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El gran reto sigue siendo la transición de poder en Venezuela. Con un presidente electo legítimo, Edmundo González Urrutia, listo para asumir el 10 de enero, la comunidad internacional enfrenta la encrucijada de presionar para que Nicolás Maduro deje el poder o seguir normalizando un régimen que ha demostrado su desprecio por la democracia y los derechos humanos.

El precedente de Guatemala, donde Estados Unidos actuó con firmeza para garantizar que Bernardo Arévalo asumiera la presidencia, debería servir de guía. Si esa misma determinación no se aplica en Venezuela, la pregunta inevitable será: ¿por qué?  

En este escenario, Donald Trump parece enviar un mensaje claro a todos los actores involucrados: no habrá espacio para ambigüedades. Las empresas que han trabajado con el régimen, los cabilderos que han defendido sus intereses y los aliados internacionales que han sido permisivos deberán ajustarse a una nueva realidad.  

La clave está en la acción, no en las palabras. Las promesas de firmeza en esta perspectiva solo tendrán impacto si se implementan con determinación. Estados Unidos es indudable que tiene los medios para presionar. Y el pueblo venezolano tiene la convicción y la voluntad de luchar por un cambio.  

La estrategia de la nueva administración de Estados Unidos que se encargará del poder el próximo 20 de enero parece diseñada para cambiar por completo las reglas del juego. Tiene una postura clara en temas como petróleo y seguridad. Hacia donde apunta Trump es al talón de Aquiles de las políticas previas.

Uno de los pilares de la nueva estrategia es desmontar la dependencia estadounidense del petróleo venezolano. Estados Unidos tiene recursos energéticos de sobra y, por tanto, no requiere financiar a un régimen que ha convertido a Pdvsa en una fachada para el lavado de dinero y la corrupción.  

Las críticas a Chevron y otras empresas que han negociado con el régimen no son una exageración. Estas compañías, en este contexto, han contribuido a sostener a Maduro, priorizando sus propios intereses comerciales sobre los valores democráticos y los derechos humanos. Trump parece decidido a enviar un mensaje contundente: no se permitirá que los intereses privados se impongan sobre los intereses políticos en favor de la democracia.  

El tiempo corre. El 10 de enero marca un momento decisivo para Venezuela. Ha habido errores internos y externos, complacencia, también apoyos importantes, pero este momento es especial. El pueblo venezolano habló con absoluta claridad el 28J, el mundo democrático ahora tiene la oportunidad de demostrar que va más allá de los discursos y asume, por tanto, un compromiso definitivo por hacer respetar la voluntad popular. Es la única manera de defender la vida en democracia.

 

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