Las cosas no siempre se desarrollan tal y como se desean o planifican. Es una realidad que todos debemos aceptar, incluidos quienes no siempre tienen las mejores intenciones. La vida, a veces por fortuna, suele ser así.
No en balde algunas de las recientes guerras de la ideología de género en contra de la ciencia y el sentido común, han terminado, gracias a Dios, chocando de manera estrepitosa con las reacciones de un público harto de que jueguen con su raciocinio, intereses y creencias. Aunque sigue siendo hegemónica, esta mitología militante de la nueva izquierda se ha ido resquebrajando. Son cada vez más los descubren que la ideología género no protege ni reivindica a los homosexuales, sino que es la bandera de un poderoso lobby falsamente inclusivista que, usando artimañas sexistas y alegatos buenistas, cabildea para legitimar la irracionalidad en un mundo malamente globalizado.
Por supuesto que siempre habrá de todo en la viña del señor. Gente menos informada, otros más avispados y una tropa desgraciadamente idiotizada. Pero, aunque la izquierda radical lo intente: no se puede tapar el sol con un dedo, y los individuos, que no somos idiotas por naturaleza, bien lo sabemos, y hasta en ocasiones no tardamos en actuar en consecuencia. La gota que desborda el vaso, no es una simple frase, es un detalle a no pasar nunca por alto.
Esto se ha hecho más visible aún más cuando los ideólogos, políticos, lobistas y laboratoristas de inescrupulosas mercadotecnias, han trascendido los límites de los adultos y se han aferrado a presionar con campañas de adoctrinamiento con el foco en edades muy tempranas. Ahí es donde más han fallado. Los estadounidenses opuestos al deconstruccionismo woke, les han dicho con toda razón y una clara firmeza: “Con mis hijos no te metas”, “con mi familia no te metas”.
Recuerdo un dicho muy popular en la Cuba donde crecí: “Juega con la cadena, pero no con el mono”. Es uno de los mensajes que deja el desplome de la Bud Light, que hasta el momento en que decidió venderle su alma a ese diablo terrenal que es la ideología de género y el transgenerismo, fue la cerveza número uno en Estados Unidos. El rechazo a las líneas de ropa con propaganda y diseños LGBT para bebés que Target y Kohl’s lanzaron, constituyen otro ejemplo. Todas estas grandes empresas han sufrido pérdidas que jamás imaginaron.
Estas fracasadas campañas describen, de manera elocuente, dos realidades que no se pueden desconocer. Por un lado, vemos la desesperación de la agenda 2030 por meter sus garras en todas partes, incluidos en los bebés, a quienes ya no sólo tratan de controlar y disminuir con la propaganda del aborto, sino también con la manipulación criminal del transgenerismo infantil. Y por otro lado, comprobamos la ceguera de empresas manipuladas por la cultura woke, que han caído en la trampa de poner sus productos, acciones en la bolsa de valores y trayectorias exitosas, en manos de publicistas y directivos atormentados por estas ideologías tan nefastas.
Quienes promueven estas campañas no han escuchado el sentimiento social ante el futuro que ellos mismos les han vendido. Hoy son más lo que miran a sus hijos y a su alrededor y se preguntan: ¿Qué clase de personas (padres, tutores, políticos, médicos, empresarios, maestros) pueden promover que los niños, basados en una supuesta e inducida autopercepción, se cambien el sexo, es decir, laceren su biología para siempre, animados por la ideología de moda, que venden como humo multicolor los tiktokers transgéneros?
¿Cuando corremos la cortina de la publicidad y la demagogia, aún vemos la gran defensa de los “derechos” de los homosexuales, o una industria salvaje, a la que no le importan las consecuencias, solo los likes, los followers, la fama, el ego, el control social, la imposición, el aplauso, el dinero?
La agenda de la deconstrucción woke quiere incrustar en todas partes sus desatinadas y no pocas veces resentidas intenciones. Incluso, ya no solo desatando conflictos y fabricando crisis de todo tipo, tal como dicta la doctrina marxista, sino también dañando o poniendo en peligro la vida de las personas. No cerremos los ojos ante las historias de muchachas que, manipuladas por la propaganda y el adoctrinamiento, pusieron sus senos en manos de cirujanos que se los amputaron siendo apenas adolescentes. Chicos que hoy sufren haberse lanzado, presos de la moda del transgenerismo, a cambiarse el sexo de un tajo. Vidas sesgadas en salones de operaciones donde la ciencia es sometida a inescrupulosos lobbies. No son pocas las que han demandado a doctores e instituciones. De cualquier modo, ¿quién puede devolverle sus vidas, sus cuerpos, sus almas, como antes eran, antes de que se las violaran?
Hemos visto cómo transexuales han propinado terribles golpizas a mujeres en deportes de pelea. Nadadoras, campeonas dentro y fuera de los Estados Unidos, que han sido sometidas a competir con hombres que se “identifican como mujeres”. Y hasta los criminales, que bajo el pretexto de ser transgéneros, han violado a mujeres. ¿En estas situaciones de verdad que no importan los derechos de las mujeres?
