo y muy tenso.

Ni un solo hecho, ni una sola actuación, de la oposición democrática desde el inicio del proceso electoral el pasado 5 de marzo vulnera ninguna práctica de la competencia política corajuda, valiente y ceñida al respeto de los ciudadanos sin distingo de ningún tipo, ni norma alguna del calendario electoral, elaborado, por cierto, para ofrecer todas las ventajas a la candidatura oficialista. Se ha transitado durante más de cuatro meses de alcabala en alcabala, saltando zanjas y venciendo imposiciones y, a la vez, se ha cosechado una marea de gente de pueblo, con sus niños en brazos, con el futuro como esperanza, que se ha vuelto indetenible y que solo quiere votar y dejar atrás un tiempo de penurias, dolor y amargura.

El gobierno de Maduro en su deriva autoritaria eligió salirse del Acuerdo de Barbados suscrito el 17 de octubre del año pasado, que señala las normas y prácticas de una competencia política decente y, en su lugar, se dedicó al ejercicio marrullero y simplón de intentar imponer la fuerza y sembrar el miedo.

No hubo ni olfato político ni sindéresis. Obnubilados por el poder absoluto que han ejercido por décadas, insaciables en su conducta rapaz de los bienes públicos, perdieron la sintonía con la inmensa mayoría de la gente de a pie que quiere criar a sus hijos y al final del día sentarse juntos, todos, a cenar y a soñar un nuevo mañana. Ese pueblo, tantas veces hipócritamente nombrado, no los acompañará en ninguna aventura violenta.

Es más que nunca la hora de la “serenidad y la firmeza”. La recuperación democrática de Venezuela comienza por el acto de votar el 28J, como expresión de esa esperanza encarnada en el candidato presidencial Edmundo González y en el indiscutible liderazgo de María Corina Machado. Es el momento de alcanzar la libertad, de recuperar los derechos secuestrados, de abrir las prisiones injustas, de traer a los hijos de vuelta, de que haya trabajo y de que haya pan en todas las mesas. Nada de eso lo puede ofrecer Maduro, porque su tiempo, excesivo y malgastado, se ha acabado.

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