Científicos e historiadores proponen cambiar la forma de contar los años, comenzando desde el principio de la humanidad, hace 12.000 años…

El calendario de la humanidad

Desde que la humanidad empezó a formar sus primeras comunidades, hemos buscado maneras de medir el tiempo. Uno de los más conocidos es el calendario gregoriano, que el Papa Gregorio XIII nos trajo en 1582. Este se volvió la norma mundial, sobre todo porque los países europeos lo adoptaron y luego lo llevaron a todos los rincones del planeta. Pero no es el único calendario que existe. También tenemos el judío, el islámico, el chino, el hindú, y varios más. Cada uno de estos calendarios tiene su propia lógica y fechas de inicio, basadas en eventos sociales, políticos, religiosos, mitológicos o astronómicos.

En los últimos años, algunos científicos e historiadores han planteado que es hora de cambiar la forma de contar los años y preguntan: ¿Por qué no comenzar desde el principio de la era neolítica, hace unos 12.000 años?

Esta idea conlleva implicaciones sociales, políticas, económicas y culturales muy arraigadas, pero cambiar el calendario podría ayudarnos a valorar más nuestra historia como especie, reconociendo a todas las culturas que han contribuido a nuestro desarrollo desde aquellas primeras aldeas agrícolas.

Al adoptar un calendario que refleje los 12.024 años de la historia humana, podríamos movernos más allá de una visión eurocéntrica o religiosa de la historia. Este enfoque más inclusivo nos recordaría que todos los pueblos han jugado un papel en nuestra historia compartida. Además, un calendario así eliminaría esas divisiones artificiales entre «antes» y «después» de eventos religiosos, políticos u otros. Sería una forma de promover una sensación de unidad global y una apreciación más profunda del continuo progreso humano.

El calendario de la agricultura

Determinar cuál fue el primer calendario que usamos es imposible, porque las primeras formas de medir el tiempo surgieron en diferentes culturas de manera independiente. Lo que sí sabemos es que la necesidad de organizar y medir el tiempo nació cuando los humanos empezaron a pensar de manera consciente, dejando de actuar solo con el instinto animal. Imaginemos a nuestros ancestros observando cómo pasaban los días y las estaciones, y dándose cuenta de que necesitaban una manera para saber cuándo plantar y cosechar. La agricultura fue el primer gran motor para crear calendarios. En lugares como Mesopotamia y Egipto, donde nacieron las primeras civilizaciones agrícolas, los calendarios se usaron para predecir las inundaciones de los ríos Tigris, Éufrates y Nilo, cruciales para las cosechas. Esto permitía a los agricultores planificar sus labores y asegurarse de que habría comida suficiente para todos.

Pero no solo la agricultura se benefició de estos primeros calendarios. Las primeras civilizaciones también los usaron para coordinar actividades sociales, religiosas y comerciales. Podían organizar fiestas, rituales y eventos políticos con una precisión nueva. Esta organización fue clave para la supervivencia y el progreso de la humanidad, permitiéndonos pasar de grupos nómadas a sociedades más adelantadas.

La agricultura comenzó alrededor del 10.000 a.C. en una región que hoy conocemos como el Medio Oriente, donde nuestros ancestros empezaron a cultivar trigo, cebada y legumbres, y a domesticar animales como ovejas, cabras y vacas. Este cambio revolucionó nuestra forma de vida, haciendo la producción de alimentos más predecible y eficiente, y cimentando las bases para el desarrollo de la humanidad tal como la conocemos hoy. Así, los calendarios no solo fueron herramientas prácticas, sino símbolos de nuestra ingeniosidad y capacidad de adaptación.

La creación de calendarios 

El calendario es uno de esos inventos que nos separa claramente del resto del reino animal. Mientras que la mayoría de los animales viven en el aquí y ahora, reaccionando a lo que pasa a su alrededor y guiados por sus instintos, los humanos tenemos la capacidad única de medir el tiempo y planificar a mediano y largo plazo.

