Calles destapadas o llenas de huecos y agua de mar, así son la mayoría de las vías de Necoclí, Antioquia.
Pero de repente se escuchan rugir los motores a toda marcha de motos de alto cilindraje sorteando los baches, carros alemanes de alta gama como BMW, Audi o Mercedes Benz deslumbrando a locales en sus terrazas y a los migrantes que viven en las playas.
Si a alguien que quiere hacer turismo en Necoclí se le da por mirar en Google Maps cómo es este pueblo del Golfo de Urabá se topará con casas en obras, algunas incluso en ruinas, con incipientes negocios de variedades y con vehículos viejos que han quedado congelados en las fotos que la aplicación captó hace años.
Pero ya no es así y el cambio se debe a la bonanza de los migrantes, antes solo haitianos y ahora también por los venezolanos. Esas casas en ruinas pasaron a ser edificios de vidrios polarizados en azul con balcones. Las zonas con comercios incipientes se convirtieron en calles llenas de hoteles, restaurantes y cafés que a cualquiera podría recordarle a sectores del exclusivo barrio San Diego, del Centro Histórico de Cartagena.
Algunas de esas casas que en Google Maps aparecen como en ruinas pertenecen a personas que se estarían lucrando con el tránsito de migrantes, sobre todo en el barrio El Caribe.
Según explica un coyote, antes estas casas no estaban pintadas, las fachadas eran solo de cemento. Las rejas que las protegían -si las tenían- estaban todas oxidadas y las ventanas descuidadas. Pero ya esas casas no existen, pues -en cuestión de un año, como suele pasar en Necoclí- estos vecinos lograron levantar edificios de hasta 4 pisos.
Además de las construcciones que resultan imponentes y que con su lujo genera un gran contraste con la pobreza de ese barrio, donde la gente vive del rebusque y hay migrantes cada 10 pasos, en los portales de esas casas, que hasta esculturas tienen, se ven parqueadas camionetas Toyota Prado TXL de varios colores en el transcurso del día, carros de alta gama y motocicletas.
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Según nos informó un funcionario local que pidió reserva, en el barrio hay vecinos que en cuestión de un año han logrado establecer un pequeño imperio en Necoclí, ayudado y respaldado por quienes trafican con migrantes en el municipio.
La mayoría de los ingresos visibles de estas personas vendrían del hospedaje de migrantes haitianos en las casas del barrio. “Ellos construyeron edificios para tener cada vez más migrantes, sobre todo haitianos”, reveló un habitante del barrio que participa en el negocio.
El informante explicó que cada haitiano paga 15 dólares la noche en los hospedajes, y si es en la casa de algún vecino, estas personas les dan el tercio de la ganancia: 5 dólares.
Según la fuente, los hospedajes casi siempre están llenos. “Han sido muy raras las veces en el último año que recuerdo tener la casa sin migrantes. Yo siempre tengo mínimo 10, en los edificios tienen más de 200”, explicó.
Con base en las cifras reveladas por el informante que hace parte del negocio, diariamente la ganancia por edificio, partiendo de la base de que tiene casa llena siempre, sería aproximadamente de 3 mil dólares diarios, más unos 100 por cada casa de vecino que apoya el negocio, que por lo general son en promedio 6 casas más, para sumar 600 otros dólares, lo que en pesos equivaldría a más de 14 millones diarios.
Además, como le reveló a El Tiempo un coyote del ‘clan del Golfo’ que opera en el negocio ilícito del tráfico de migrantes haitianos con droga por el Golfo de Urabá, es desde estos hospedajes en El Caribe donde los migrantes reciben las sustancias ilegales que transportan en su equipaje, y a los dueños de los hospedajes se les paga una parte por su aporte al negocio.
Pero no todos los que ganan el dinero en Necoclí lo hacen por vías cuestionadas o directamente ilegales, hay una mayoría que se gana los dólares a base de reventa y que han logrado salir de la pobreza extrema en la que vivían.
Es el caso de Atelis Bellojín, un necocliseño retornado desde Venezuela hace ya una década. Él se ganaba la vida honradamente como la gran mayoría lo hacían y aún lo hacen en Necoclí. Se dedicó a la construcción y a la venta de comida, pero -como a muchos en Colombia- eso no le alcanzaba para vivir.
“Yo he trabajado muy duro siempre por mi esposa y mis hijas, pero los pobres siempre vamos a ser pobres y esa es una realidad que hay que enfrentar, pero las cosas sí han cambiado mucho en el pueblo y con lo que hago ahora he cumplido sueños que siempre creí que serían solo eso”, explica Atelis.
