La Organización de Estados Americanos (OEA) ha vuelto a estar muy activa en nuestra región. Una suerte de ponderable resurrección y regreso al escenario grande ha tenido lugar de la mano de su actual secretario general, el incansable ex canciller uruguayo Luis Almagro. Esto es ciertamente positivo desde que la OEA había sido objeto de ataques de todo tipo por parte de los países con gobiernos «bolivarianos», que procuraron disminuir su influencia, creando organismos sub regionales a los que otorgaban una indisimulada prioridad.

¿Cuál pudo haber sido el propósito de esa política? Presumiblemente, el de alejar todo lo posible del diálogo regional a los tres grandes países del Norte: Estados Unidos, México y Canadá. Y reemplazarlos por una opinión sub regional que podía ser digitada desde Caracas y La Habana, especialmente a través del restringido ámbito de la Unasur, donde se desempeñaron como secretarios generales tanto el ex presidente argentino Néstor Kirchner como el ex presidente colombiano Ernesto Samper.

La OEA está próxima a cumplir nada menos que 69 años de labor paciente e ininterrumpida. Y ha retomado su importancia e influencia tradicionales con motivo de la profunda crisis venezolana, que ha desarticulado y desvencijado intencionalmente las instituciones democráticas de su dividido país.

La organización regional no cerró sus ojos ni le dio la espalda a la verdad y ha denunciado que en Venezuela existe «una grave alteración del orden democrático», lo que es efectivamente así. Ha exhortado a sus autoridades a «restaurar la plena autoridad de su Asamblea Nacional», que el chavismo intentó transformar, sin éxito, en una suerte de ente eunuco, porque está claramente dominada por la oposición, que hoy representa indiscutiblemente a la enorme mayoría del pueblo venezolano.

Venezuela está al borde mismo de un estallido social, entre descontenta y frustrada. Y la OEA lo está denunciando.

La región toda requiere de un organismo regional que sea representativo y capaz de alzar su voz en defensa de la democracia, de los derechos humanos y de las libertades civiles y políticas, particularmente cuando ellos son asediados y cercenados, como sucede en el particular universo venezolano, caracterizado por el autoritarismo y el populismo. Debe hacerse sin ambigüedades, ni renuncias, ni, menos aún, silencios cómplices.

En ese sentido, cabe aplaudir y apoyar el activo y valiente proceder de Luis Almagro, a quien Nicolás Maduro, en su peculiar y ordinario estilo, insulta sin descanso porque lo incómoda en sus arteros planes de continuar deformando y manipulando la democracia venezolana.

Hay entonces que celebrar el decidido regreso a la palestra de la OEA, ente regional señero por excelencia, que había sido perversamente manoseado y desteñido por demasiado tiempo y no por casualidad. La defensa regional de la democracia, de los derechos humanos y de las libertades individuales así lo exige.


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