Imagina a un león en la sabana, cazando porque tiene hambre y descansando cuando está cansado. Sus acciones están dictadas por necesidades inmediatas. Puede que algunos animales recuerden eventos pasados o anticipen futuros en un contexto muy limitado, pero su capacidad para planificar a largo plazo es extremadamente restringida. Nosotros, en cambio, hemos desarrollado calendarios para dividir el tiempo en unidades manejables como días, semanas, meses y años, y en la actualidad hasta las horas con los relojes, o con los smartphones. Esto no solo nos ayuda a organizar nuestras actividades cotidianas, sino también a planificar grandes proyectos y eventos futuros con enorme exactitud. Desde la antigüedad, hemos usado los calendarios y hoy, seguimos usando estos sistemas para planificar desde nuestras vacaciones hasta las misiones espaciales más ambiciosas, como los próximos alunizajes y el esperado viaje a Marte.

La capacidad de prever y organizar el futuro ha sido esencial para el desarrollo de la agricultura, la construcción de infraestructuras y la creación de las sociedades contemporáneas. Es esta habilidad la que ha logrado la humanidad para subsistir, prosperar y alcanzar logros asombrosos. Así que, cuando miramos el calendario y nos preguntamos si llevamos más de 12.000 años desde que estamos conscientes de lo que hacemos en el tiempo, estamos reconociendo nuestra constante búsqueda de entender el entorno terrestre —y de explorar el universo— que habitamos

Observación y registro sistemático de la naturaleza

Los animales siguen ciclos naturales como la migración y la hibernación, guiados por cambios en el ambiente y sus propios biorritmos. No tienen una noción abstracta del tiempo como nosotros. La creación de calendarios expone nuestra capacidad para observar y registrar sistemáticamente los patrones naturales.

Nuestros antepasados miraban al cielo y notaban las fases de la luna, el movimiento del sol, de las estrellas, y los cambios de las estaciones. Con estas observaciones, crearon los primeros calendarios, que marcaban el paso del tiempo, e impulsaban nuestro entendimiento y control sobre el entorno. Este avance ha sido esencial para nuestra evolución y desarrollo como civilización, y sigue siendo una herramienta vital en nuestra vida cotidiana y en nuestro progreso científico.

Al considerar un calendario que refleje 12.024 años de historia humana, no solo estamos ajustando números. Estamos proponiendo una nueva perspectiva que reconoce nuestra larga y rica historia de observación, innovación y adaptación.

Transmisión cultural y educación

Los calendarios no son solo una herramienta para saber qué día es hoy. Son un legado cultural que pasa de generación en generación. Desde pequeños, nos enseñan a usar el calendario, a marcar fechas importantes y a planificar nuestras actividades. Además también tiene un significado simbólico y ritual en muchas culturas.

Las fiestas religiosas, los aniversarios y las festividades nacionales tienen un lugar especial en el calendario y en nosotros. Celebrar estas fechas no solo nos ayuda a recordar eventos importantes, sino que también refuerza nuestra identidad cultural y nos conecta con nuestras raíces y tradiciones comunitarias.

Recuerdas cómo las Navidades, el Año Nuevo, el Janucá, el Festival de Primavera chino, el Eid al-Fitr, que marca el final del mes sagrado de Ramadán musulmán, o el Diwali, o Festival de las Luces de la India donde se celebran de una u otra forma el triunfo del bien sobre el mal y la luz sobre la oscuridad, y se caracterizan por decoraciones diversas con luces, fuegos artificiales y reuniones que unen a las familias y comunidades. Estas celebraciones no serían posibles sin un calendario que las marque y las mantenga vivas año tras año. Es una manera de explicar el tiempo y las costumbres de una generación a la siguiente, asegurando que no se pierdan en el olvido. Un calendario que abarque toda nuestra historia integraría estas celebraciones de la humanidad y sería más inclusivo, y simbolizaría cuánto hemos avanzado como especie. Se convertiría en una forma de festejar nuestra capacidad de adaptación y nuestra voluntad de seguir adelante, aprendiendo del pasado y mirando hacia el futuro. Pensemos que celebrar el año 12024, es reconocer todo lo que hemos logrado a lo largo de milenios: Una poderosa afirmación de nuestra resiliencia y nuestra unidad como seres humanos.

