Veronica G. Cardenas / POOL / AFP

Detrás de enormes cercas de metal reforzadas con alambre de púas, hombres vestidos de azul juegan vóley y básquet. Son migrantes primerizos que esperan por asilo o deportación en un centro de detención de Texas.

Antigua base naval, el centro de detención Port Isabel, en la ciudad estadounidense de Los Fresnos, está a pocos kilómetros de la línea de frontera con México y sirve como lugar de procesamiento de migrantes que han cruzado irregularmente.

Provenientes de América Latina, África y Asia, miles cruzan a diario desde México hacia Estados Unidos en busca de refugio y empleo. Tras entregarse a los guardias de frontera, las familias suelen ser liberadas con rapidez, bajo promesa de presentarse ante un juez de migración.

Pero los viajeros solitarios suelen terminar en un centro como éste.

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«Estos detenidos representan un riesgo a la seguridad nacional, a la seguridad pública, están tratando de evadir los esfuerzos de control de la frontera o cruzaron ilegalmente», explicó Miguel Vergara, director de la oficina local de Operaciones de Ejecución y Deportación, durante una visita de prensa a las instalaciones.

Este centro de detención recibe hombres. A su ingreso, son enviados a celdas comunitarias de gruesas puertas metálicas y paredes crema. Pueden ser observados a través de un vidrio.

Allí permanecen un máximo de 12 horas antes de ser clasificados: uniforme azul para el primerizo, naranja para el que tiene algún tipo de antecedente y rojo para quien representa peligrosidad.

Recientemente el presidente Joe Biden, buscando abordar un tema complejo a cinco meses de su contienda presidencial con Donald Trump, anunció una norma para frenar el flujo de migrantes.

Cerrarán la frontera a los solicitantes de asilo una vez que se haya procesado a 2.500 personas en un día. También facilita las deportaciones, una exigencia de la derecha estadounidense, que lo acusa de permitir el ingreso de criminales al país.

Pero este centro se mantiene cerca de su máxima capacidad. Este lunes custodiaban a 1.006 migrantes, de un total de 1.175 espacios.

«El número se mantiene estable por la localidad en donde estamos», detalló Vergara.

«La migración se está desplazando hacia el oeste, por lo que tal vez haya disminuido un poco, pero es sólo cuestión de tiempo» de que las instalaciones en otros lados se llenen para que sean derivados hasta aquí, explicó.

Varios idiomas

En las paredes de las celdas, que pueden guarecer hasta a una veintena de personas, se lee información en 15 idiomas.

Tras recibir sus uniformes, pasan por el área clínica del centro. En la mañana del lunes, un joven de Ecuador y otro de Guatemala se recuperaban en uno de los cuartos.

Después de la revisión, son enviados a pabellones de acuerdo con su color de uniforme. La ropa con la que llegan es lavada y guardada para ser devuelta el día de su liberación.

También existen cajeros automáticos en donde el migrante deposita su dinero -o lo recibe de su familiar- para utilizarlo en alguna máquina expendedora.

Amenizar la espera

Es poco menos del mediodía en este centro en Los Fresnos, escondido en la inmensidad del valle del Río Grande. En los alrededores hay señales que prohíben hacer autoestop. El calor golpea.

Salas de vigilancia que usan cámaras y pantallas pueden ser observadas en varios lugares del centro.

La permanencia del detenido no debería exceder los 90 días pero a veces se alarga por meses, porque algunos casos van a apelación.

Los oficiales reconocen que el encierro puede desesperar, y ofrecen actividades como música, canto o guitarra, con clases que a veces dicta un migrante voluntario. Otros aprenden inglés.

Un grupo corta el cabello a sus pares. Organizan noches de película y alguna vez consiguieron una cinta en chino para cuando han tenido un gran número de migrantes de ese país.

Por estos días el mayor número lo representan ecuatorianos.

Lo detenidos tienen horas de esparcimiento al aire libre que varían dependiendo del clima.

Hay quienes se dedican a hacer murales. Un migrante pintó la Campana de la Libertad, ícono de la independencia estadounidense, en una pared de la biblioteca.

Esperando respuesta

El migrante dispone de unos cubículos privados para una videollamada con algún oficial de migración, donde expone su solicitud de asilo.

La respuesta llega por escrito. Si es negativa, el migrante puede apelar ante un juez de migración, quien cuenta con un tribunal dentro del centro de detención. El caso puede llegar hasta la Corte Suprema.

Veronica G. Cardenas / POOL / AFP

Quien recibe un no definitivo es deportado y quien recibe el asilo debe ser liberado en máximo 48 horas. Aquel que desea poner fin al proceso, puede solicitar el retorno a su país, explican oficiales.

Mientras tanto un grupo de migrantes de azul revisa sus casos en la biblioteca o lee libros. Uno de ellos hojea una biblia.


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