¿Cómo ven los chinos la concentración de poder que ha culminado el presidente Xi Jinping este mes, y la posibilidad de que su mandato dure 20 años, o incluso sea vitalicio? La censura y el gran tamaño del país impiden una respuesta clara, pero ésta podría tener dos palabras contrapuestas: miedo y orgullo.
En un país sin auténtica cultura democrática y donde el pragmatismo domina todos los ideales, la visión general es la de que en sus cinco primeros años de presidencia Xi ha mejorado el nivel de vida de muchos, ha disminuido la corrupción que lo contaminaba todo, y por ello un largo gobierno no es en principio un problema.
«En un momento extraño en el mundo exterior, China es por primera vez un país afortunado y Xi un líder con suerte», señaló en una reciente charla con periodistas en Pekín el profesor de Estudios Chinos Kerry Brown, del King’s College londinense.
Para Brown, el régimen chino busca además que Xi encarne una misión visionaria, la de que China es un país llamado a triunfar sin copiar los ciclos históricos de los imperios que nacen y caen, y para ello Pekín ha tomado como símbolo a un político con una emotiva historia de superación personal.
Xi, opina, se presenta ante los chinos como el hijo de una buena familia enviado a reeducarse en el campo, que intentó hasta 10 veces unirse al Partido Comunista y finalmente fue perdonado por Mao para cumplir la misión en la que China recuperará su papel como potencia mundial.
Aunque muchos chinos no creen realmente en misiones históricas y elegidos, porque muchas utopías nacionales murieron con Mao, algunos aceptan este plan de forma pragmática, viendo que Xi encarna un liderazgo internacional más fuerte que el de antecesores como Hu Jintao o Jiang Zemin, que repartieron más su poder.
Entre los ciudadanos de a pie no es fácil recabar opiniones -algunos cuelgan el teléfono nada más oír el nombre de Xi Jinping- pero los que sí opinan piensan que la idea de un presidente de por vida y con una fuerte imagen no es diferente a la que Vladímir Putin desempeña en Rusia o la canciller Angela Merkel en Alemania, líderes que superan la década en el poder.
La gran bandera de Xi en sus primeros años de presidencia, la lucha contra la corrupción y sus cerca de millón y medio de altos cargos sancionados, también ha servido para que los chinos no hayan reaccionado contra la concentración de poder del presidente y sus movimientos para perpetuarse en el país.
«Ha sido el primero en 40 años en solucionar realmente el problema de la corrupción, la vida de los chinoscomunes y corrientes es mejor porque hace 10 o 20 años la policía, la compañía eléctrica o el funcionario local de turno les pedían dinero», relató a EFE el sinólogo de la Universidad de Pekín Francesco Sisci.
En realidad, lo que más preocupa a los chinos es que Xi haya echado por tierra las ideas de otro líder en general apreciado, Deng Xiaoping, quien tras la muerte de Mao, y para evitar que se repitieran errores cometidos por éste como la Revolución Cultural, construyó un régimen con poder repartido y descentralizado.
«Cuando en la Constitución de 1982 se decidió que los presidentes sólo podrían estar dos mandatos en el poder (una decisión abolida el pasado 11 de marzo) se hizo para asumir las lecciones de la Historia», recordó en declaraciones a EFE el estudiante Wang Qian, quien prefiere usar un seudónimo por lo delicado que es hoy en día en China opinar abiertamente sobre Xi.
Cuando a finales de febrero se filtró el plan de modificar la Constitución para eliminar límites temporales al presidente, en las pocas horas en que la censura permitió comentarios a la noticia en las redes sociales algunos aprovecharon para recordar la figura de Deng Xiaoping, para muchos el padre de la actual prosperidad china, indicando que Xi podría arruinar su legado
Xi es un presidente eficaz, considera el estudiante Wang, «pero el sistema debe estar por encima de los líderes capaces».
Otro posible temor de los chinos a un largo reinado del actual presidente es que en la vejez cometa graves errores: la Revolución Cultural llegó con un Mao octogenario, y la matanza de Tiananmen de 1989 con un Deng próximo a los 85 años. ¿Conservará Xi en el futuro su actual imagen de serenidad, o perderá el oremus?