Lula venezuela guyana
Foto: EFE/ André Coelho

A tres semanas de cumplir el primer semestre de su tercer mandato, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, no la está pasando bien.

A diferencia de lo ocurrido en su doble cuatrienio de 2003 a 2011, cuando gozaba de una popularidad de entre 60 y 70% en su país, al tiempo que era una estrella en el plano internacional, el viejo león, de 77 años, ya no ruge como antes.

En el frente interno, a Lula le va a costar mucho cumplir sus promesas en materia de lucha contra la pobreza y el hambre, exitosas banderas de su gobierno del primer decenio del siglo, cuando sacó a más de 30 millones de brasileños de la pobreza.

Durante sus dos primeros periodos presidenciales, Lula gozó de un respaldo superior al 70% | Foto Sebastião Moreira / EFE

En esos tiempos, y gracias al boom de los commodities, Brasil multiplicó sus exportaciones de petróleo y cereales, y Lula usó los excedentes para mejorar la vida de millones de hogares.

Fueron varios años de un crecimiento económico del país, que se movió entre 4 y 7,5% anual.

Pero ahora, la economía brasileña apenas crecerá entre 1,2 y 1,6%, un bajísimo ritmo de actividad económica que impedirá crear empleos y reducirá el margen para el gasto social, eje de las políticas del gobierno.

Eso sumado a que Lula gobierna con minoría de fuerzas políticas en el Congreso: apenas una cuarta parte de los parlamentarios respalda a ciegas al primer mandatario brasileño.

De ahí que, si quiere conseguir mayorías para sacar adelante su agenda legislativa, Lula debe pactar con partidos de centro y centroderecha que no son afines a su apuesta izquierdista y la de su Partido de los Trabajadores.

Los datos de la popularidad de Lula

Las encuestas confirman que las cosas no van bien. El 1.º de enero, Lula inició su tercer mandato con más de la mitad de la opinión a su favor tras haber derrotado por estrecho margen al populista de derecha Jair Bolsonaro en las elecciones de octubre.

Para mediados de febrero, Lula había perdido cerca de 10 puntos y se ubicaba ligeramente por encima de 40%.

En abril, la encuesta Quaest tasó su imagen positiva en 36%, mientras que su imagen negativa seguía en ascenso, de 20% en febrero a 29% en abril.

En esos días, Felipe Nunes, director de Quaest, explicó que el mensaje de Lula solo llega al núcleo más fiel de sus electores, “pero no le está diciendo nada a la clase media”, una porción clave de la población según el experto.

Lula derrotó por estrecho margen al populista de derecha Jair Bolsonaro en las elecciones de octubre | Foto AFP

Lula sabía lo que le esperaba en el frente interno, y por eso centró buena parte de sus apuestas en algo que, para un personaje reconocido y respetado en el exterior como él, no parecía difícil de lograr: el liderazgo internacional.

Pero hasta ahora, sus iniciativas en este campo han chocado con el escepticismo que despiertan y con los errores, por momentos infantiles, que Lula ha cometido.

Lo mismo en sus fallidos intentos por convertirse en mediador en la guerra entre Rusia y Ucrania que en la crisis venezolana.

Como dijo Maria Zuppello, analista del diario británico The Guardian radicada en São Paulo, en el frente externo está quedando “la imagen de un presidente que, ahora en su tercer mandato, probablemente aún no se ha dado cuenta de que el mundo ya no es lo que era hace veinte años”.

Patinada en el hielo de Ucrania

“Nadie tiene dudas de que hoy la política exterior tiene más neuronas e inteligencia de lo que tuvimos en los cuatro años de Bolsonaro”, le explicó un diplomático de carrera a la analista Janaína Figueredo, para un artículo de La Nación de Buenos Aires.

“Pero —agregó la fuente— se trabaja con dos obsesiones: un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y el Premio Nobel de la Paz para Lula. Lo primero es legítimo, lo segundo es una idea forzada”.

Quizás con el Premio Nobel en la mira, apenas instalado en el palacio presidencial de Planalto, Lula lanzó los dados para probar suerte como mediador en la crisis de Ucrania.

Para hacerlo, quiso mostrarse equidistante entre Kiev y Moscú, los culpó a ambos y planteó que ni Rusia podía quedarse con los territorios ocupados tras la invasión lanzada en febrero del año pasado ni Ucrania podía pretender recuperarlo todo y debía pensar en renunciar a Crimea, anexada por Rusia en 2014.

Lo que Lula no comprendió es que la inmensa mayoría de la comunidad internacional ha censurado al presidente ruso, Vladimir Putin, por la invasión y ha respaldado al mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, y a su pueblo, por su valiente resistencia. Aparecer neutral entre un agresor y un agredido es inclinarse a favor del agresor.

Lula lanzó los dados para probar suerte como mediador en la crisis de Ucrania | Foto AFP/Servicio de Prensa de la Presidencia de Ucrania/ Pavel BEDNYAKOV / SPUTNIK

Abstenerse de censurar la invasión rusa es una actitud que puede despertar confianza en Putin, pero solo genera rechazo en Zelenski y en el pueblo ucraniano que ha sufrido en carne propia los ataques rusos.

