Fábrica de vehículos eléctricos Li Auto Inc. en Changzhou, en la provincia china de Jiangsu / Foto Europa Press

Los carros eléctricos chinos el año pasado representaron más de la mitad de las ventas globales de ese género. Las exportaciones desde China han estado creciendo y su presencia en los mercados foráneos se ha reforzado. La realidad es que éstas se exponenciaron en 70% entre 2022 y 2023 y para esta hora, gracias también al mejoramiento de las cadenas de suministro, de cada cinco carros que se venden en el planeta uno es eléctrico.

Joe Biden, por su lado, ha estado intentando impulsar la industria del automóvil en Estados Unidos y no han sido pocos los esfuerzos realizados para fortalecerla. Aspiran a contar con un entramado empresarial que genere buenos empleos, métodos de producción limpios y que se embarque en la aceleración de acciones contra el cambio climático. Los expertos señalan que ello no sería quimérico en el largo plazo, pero la incoherencia radica en pretender lograrlo dentro del corto plazo, porque China viene pisándole los talones y está mucho mejor equipada para mantenerse como el número uno del mercado.

De allí que la decisión de Washington de imponer impuestos nuevos a los carros eléctricos (VE) que se importan desde ese país –lo que acaba de ser decidido hace pocos días– no haya resultado una sorpresa. El nuevo arancel de 100% a las unidades importadas pretende ser una medida para proteger a la industria doméstica de los bajos precios de los vehículos que llegan desde China. También dentro de esta nueva protección arancelaria han sido pechadas las baterías y componentes para este tipo de coches: manganeso, litio y cobalto.

Quienes entienden bien esta dinámica consideran que los impuestos no tendrán un impacto inmediato notable en el mercado automovilístico estadounidense, porque China no exporta actualmente muchos vehículos eléctricos a Estados Unidos. Lo que sí lograrán es pervertir el ambiente comercial dentro del cual se mueven y compiten los dos gigantes y trabajar en desfavor de la imagen de Estados Unidos en lo atinente a la transición climática.

Se pregunta uno, entonces, qué es lo que mueve al gobierno del actual presidente estadounidense a imponer estas medidas proteccionistas si apenas 2% de su consumo de VE proviene de China? Posiblemente razones de carácter electoral porque de esta forma se asegura la buena pro de los trabajadores de cuello blanco de su país a la vez que corteja claramente a la base industrial norteamericana. Razones electoralistas en dos platos, unido al hecho de que un enemigo de la talla del gigante asiático tiende a crear solidaridades entre el electorado de aquel que intenta detener los abusos. La Casa Blanca no solo adversa los supuestos subsidios chinos sino que ha emprendido una investigación para determinar si los productos chinos pudieran ser un riesgo para la seguridad nacional. La batalla está ya declarada.

Todos dudan de que medidas proteccionistas de esta índole traigan algo de positivo a la industria norteamericana. Parece más bien ser un arma de doble filo: de hecho ya muchos alertan sobre los incrementos de costos para los fabricantes de baterías domésticas y sobre el impacto de los precios para el consumidor final americano. Con el control que China ejerce sobre las cadenas de suministro a escala global, pronto encontrarán los asiáticos una vía para sortear este nuevo escollo arancelario.

Además de que ya se comienza a cocinar a fuego lento formas inteligentes de retaliación. Y en ese terreno también los chinos tienen la sartén sostenida por el mango.


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