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Aquel viejo marinero de la balada de Coleridge

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Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído” (Jorge Luis Borges)

Durante la cuarentena he aprendido algunas cosas. Creo que una de las más importantes tiene que ver con la lectura. Ahora sé leer en formato electrónico. Me ha costado mucho mantener la calma suficiente para no renunciar a la interpretación de signos alfabéticos en una pantalla luminosa. Estos días, estas semanas, he dedicado tiempo a leer libros en una tableta (iPad mini) y en un libro electrónico (ebook). Al principio me opuse a leer en este tipo de soportes porque soy rebelde para ciertas cosas. Reconozco, sin embargo, que la lectura en soporte digital tiene ventajas: rápida, accesible, portable. El espacio que ocupa un libro en estos dispositivos es mínimo. Algún lector guarda su biblioteca mínima en un único aparato; lo cual para muchos supone una virtud maravillosa. Como dijo Borges, los libros que leemos configuran lo que somos o seremos. Quizás, lo que fuimos, quién sabe.

Sin renunciar en absoluto al libro clásico como yo lo entiendo, el libro de páginas de papel, en el que se pegan post-it y se señala el punto de lectura en que nos encontramos con finos marcapáginas; he redescubierto el libro electrónico o ebook, que no es lo mismo que la tableta, aunque contengan características similares. El ebook es el libro electrónico por excelencia. Este libro permite leer casi a oscuras, cuando apenas hay luz, gracias a una tinta especial, llamada tinta electrónica o E-ink que no hace daño a los ojos, y sobre todo, hace que la lectura sea cómoda al ofrecer la posibilidad de elegir el tamaño de letra. Esta característica es impensable en un libro de papel. Pensará que esto es una tontería, pero no lo es. Una página de 500 palabras repartidas en 40 líneas no se ve igual que una página de 90 palabras repartidas en unas 15 líneas. Estas últimas se leen de otra manera, y tiene su encanto leer en pequeñas dosis como tomando sorbitos de café.

No obstante, el libro clásico de papel en el cual un lector anota, subraya y medita es tan necesario como la fotografía de tu mujer favorita en la cartera o el portarretratos de tus hijos, tú y ella en el escritorio, la mesilla de noche o el dormitorio. El libro de papel forma parte de la biografía de un individuo y pasa de ser una referencia mundana y universal en la escuela y el instituto con sus lecturas obligatorias a ser una ruta única de textos cada vez más personales. Ojo, y también un peregrinaje, un camino de relecturas. Allí, durante el viaje, uno vuelve a La Celestina, a Rayuela y a Jude, el oscuro con más ganas de las que leyó en la adolescencia. El lector que relee se descubre cada día que pasa siendo un poco “más triste pero más sabio” como aquel viejo marinero de la balada de Coleridge.

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