Organización social y política

La vida en comunidad, en lo social y en la política también necesitaban de calendarios para funcionar bien. A medida que las sociedades se hicieron más complejas, se hizo necesario coordinar las actividades colectivas. Supongamos que tratamos de organizar una ceremonia religiosa, un festival, o una reunión política sin tener una fecha fija. Sería un caos. Los calendarios ayudaron a asegurar que todos los miembros de una comunidad para que participaran en estos eventos importantes. En algunas culturas, los calendarios también sirvieron para legitimar y reforzar el poder de los líderes políticos y religiosos. Los sacerdotes y gobernantes solían ser los encargados de interpretar los ciclos del calendario y organizar los eventos clave. Esto no solo consolidaba su autoridad, sino que también proporcionaba una estructura temporal que mantenía cohesionada a la sociedad.

Basta figurarse a los antiguos egipcios planificando la construcción de una pirámide. Necesitaban saber cuándo empezar y cuánto tiempo tomaría, y esto solo era posible con un calendario bien organizado.

Del mismo modo, los mayas usaban su complejo calendario para planificar sus actividades agrícolas, ceremoniales y políticas.

No solo marcaba el tiempo, sino que también reflejaba el orden y la estructura de la sociedad. Era una herramienta muy útil para la planificación y la organización, y su uso se extendió a todos los aspectos de la vida comunitaria. Así, cuando hablamos de un calendario que indique 12.024 años de historia humana, estamos reconociendo la importancia de esta herramienta en la evolución de nuestras sociedades.

Adoptar un calendario que abarque toda nuestra historia podría darnos una nueva perspectiva sobre nuestro lugar en el tiempo. Nos recordaría que somos parte de una larga tradición de organización y planificación que de la humanidad para avanzar y prosperar. ¿No sería increíble celebrar el año 12 mil y tanto, y sentirnos conectados con nuestros ancestros que dieron los primeros pasos en la organización del tiempo? Esta nueva manera de ver el calendario nos invita a valorar más profundamente nuestra capacidad para adaptarnos y evolucionar como sociedad.

Rituales religiosos y ciclos cósmicos

Las observaciones astronómicas y los rituales religiosos siempre han ido de la mano en la creación de los primeros calendarios. Los humanos al comienzo miraban maravillados el firmamento —sin la contaminación lumínica del presente— y observaban los movimientos de la Luna, el Sol, las Estrellas, y la Vía Láctea, y relacionaban estos fenómenos con sus creencias. Los calendarios lunares y solares, como los utilizados por los babilonios y los hebreos, son una clara muestra de esta conexión entre la cosmología y la vida diaria. Las festividades religiosas a menudo se basaban en ciclos astronómicos, como los solsticios y equinoccios. Estas celebraciones no solo marcaban momentos importantes en el año, sino que también ayudaban a las comunidades a alinearse con los ritmos naturales del cosmos. Tomemos el caso del calendario maya, que combinaba ciclos de 260 días (Tzolk’in) y 365 días (Haab’) para determinar fechas propicias para ceremonias religiosas y otros eventos.

En las sociedades teocráticas, los calendarios religiosos eran una herramienta que otorgaba a sus líderes una enorme influencia sobre la vida social, espiritual, educativa y económica de la comunidad. Controlar el calendario significaba poder organizar y coordinar la vida día a día, y a la vez, reforzaba su autoridad.

La vida entera de la comunidad giraba en torno a estos ciclos y observaciones astronómicas. Esto no solo aseguraba la supervivencia a través de una agricultura exitosa, sino que igualmente mantenía la cohesión social y espiritual.

Un calendario de más de 12.000 años de historia honraría la sabiduría de nuestros ancestros, que miraban al cielo no solo para comprender el mundo natural, sino para encontrar su lugar en el universo. Cambiar nuestra perspectiva sobre el calendario nos invita a valorar más profundamente estas conexiones antiguas y a reconocer la importancia de alinearnos con los ritmos naturales y cósmicos, y brindar tributo a nuestras raíces y de avanzar con una mayor conciencia de nuestra historia y nuestro lugar en el cosmos.