Él desde hace 2 años se dedica a la reventa de implementos de supervivencia y ropa en la calle principal del barrio El Caribe. Con su carretilla, que abre desde las 3 de la mañana y cierra a las 5 de la tarde, ha sacado adelante a su familia y logró comprar el lote para su casa y ya construyó el primer piso. “Voy para el segundo con el favor de Dios”, dijo.
Su negocio ambulante se llama Variedades donde Atelis, donde los migrantes pueden comprar pequeñas estufas para cocinar en su paso por la selva, botas pantaneras, gorras, creolina para espantar a las culebras, ropa interior, carpas para campamento, entre otras cosas.
“Todo se vende en dólares porque es lo que ellos traen en los bolsillos y la moneda que manda la parada acá en Necoclí. Obviamente esos dólares que usé en la casa los tuve que cambiar, pero para eso acá ya hay unos cambiadores en los muelles que los compran a 3.500 y los revenden”, agrega.
Comenzó en agosto de 2021, cuenta Atelis, y los primeros días solo vendió ropa interior y botas porque era todo para lo que le alcanzó con los 150 mil pesos que en años de trabajo en la obra había ahorrado.
“En tres días salí de esa mercancía y compré más de lo mismo. A final de mes me había ganado 800 mil pesos, y eso que estaba trabajando nada más en las tardes porque en la mañana seguía en la construcción”, dice.
Para el segundo mes, explica, fue con toda y apostó por revender carpas, creolina y condones, que son usados para proteger los celulares y el dinero en la travesía por la selva. “Se vendió todo como pan caliente. En ese momento acá había haitianos por todas partes y compraban todo en cantidades. Yo me puse a aprender cosas básicas en haitiano para venderles más fácil y me metí tiempo completo en esto para sacarle más”, señala.
Y obtuvo los frutos. A final de mes su ganancia superó los 5 millones de pesos, con lo cual compró el lote para su casa, en un sector de invasión cerca de El Caribe, reinvirtió y construyó su carretilla, donde estampó el nombre de su tienda y el eslogan “Esfuerzo y Progreso”.
Los siguientes meses las ganancias de Atelis no bajaron de 8 millones mensuales y a día de hoy ya tiene casi listo el primer piso de la casa de sus sueños. “Ya me falta poco para que el interior quede como quería. Yo no soy ostentoso, solo quiero que quede bien estucada y con buenas ventanas para ver la calle”, dijo, entre risas.
Una competencia salvaje, desleal y hasta letal
Pero como Atelis hay decenas de revendedores establecidos en las calles de El Caribe. En el recorrido por la calle principal de norte a sur se pueden ver al menos 25 cada día en carretillas, sin contar los que aún no la tienen y venden en carritos pequeños o aparadores móviles que construyeron en madera o icopor.
Debido a tanta gente en el mismo negocio y que están en un sector del pueblo donde las autoridades prácticamente nunca intervienen para establecer controles, la competencia se ha tornado agresiva y violenta.
Atelis contó que el sábado 9 de agosto tuvo una de las peores peleas de su vida con otro vendedor.
“Yo estaba almorzando en mi carretilla, y le juro que esto fue obra de Dios, porque yo no sé por qué giré y me paré. Cuando vi fue el cuchillo clavado en la silla. Al momento veo el cuchillo que de nuevo me viene y le logro agarrar el brazo al man”, recordó.
Nadie intervino en esa pelea, nadie interviene nunca, precisó Atelis. Como esas peleas las hay diarias entre los revendedores y no todas acaban solo en forcejeos.
“Amigo, acá hay familias que están dedicadas a la reventa y se turnan el trabajo, ellos ganan mucho más que yo, pero como yo aprendí haitiano y estoy aprendiendo chino para venderles a los que más traen plata, entonces este señor, que lleva meses vendiendo al lado mío, me la quiere montar”, dice el joven paisa.
Según contó Atelis, es normal que se maten entre los revendedores ya sea en los puestos o luego cuando salen a tomar en las noches. “Por eso yo no tomo. No puedo estar dando papaya en una terraza porque en cualquier momento lo matan a uno solo para vender más”, concluye.
Los revendedores en Necoclí, el escalón más bajo de la cadena de negocios que viven del migrante, deben pagar dos impuestos para poder trabajar: 45 mil pesos cada tres meses a la Alcaldía Municipal para ocupar con sus carretillas la calle que les sea permitida, y una vacuna del 20 por ciento a los que les permiten seguir trabajando, el ‘clan del Golfo’.
“Acá lo mínimo es que los otros revendedores les digan a los migrantes mentiras sobre ti, eso es hasta un favor. Lo peligroso es cuando ya le hablan más de ti a los que mandan, ahí ya te están echando la muerte encima”, cierra Atelis.
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