Los habitantes del apacible vecindario del sureste de Brasil donde se estrelló un avión intentaban este sábado digerir la tragedia, mientras los rescatistas recuperaban uno a uno los 62 cadáveres del interior del aparato, cuyos restos permanecen esparcidos sobre un jardín.
«Fue horrible, horrible. Nunca vi un accidente tan grave, una tragedia tan triste aquí en Vinhedo. Nunca imaginé que viviría algo así, tan impactante», dice temblorosa Lourdes da Silva Astolfo, quien vive a unos metros de donde se estrelló la aeronave en esta ciudad, ubicada a unos 80 km al noroeste de Sao Paulo (sureste).
Esta mujer, de 67 años, que vive con su hijo y su marido, estaba por salir de su casa cuando sintió un «estruendo» y «como un temblor» cuando de pronto vio el avión casi encima. Segundos después, en medio de gritos, sienten el impacto y aflorar el espeso humo.
«Estábamos perdidos, perdidos. Entonces empezamos a llamar a todos lados pidiendo ayuda», relata.
«La sensación fue como que me quedé sin piso» al momento del impacto, recuerda, aunque luego se dio cuenta de que su casa estaba intacta. «Fue tan triste que ni pude dormir», explica entre lágrimas.
El avión se estrelló en Brasil, en el jardín de una de las decenas de casas, muchas de ellas con piscina, del Residencial Recanto Florido, un condominio enclavado en un entorno arbolado, alejado del centro de Vinhedo, una localidad de 76.000 habitantes.
Debía aterrizar en el aeropuerto internacional de Guarulhos, tras haber partido dos horas antes desde el estado de Paraná (sur).
Cayó «de barriga», pero con la velocidad y la fuerza del impacto quedó «achatado», con los pasajeros atrapados entre los hierros, muchos «carbonizados» por la explosión, explicó la teniente de Bomberos de Sao Paulo Olivia Perroni Cazo, una de los 200 efectivos que participa en el complejo trabajo de recuperación de los cuerpos.
«Impotencia»
Unos 20 cuerpos ya fueron retirados de entre los hierros del avión y están siendo trasladados al Instituto de Medicina Legal (IML, forense) de la ciudad de Sao Paulo, Brasil.
Desde que se produjo el accidente pasado el mediodía del viernes, en la estrecha calle que pasa por delante del condominio, el ir y venir de patrullas, camionetas de bomberos y camiones no cesa.
La lluvia no impide que se acerquen algunos vecinos de barrios aledaños a echar un vistazo o preguntar qué se sabe del siniestro.
Los habitantes del propio condominio, en cambio, están en su mayoría resguardados en sus hogares.
Roberta Henrique, presidenta de la asociación de vecinos, subraya la importancia de respetar la privacidad y la seguridad de quienes viven cerca de donde ocurrió el accidente. Subraya que es un momento «muy trágico» y que «tomó a todos por sorpresa», dejando a los vecinos «asustados, psicológicamente conmocionados».
«La sensación era de pánico, de impotencia por no poder hacer absolutamente nada para ayudar y simplemente intentar salvar a quien pudiera correr. Fue muy, muy triste», declara a la AFP.
«Realmente no estaba en poder de nadie hacer absolutamente nada. Esa fue la tristeza más grande», agrega.
Algunos de los vecinos, no obstante, han cedido los jardines de sus viviendas para el trabajo logístico de los bomberos, los policías y el personal forense. Varios también colaboran ofreciendo algún insumo, bebidas o algo de comer, cuenta Henrique, un residente de 38 años.
Pero el escenario de la tragedia, que se reduce al perímetro del jardín de una casa, está restringido a todo el resto de personas, incluidos periodistas. Ante la insistencia de un fotógrafo, uno de los policías que protege la entrada del condominio, le dice: «Solo hay hierros y cuerpos y, créeme, no querrías publicar eso».