Comercio y navegación

El comercio a larga distancia y la navegación también jugaron un papel en el desarrollo de los calendarios. Los mercaderes de la antigüedad necesitaban sistemas fiables para planificar sus viajes y transacciones mercantiles. Conocer las estaciones y los ciclos lunares era vital para evitar condiciones climáticas adversas y asegurar el éxito de sus expediciones. Tomemos el patrón de los fenicios, conocidos por su destreza en la navegación y el comercio en el mundo mediterráneo. Ellos utilizaban calendarios para planificar sus rutas marítimas. Del mismo modo, los griegos y los romanos desarrollaron calendarios que les ayudaban a sincronizar sus actividades militares. Hoy en día, no podemos imaginar el transporte de carga o de viajeros sin la precisión del calendario —y del GPS satelital— llevado a su máxima expresión. Desde la salida de un vuelo hasta la llegada de un barco de carga, cada movimiento está meticulosamente calculado. Contamos los días e incluso las horas para coordinar la logística global.

Entonces, ¿por qué no adoptar un calendario que refleje de manera más precisa la verdadera antigüedad de nuestra civilización?

Hagamos el ejercicio de responder: ¿Cómo pensaríamos si todos adoptáramos este nuevo calendario? Podría ser una manera de recordarnos que, aunque vivimos en un mundo moderno y acelerado, nuestras orígenes son profundos y antiguos. Y que cada día, mes y año que pasa, seguimos construyendo sobre las bases establecidas por nuestros antepasados originarios, sincronizando nuestras vidas con la impresionante historia de la humanidad.

Registro y legado histórico

En definitiva, los calendarios han sido clave para registrar el tiempo y los eventos históricos. La cronología de las civilizaciones documenta su legado, transmite conocimientos a las futuras generaciones y preserva y traspasa su cultura. La combinación de la escritura y el calendario permitió la creación de registros históricos detallados, fundamentales para nuestra comprensión de las civilizaciones antiguas.

Estos no solo documentan eventos humanos, sino que también observan y evidencian fenómenos naturales y astronómicos. De hecho, estas civilizaciones usaban sus calendarios de los ciclos solares y lunares, predecían eclipses, y entendían las estaciones, lo cual era vital para la agricultura y la navegación y causaban un impacto en su cultura.

Este sistema de registro también ha sido crucial para la transmisión de conocimientos. Gracias a los calendarios, podemos rastrear el desarrollo de las ciencias, las artes y las culturas a lo largo del tiempo. Nos muestran cómo las sociedades evolucionaron, adaptaron sus calendarios y crearon nuevas formas de medir la variable temporal. Un calendario que marque más de 12.000 años nos invita a apreciar nuestra propia era como parte de una narrativa mucho más extensa, una que abarca miles de años de innovación, cultura y progreso. Entonces, la próxima vez que mires la fecha en tu calendario, piensa en toda la historia ha transcurrido. Desde los primeros agricultores que observaron las estrellas hasta los científicos que planifican misiones a Marte, hemos usado de alguna forma este calendario para registrar nuestro lugar en el tiempo: En el presente, 12.024 años de integración histórica representaría un avance en nuestra comprensión y apreciación integral de nuestra extraordinaria y diversa herencia de la cual todos hemos formado parte.

Más allá del calendario

La forma en que medimos nuestra cronología no es solo una cuestión de conveniencia práctica, es un tema de cómo debemos percibir nuestra historia y nuestra identidad colectiva. Pensemos ¿cuántos de nosotros crecimos creyendo que la historia de nuestro continente comenzó en 1492 con el «descubrimiento» de América? Esta narrativa simplificada y eurocéntrica no solo ignoraba, sino que también borraba la complicada historia de las civilizaciones que ya florecían en América mucho antes de la llegada de los europeos.

Las civilizaciones avanzadas de Centro y Suramérica, como los mayas, los aztecas y los incas, estaban a la vanguardia en astronomía, arquitectura y agricultura. Los incas, o quechuas, incorporaron a otros grupos étnicos como los aymaras en su imperio en expansión. Cada una de estas culturas tenía sus propios idiomas, tradiciones, costumbres, y sí, calendarios minuciosos que señalaban las estaciones de manera sofisticada. Estos logros, sin embargo, quedaron relegados a un segundo plano en nuestra educación. En su lugar, se nos orientó con una visión del pasado que minimizaba las contribuciones de estos pueblos indígenas. Al reconocer y valorar plenamente estas civilizaciones precolombinas, podemos tener una apreciación más justa de la verdadera historia de América, e incluso, de nuestra autoestima e identidad.

