OPINIÓN

Bailando el vals con la medusa

por Alejandra Jiménez Pomárico Alejandra Jiménez Pomárico

Un evento particular combinado con la broma jocosa de un amigo desató la chispa de inspiración esta semana, plasmando en mi imaginario cómo luciría la danza con una medusa; probablemente la mayor parte de los compases reflejarían un duelo evasivo de contacto físico, la gracia de tener algo de experiencia sería necesaria para evitar rozarse, y una pizca de filantropía para que nadie salga herido. Seguramente, se requiere una melodía armónica, predecible o conocida como la de un buen vals y mucha esperanza bajo las faldas, para que una vez terminada la canción, se atesore la permanencia desde la perspectiva del horizonte y el devenir terrenal para la danzarina y acuático para la Cnidaria.

Imaginaba todo aquel escenario, como parte importante de una diaria exposición a peligros y vicisitudes, de los cuales, en ocasiones, ignoramos en su carácter riesgoso y eventualmente saldremos bien librados pero con marcas que no advertimos tener, hasta que nuestros ojos las divisaron con claridad. Tales improntas pueden ser perceptibles o imperceptibles y reflejan cierta inmunidad o resistencia a niveles tóxicos de contaminación o transmisión, en medio de aquel baile. Así, acarreamos una que otra consecuencia urticante, latigazos candentes de roses y desafíos de restauración. Situaciones así, se nos repiten con cada temporada en el aspecto de diversas luchas y quebrantos unos evidentes y otros no tanto.

Cavilando en tales cosas y dando rienda suelta a la visualización, conmovió mi alma entender que muchos de aquellos bailes de los cuales ni nos percatamos son la evidencia sólida de una intervención divina para librarnos, rescatarnos y guardar el alma, hasta el entendimiento, para una temporada venidera en la cual, sin duda, habrá aportes que dar, algo que impartir, las misiones mutan o continúan, mucho por amar, algunas cosas que decir y otras tantas por callar, noches que deben ser desveladas y sueños profundos para experimentar.

Resultar con ciertas marcas, incomodidades o lesiones particulares, después de ser librado de un decadente final prematuro, no representa nada frente a la satisfacción y el compromiso que la vida inspira en palabras como: ¡sobreviví! o ¡no sentí nada! ante una situación que pudo ser muy dolorosa y apremiante. Concebirse apadrinado por el regente de los cielos, quien no tiene preferencias, sino que a todos ofrece oportunidades, alianzas estratégicas y abono nutritivo para crecimiento, no tiene comparación. Empero, tal consciencia requiere la gracia de poder recibir dicho amor, no porque se merezca o poseas un mejor pensamiento o accionar; ya que si algo iguala la condición humana es su corruptibilidad. Por ello, recibir resulta una gracia, cuyo primer paso es dado en fe y los que les siguen por convicción, confiando que a su debido tiempo, cuando sea verano y las corrientes arrastren medusas a nuestras playas, bailemos un vals del que salgamos incólumes, o a lo sumo con un par imprimes, que el tiempo y manejo correcto de los aprendizajes logren borrar.

En receso parcial de algunas funciones tuve la oportunidad de un vals personal con una medusa, donde mientras hubo melodía no supe que mi andar era escurridizo del peligro, tentación y muerte que me acechaba. Empero, una vez fuera del agua, un par de indicios rojos en la piel atestiguaron de la danza. Ante tales marcas, mi elección fue agradecer la mayor de las evidencias de que la historia aún no termina de escribirse, rimbombante en su carácter unipersonal más que facultativo.

@alelinssey20