Vale recordar lo sucedido hace 5 años con Stephen Terence Wood, un violador que sabía que los directivos de las prisiones británicas, presos ellos mismos de la ideología de género, estaban de acuerdo con enviar a los criminales a centros penitenciarios de hombres o mujeres no por su verdadero sexo, sino por su autopercepción. Así que Wood, estando en prisión preventiva por nada más y nada menos que tres violaciones, solo tuvo que decir que se sentía mujer y que se había cambiado el nombre por Karen White, para que las negligentes autoridades del Reino Unido lo transfirieran a terminar de cumplir su condena en una cárcel de mujeres.
A los pocos días el habilidoso Wood, que había violado a una mujer embarazada y que estuvo preso más de un año por intentar agredir sexualmente a dos niños de 12 años, gracias a la hegemonía de la cultura woke, logró su propósito y, usando peluca de mujer, asaltó sexualmente a varias reclusas en la nueva cárcel con que lo premiaron. Finalmente en septiembre de 2018, Christopher Batty lo sentenció a cadena perpetua. Este juez le dijo lo innegable: “Usted es un depredador, muy manipulador y desde mi punto de vista, un peligro. Representa un significativo riesgo de hacer daño a niños, mujeres y a la gente en general”. Lo lamentable y lo que nadie puede revertir es el daño que las leyes woke y sus ejecutores causaron a esas mujeres violadas. Pues fueron precisamente quienes deben proteger mediante las leyes a la ciudadanía, los que ayudaron a Wood a que cometiera sus crímenes contra las mujeres izando la bandera del arcoíris de la ideología de género.
A propósito de este increíble caso, la columnista Janice Turner escribió en el diario británico The Times: “Encerrar a violadores en cárceles de mujeres, entre reclusas vulnerables que incluyen víctimas de violación, es como poner al zorro en el gallinero”. Por supuesto que, incluso ante estos hechos que evidencian que la propaganda de género y la autopercepción no pueden superponerse al sentido común, las leyes y la ciencia, no faltaron los activistas pro transgenerismo que arguyeron que no todos los criminales que se identificaban como mujeres se comportan así.
¿Hasta dónde va a llegar el sin sentido de este siglo, dominado por la falacia de vivir las vidas de otros en la pedestre virtualidad de las redes sociales, el elogio de la banalidad, la legitimación de la vulgaridad y la expansión de la locura woke, con sus fabricados conflictos raciales y sexuales, y su inmoral agenda que busca empujar a los niños y adolescentes a que se sometan a irreparables cambios hormonales y hasta mutilaciones de los órganos que no solo definen su sexo, sino que son parte vital de su biología?
Al parecer, no todo va mal, pero el desquicio de la sociedad actual es a veces tan inimaginable, que ante ello, hace unos días, el republicano Kevin Stitt, gobernador de Oklahoma, promulgó un proyecto de ley donde ha tenido que definir las palabras “madre” y “mujer”. Parece increíble, pero es real. En el documento se define a la palabra “madre” como “la madre de un niño o niños”, y la palabra “mujer” como “una persona física que es mujer”. ¿De verdad hemos involucionado tanto que hemos tenido que definir algo que todos en realidad sabemos porque es un hecho?
El proyecto, además, invalida a los hombres biológicos, es decir, a los hombres, para recibir subvenciones del gobierno que están destinadas a las mujeres, y les prohibe usar baños femeninos. La senadora estatal Jessica Garvin, promotora de la iniciativa de intención legal, dijo en enero al diario Daily Caller que el objetivo es “proteger a las mujeres de hombres que intenten invadir los espacios destinados para un solo sexo”. Lo cual jamás ha debido ponerse en riesgo. Menos mal que algunos escuchan las alarmas.
“Hay estados donde ha habido hombres que han sido encarcelados y luego decidieron identificarse como mujeres. Obviamente, eso ha sido problemático porque resulta que algunos de estos hombres han abusado sexualmente de mujeres mientras estaban encarcelados”, dijo Garvin. Pues hay varias terribles historias como la del perverso Wood.
El atinado proyecto de ley de Oklahoma expresa que “el Estado, cualquier subdivisión política o cualquier agencia o departamento estatal, incluidos, entre otros, los distritos escolares públicos, que recopilan estadísticas vitales y datos precisos de salud pública, delitos, economía y otros: identificará a cualquier persona física que forme parte de los datos recopilados como hombres o mujeres tal y como se define en la Sección 62 del Título 25 de los Estatutos de Oklahoma”. Lo que significa que no se va a permitir que la evidencia científica sea desplazada por los lobbies de la idiotez, la indefinición y la autopercepción, que tanta confusión y dolor, muchas veces irreparables, han causado en los niños y jóvenes en esta era.
En resumen, ni la biología ni el sentido común deben ser pisoteados por infundadas teorías. Mucho menos cuando se trata de niños y adolescentes. La ideología de género y el transgenerismo no es un juego, es muy peligrosa. Toda esta locura de los izquierdistas radicales, que curiosamente se presentan como los más preocupados y defensores de las «reivindicaciones» de mujeres, gays o negros, por solo citar sus etiquetas y pretextos favoritos, no hacen nada bueno, sino que por el contrario, terminan infringiendo sufrimiento a las llamadas “minorías” y a la sociedad en general.
Insisto: debemos impedir que el sentido común se haga cada vez menos común. Hoy el “calentamiento global” se presenta como el más grave desafío de la humanidad. Y no es así. La verdadera urgencia y el más urgente desafío de nuestra especie en esta era, es impedir el desplome del sentido común. De ello depende absolutamente todo lo demás. Que no te engañen.