Antes de la llegada de los colonizadores europeos, Norteamérica también estaba habitada por diversas culturas indígenas que desarrollaron sociedades con sistemas propios de gobierno, economía, religión y arte. Las civilizaciones existentes en todo el continente americano crearon calendarios, desarrollaron sistemas de escritura, avanzaron en matemáticas (incluyendo el uso del concepto del cero) y tenían conocimientos astronómicos precisos. Utilizaron estos conocimientos para crear un calendario completo y una arquitectura monumental, incluyendo pirámides, templos y palacios, u organizando comunidades y sistemas sociales. En la agricultura, desarrollaron técnicas innovadoras como las chinampas, islas artificiales para cultivo, y sistemas de terrazas en las montañas andinas. También construyeron canales y calzadas en Centroamérica y perfeccionaron técnicas avanzadas de plantaciones.

En Norteamérica, la comprensión y el respeto por las culturas y la historia de los pueblos autóctonos son esenciales para una valoración justa de la historia del continente.

Así que, al preguntarnos si estamos en el año 2024 o 12024, tenemos que reconsiderar nuestra perspectiva histórica. Adoptar este calendario que refleja toda la antigüedad de la civilización humana y nos da una visión más amplia y justa de nuestro pasado, y nos otorga la oportunidad de celebrar y aprender de la toda la diversidad de experiencias y conocimientos que nos han llevado hasta aquí.

El calendario inicia con una civilización consciente

Si empezáramos a contar el calendario desde hace aproximadamente 12.000 años, coincidiríamos con el final de la última gran glaciación del Pleistoceno, un evento significativo tanto científica como universalmente. Esto podría fomentar una visión más racional y basada en hechos de nuestra evolución y desarrollo. En ese tiempo, un clima más cálido —después de la última glaciación— y estable, facilitó el surgimiento de la agricultura y el asentamiento de las primeras civilizaciones. Así, pasamos de ser cazadores-recolectores a establecer sociedades agrícolas y urbanas, desarrollando técnicas más evolucionadas y estructuras sociales.

Además de la agricultura, los humanos comenzamos a desarrollar la escritura, la metalurgia, la navegación y muchas otras experticias que han sido fundamentales para nuestro avance como especie. En 1993, el geólogo Cesare Emiliani propuso el «Calendario Holoceno» como una alternativa al actual calendario. Emiliani, un pionero en el estudio en microfósiles para reconstruir la historia climática de la Tierra, sugirió añadir 10,000 años al calendario actual. Así, el año 1 d.C. se convertiría en el año 10.001 del Holoceno (HE). Según este calendario, en la actualidad estaríamos precisamente en el año 12024.

Anteriormente, el historiador y filósofo William James Durant quien escribió en 1963 la monumental obra “La historia de la Humanidad” también exhortó que deberíamos contar los años a partir del inicio de la agricultura, situando el comienzo de una era verdaderamente humana alrededor de 10.000 años antes del presente, aproximadamente en el 8.000 a.C. Durant destacaba la revolución neolítica como el inicio de la civilización tal como la conocemos, con el establecimiento de asentamientos permanentes y la domesticación de plantas y animales. Concibe un mundo donde los estudiantes aprendieran que estamos en el año 12024, reconociendo así los milenios de desarrollo humano que nos preceden, y promoviendo una mayor apreciación por la diversidad y los logros de todas las culturas a lo largo de los siglos.

¿Te imaginas celebrar este año 12024 con esta perspectiva? Nos haría más conscientes de nuestra historia compartida, y nos inspiraría a seguir avanzando, honrando la herencia cultural de aquellos que nos precedieron.

Resistencia al cambio

Implementar un nuevo calendario global no sería nada fácil. La resistencia vendría de todas partes debido a la fuerte conexión cultural y tradicional con los calendarios actuales. Muchas sociedades están profundamente arraigadas en sus sistemas de tiempo, entrelazados con prácticas religiosas y culturales. Cambiar esto no solo sería complicado, sino que implicaría una gran reestructuración de sistemas administrativos y civiles. Adaptar documentos legales, sistemas informáticos y procesos burocráticos sería costoso y llevaría mucho tiempo.

A lo largo de la historia, los intentos de crear nuevos calendarios han tendido a ignorar o subsumir las cronologías y tradiciones de otras culturas, lo que a menudo es visto como una forma de discriminación. Adoptar un calendario universal basado en una nueva cronología podría repetir este patrón, marginando a comunidades que decidan seguir otros sistemas de medir el tiempo.