Pero además, implica perder el respeto de decenas de países que han votado en la ONU contra la invasión ordenada por el Kremlin. Por eso, esta primera escaramuza de Lula en el plano internacional, en momentos en que la guerra en Ucrania estaba congelada por el invierno, fue una patinada en el hielo que terminó en una dura caída.

Sorpresa e ingenuidad

Pero Lula no aprendió la lección. En la cumbre del G7, el 20 y 21 de mayo, en Hiroshima (Japón), el mandatario brasileño asistió como invitado especial, convencido de poder desplegar ante las siete grandes potencias sus planteamientos sobre reformar el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI y el Banco Mundial, así como de avanzar en su posicionamiento como mediador para Ucrania.

Contaba con el respaldo, entre otros, de China —país que Lula venía de visitar a mediados de abril— y de otros socios del Brics, el grupo de potencias que busca ser alternativa al liderazgo occidental de Estados Unidos y la Unión Europea, y del que hacen parte Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (de ahí la sigla).

Lula esperaba jugar un papel estelar, pero, como explicó la analista Maria Zuppello, “pecó quizás de ingenuidad al no imaginar que Zelenski aparecería de repente en persona en la cumbre de los poderosos de la Tierra”.

La participación del presidente ucraniano estaba prevista por videoconferencia, pero las cancillerías y muchos periodistas que cubren estos eventos sabían que era posible que Zelenski apareciera en persona, sin avisar, como suele hacerlo por razones de seguridad.

Lula pecó quizás de ingenuidad al no imaginar que Zelenski aparecería de repente en persona en la cumbre del G7 | Foto EFE

“A partir de este malentendido —aseguró Zuppello—, Lula se ha deslizado en un callejón sin salida en el que al final del G7 parece haber perdido la credibilidad como mediador de paz…”.

La prensa internacional, que otrora solía ensalzarlo, esta vez lo castigó. “Un estrecho aliado de Putin”, dijo de él The New York Times. Y The Financial Times lo machacó: “Un facilitador de Putin”.

Un mes atrás, Lula había recibido con los brazos abiertos al muy cuestionado ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, quien declaró —sin que ni Lula ni la cancillería brasileña lo corrigieran— que “Brasil y Rusia tienen una visión única” sobre el tema de Ucrania.

El remate de la cumbre no pudo ser peor. Estaba previsto que Lula y Zelenski se entrevistaran, pero Brasil ofreció un horario apretado y nada flexible para la reunión. Zelenski nunca llegó, y así las posibilidades de Lula de convertirse en mediador quedaron en ceros: nadie puede mediar si es incapaz de hablar con una de las partes.

“Zelenski ha desenmascarado a Lula —comentó con dureza el periodista y escritor brasileño Mario Sabino—. Es un profesional de la política internacional, a diferencia del presidente brasileño, no se ha prestado a la humillación de ser encasillado en los horarios disponibles…”.

Lula también recibió al muy cuestionado ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov | Foto Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia/AFP

Legitimar a Maduro

La siguiente patinada de Lula en el plano internacional no fue en el hielo de Ucrania, sino en pleno trópico. Como anfitrión de la cumbre de Unasur, a fines de mayo, en Brasilia, dio una calurosa bienvenida al presidente venezolano, Nicolás Maduro, y lo defendió al asegurar que “Venezuela es víctima de una narrativa de antidemocracia y autoritarismo”.

El encargado de ponerlo en su sitio, con altura y elegancia, fue el presidente chileno, Gabriel Boric. A pesar de ser de izquierda como Lula, Boric ha sido consistente en sus críticas al régimen de Caracas.

“Nos alegra que Venezuela retorne a las instancias multilaterales”, dijo Boric. “Eso, sin embargo, no puede significar —agregó con franqueza— meter debajo de la alfombra o hacer la vista gorda frente a temas que para nosotros son de principios e importantes”.

Boric corrigió a Lula al sostener que la situación de derechos humanos en Venezuela “no es una construcción narrativa, es una realidad, es seria y he tenido la oportunidad de verla en los ojos y el dolor de cientos de miles de venezolanos que están en nuestra patria”.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, estrecha la mano de su homólogo venezolano, Nicolás Maduro | Foto EFE/ André Coelho

Mientras Lula retrocede en las encuestas, Boric recuperó, tras la declaración, varios puntos en los sondeos. Antes de la cumbre de Brasilia, según el instituto Cadem, el índice de aprobación de su gestión estaba en 31 por ciento. Pasado el evento, había subido a 41 por ciento, y aunque su declaración no es la única causa, ha pesado en el cambio de tendencia.

Lula tendrá una ocasión de oro para recuperarse a fin de mes, en París, a donde ha sido invitado por el presidente francés, Emmanuel Macron, para la cumbre que busca un nuevo marco financiero internacional. “En Europa —le dijo a EL TIEMPO una fuente diplomática en París— esperamos que ajuste su discurso y tome distancia del Kremlin”.

Macron le tiene gran aprecio —así como despreciaba a su antecesor Jair Bolsonaro—, y sin duda tratará de alinearlo en una postura de verdad neutral en el tema de Ucrania. Pero si Lula no se deja conducir en esa dirección, estará quemando su último cartucho: alejará a su amigo Macron y, de paso, reducirá aún más sus posibilidades de mediar a favor de la paz.

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