El masivo paso de venezolanos este último año por la ciudad de Tulcán, en la frontera con Colombia, ha acabado despertando el recelo de la población local, en particular desde que muchos de ellos se han radicado allí como vendedores ambulantes.
«A inicios del año no se quedaban, pero ahora se están quedando aquí a vender en las calles», realizó la queja Lourdes Andrade a EFE, una tulcaneña que tiene una tienda de dulces cerca del Parque Central, y para quien su país «ya no les debería dar tanta facilidad para entrar».
Desde comienzos de 2018 han ingresado a Ecuador 641.353 venezolanos, la mayoría de ellos por la frontera norte y principalmente por el paso de Rumichaca, el más próximo a Tulcán.
Más de medio millón de personas han salido del país en busca de destinos más promisorios como Perú o Chile, y los que se han quedado buscan radicarse, generalmente, en las grandes ciudades.
Pero también se han quedado algunos en Tulcán, donde Andrade señaló que «han tomado las esquinas» para comercializar cualquier producto.
«Antes no había vendedores informales», lamentó sobre un fenómeno que estos días puede apreciarse en casi cualquier ciudad de América Latina.
A solo siete kilómetros de la línea fronteriza, Tulcán es la primera urbe ecuatoriana a la que llegan los migrantes venezolanos y, por tanto, el primer punto de contacto entre ambas comunidades. Es una ciudad con calles estrechas, donde la mayoría de personas se conocen y la urbe comercial se reduce a un radio de no más de 800 metros.
En sus esquinas y puertas de mercados no es extraño ver vendedores informales con variados productos, a los que ahora se suman numerosos venezolanos, sin que el mercado sea mayor.
«Algunas personas se incomodan cuando les ofrezco café, muchos piensan que los venezolanos somos ladrones o que venimos a hacer algo malo. Pero no todos somos así, yo vine a trabajar», afirmó Belén Macgregori, del estado Anzoátegui y quien llegó a la ciudad hace dos meses.
Su plan inicial era viajar a Perú, pero decidió «probar suerte» en Ecuador y ahora vende café y arepas en una esquina cerca de la Terminal de Tulcán.
La pequeña ciudad ecuatoriano, de apenas 60.000 habitantes según, ha sido tradicionalmente la puerta de salvación para miles y miles de refugiados. Antes de los venezolanos, solían llegar los colombianos que huían de las guerrillas, constituyendo el principal grupo de refugiados en el país.
A pesar de estar acostumbrada a la presencia de extranjeros, el cansancio entre la población de Tulcán es notorio este año por la llegada incesante de venezolanos.
«Al principio se les colaboraba con cobijas y a veces comida porque andaban con niños pequeños, pero algunos se han acostumbrado a la ayuda y ahora no se van», declaró a EFE Jorge González, un comerciante de colchones en el centro de la ciudad, al quejarse también de que los emigrantes están quedándose en su ciudad.
Klever Castillo, vendedor de camisetas, no se consideró una persona xenófoba, pero reconoce que no ha tenido buenas experiencias al emplear a emigrantes.
«Mi hermana le dio trabajo a una chica venezolana para que limpie la casa, pero a las dos semanas le robó unas joyas y se fue», afirmó.
La afluencia de venezolanos se incrementó a inicios del segundo semestre del año, a un ritmo de 4.200 diarios, lo que llevó al gobierno ecuatoriano a declarar el estado de emergencia en el sector de migración en las provincias limítrofes con Perú y Colombia, y a exigir el pasaporte (medida ahora anulada por orden judicial) a cualquiera de ellos que quisiera cruzar a su territorio.