Un sin número de calendarios están profundamente ligados a la identidad religiosa y cultural de las comunidades. Es en caso del calendario islámico, basado en la Hégira, tiene un significado religioso profundo para los musulmanes. Cambiar este sistema podría ser percibido como una amenaza a su identidad y herencia cultural.

La idea de un calendario que refleje la totalidad de la historia consciente de la humanidad desde el inicio del neolítico es potencialmente unificadora. Sin embargo, reconocer nuestra historia completa no debe marginar las tradiciones y comunidades que han dado forma a nuestra identidad colectiva. Un enfoque verdaderamente inclusivo y global debe encontrar un equilibrio entre honrar la diversidad de nuestras cronologías, y promover una narrativa unificada y coherente de la historia humana. Solo así podremos avanzar hacia un futuro donde nuestra comprensión del tiempo y la historia refleje verdaderamente la riqueza y la complejidad de la experiencia humana.

Esta propuesta de un nuevo calendario podría inspirar una mayor apreciación de nuestra historia compartida, fomentando un sentido más fuerte de conexión con nuestro pasado. Con todo, es crucial que cualquier cambio respete y valore las tradiciones y culturas que han contribuido a nuestra historia colectiva. Integrar diversas cronologías y encontrar puntos comunes puede ser la clave para una transición armoniosa hacia un calendario que celebre la diversidad y la unidad de la humanidad.

Mientras tanto…

…Existen numerosos calendarios en la historia de la humanidad, cada uno desarrollado para cumplir con las necesidades culturales, religiosas y prácticas de las civilizaciones que los crearon. Entre los más conocidos y utilizados hoy en día están el Calendario Gregoriano, que usamos en la mayoría del mundo y que nos dice que estamos en el año 2024; el Calendario Judío, que desde el siglo VI a.C. nos sitúa en el año 5784; y el Calendario Islámico, comenzado en 622 d.C. con la Hégira, que marca el año actual en 1445. También tenemos el Calendario Chino, que desde el siglo II a.C. nos sitúa en el año 4722; y el Calendario Hindú, que tiene varias versiones: la Vikram Samvat, que dice que estamos en el año 2081, y la Shaka Samvat, que nos coloca en el año 1946. El Calendario Etíope, desde la Edad Media, dice que estamos en el año 2017; el Calendario Zoroástrico, desde el siglo IV a.C., nos marca el año 1393; el Calendario Bahá’í, desde 1844 d.C., sitúa el año actual en 180 de la Era Bahá’í; y el Calendario Budista, desde el siglo III a.C., indica que estamos en el año 2567 de la Era Budista.

Redefinir nuestra cronología histórica para incluir los 12.024 años de desarrollo de la humanidad consciente sería un acto de justicia histórica. Reconoceríamos la complejidad y la riqueza de nuestra evolución como especie y nos invitaría a mirar hacia el futuro con una comprensión más profunda de nuestro pasado. Para los americanos la historia de la humanidad no comenzó en 1492, ni en ninguna otra fecha. Es una epopeya que se remonta a los albores de la civilización misma, y es hora de que nuestras narrativas reflejen esa verdad.

Aceptar y adaptarnos a un calendario que considere estos 12.024 años de historia no solo reconocería los grandes avances de nuestras civilizaciones precolombinas y otras culturas antiguas, sino que también nos daría una perspectiva más amplia y justa de nuestro recorrido en este planeta. Es una invitación a ampliar nuestra visión, a valorar todo lo que hemos logrado y a encarar el futuro con un sentido renovado de unidad y propósito.

Un detalle… El Calendario de la Era Espacial (1961 d.C.), propuesto con el objetivo de tener un “Calendario Universal” basado en el tiempo atómico, nos indica que cada uno de nosotros está constituido por átomos creados hace 13.800 millones de años y que llegaron a la Tierra en su constitución hace 4.500 millones de años, pero este tema lo trataremos en otra oportunidad… Que la Divina Providencia los acompañe…


María Mercedes y Vladimir Gessen son psicólogos. Autores de Maestría de la felicidad y de ¿Quién es el Universo?


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