OPINIÓN

Analfabetismo constitucional

por Ovidio Pérez Morales Ovidio Pérez Morales

La ignorancia registra múltiples interpretaciones. Una de ellas, bastante antigua, es la humilde de Sócrates, para quien la confesión de la propia ignorancia –“solo sé que no sé nada”, afirmaba frente a los sofistas– era sabio punto de partida en la búsqueda de la verdad.

Una útil distinción se establece entre nesciencia e ignorancia. La primera significa simplemente la ausencia de un conocimiento, en tanto que la segunda tiende a calificarla (injustificada, culpable…). A un albañil no se le puede exigir la ciencia de un ingeniero. Hay niveles o grados de saber con variables índices de evaluación científica y moral de acuerdo con las circunstancias.

Estas consideraciones resultan oportunas al referirnos al saber en materia de derechos-deberes humanos por parte de la ciudadanía. En una sociedad democrática, que merezca lo básico de este calificativo, es inaceptable la existencia de analfabetos políticos, categoría cuyo mínimo referencial podría constituir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Preámbulo y Principios Fundamentales de la Constitución Nacional, así como artículos de esta directamente relacionados con aquellos derechos. Todo esto debería entrar en la etapa elemental de la educación escolar. En la Escuela Primaria existió, por cierto, una asignatura, Moral y Cívica, que, en mala hora, desapareció del currículo. Ahora bien, al hablar de educación es preciso no olvidar que la primera escuela es –ha de ser– la familia.

Resulta incomprensible que el derecho a la participación electoral no vaya acompañada del obligatorio conocimiento de cuestiones elementales para un ejercicio responsable de la ciudadanía, la cual es corresponsable en la construcción de la polis, como ámbito de convivencia civilizado, libre, justo, solidario, pacífico. La de ciudadano es una profesión que, más que cualquiera otra, se debe aprender y ejercer desde niño, con inteligencia y conciencia.

El analfabetismo en esta materia (desconocimiento palmario de los derechos humanos y lineamientos constitucionales) es fuente de graves y múltiples desajustes, abusos, arbitrariedades,  dependencias y opresiones, que atavismos criollos y el síndrome de Estocolmo contribuyen a digerir y conservar. Dicho analfabetismo ha sido facilitado también por la superficialidad y el “pragmatismo” de partidos y liderazgos políticos, al igual que por la escasa o nula educación ciudadana por parte de organizaciones e instituciones de la sociedad civil, incluida la Iglesia.

La situación se ha agravado. Vivimos actualmente en Venezuela en una habitual y patente violación de derechos humanos y una manifiesta in-anti-constitucionalidad, apoyada en el amaestramiento ideológico totalitario del régimen, para el cual lo jurídico está en función de la “revolución” socialista marxista y de la pura y simple conservación del poder. La esquizofrenia institucional (dualidad, paralelismo) de poderes y la inconstitucionalidad o ilegitimidad de estos, llevan a una marcha insegura, contradictoria, desintegradora, destructiva del país. A 200 años de Independencia todo ello interpela fuertemente a un cambio en profundidad, que posibilite una sana convivencia democrática en un genuino Estado de Derecho.

Tarea urgente en la Venezuela por rehacer es, por tanto, la alfabetización ciudadana. Solo con personas conscientes de sus derechos-deberes fundamentales se podrá pensar seriamente en la Venezuela deseable y obligante. En ella quienes ejercen el poder actuarán no como dueños o sargentones de manadas poblacionales encadenadas, sino como servidores de comunidades; y los ciudadanos de a pie serán, no mendicantes de lo que les pertenece, sino protagonistas de un desarrollo social compartido.

La alfabetización ciudadana es condición ineludible para un cambio nacional consistente, radical y global. Si las dictaduras y tiranías se alimentan con la ignorancia, la democracia se nutre con el conocimiento. Superar el analfabetismo constitucional exige educar para la ciudadanía, la democracia y el bien común, desde la familia, y comprometiendo al sistema escolar desde su estadio fundamental. Nadie quiere y defiende lo que no conoce.