¿Por qué América Latina se convirtió en un club de la pelea?
Los presidentes de Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela, Colombia y México. Foto: AFP / EFE

América Latina se ha convertido en una especie de ‘club de la pelea’. No es que las relaciones históricas entre los países hayan sido un remanso de paz, pero lo sucedido en los últimos meses, con múltiples frentes de graves desencuentros, ha convertido la región en un tinglado en donde los presidentes lanzan insultos, descalificaciones e improperios a sus pares, mientras las cancillerías, habituales filtros de esas animosidades, son desautorizadas; es un inquietante diagnóstico sobre el nivel de las democracias y la desinstitucionalización de los lazos entre vecinos.

El asalto de fuerzas policiales ecuatorianas la noche del viernes 5 de abril a la embajada mexicana en Quito para sacar a la fuerza al exvicepresidente Jorge Glas –imputado por corrupción– sin duda marca un antes y un después en la historia de las relaciones exteriores del hemisferio, porque el gobierno de Daniel Noboa quebrantó unas líneas rojas inadmisibles en las que conculcó la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas de 1961 y la Convención de Caracas de 1954 sobre asilo diplomático, orgulloso pilar, hasta ahora, del derecho interamericano.

El rompimiento de relaciones diplomáticas por parte de México, y su demanda ante la Corte Internacional de Justicia por haberse roto el principio de inviolabilidad de las legaciones diplomáticas, fue el camino que tomó esta disputa en la que, además, se pide la suspensión del país agresor de la ONU y, si se comprueba un rompimiento de la carta fundacional, su expulsión. A lo que se sumaron condenas contra Quito en la OEA y en la Celac.

Pero este no fue el primer desencuentro entre los dos países. En la víspera del asalto a la embajada, las declaraciones del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en las que aseguró que el asesinato del candidato ecuatoriano Fernando Villavicencio permitió la victoria en las elecciones de Noboa, provocó la primera tormenta que hizo que se declarara persona non grata a la embajadora mexicana en Quito y su expulsión. Con sus palabras, AMLO violó un principio sagrado de la diplomacia mexicana que es el de la no injerencia en asuntos internos de un país y que históricamente les había permitido navegar con éxito las agitadas aguas de la política latinoamericana y asumir liderazgos.

“Estamos viendo que conforme hay declives democráticos en el hemisferio, esto va de la mano con liderazgos muy personalistas a nivel de las máximas autoridades que toman para sí mismos ya no el micrófono para insultos mutuos, que son bastante lamentables en el ámbito diplomático, sino que van más allá y realizan acciones muy contraproducentes y contrarias a los principios democráticos que deberían regir las relaciones en toda la región”, explica a El Tiempo Carolina Jiménez, presidenta de Wola (oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, por sus siglas en inglés). “Pareciera que impera la política más de corte realista-pragmático basada en interés, aunque eso lleve a procesos de confrontación”.

¿Por qué América Latina se convirtió en un club de la pelea?
Fuerzas de seguridad de Ecuador saltaron el muro de la embajada de México en Quito a inicios de abril. Foto: EPA

Los ‘liderazgos personalistas’ de los que habla la analista de WOLA y que tienden a inundar los micrófonos y las redes sociales ya no solo para hacer anuncios internos sino para sostener enfrentamientos con sus pares regionales, pasando por encima de los protocolos de tradicionales escuelas diplomáticas, se perciben, unos más, unos menos, en las figuras de mandatarios como el salvadoreño Nayib Bukele, el argentino Javier Milei, un viejo conocido en estas lides como el venezolano Nicolás Maduro y el colombiano Gustavo Petro, entre otros, quien ha sostenido no pocos rounds con algunos de los líderes de la lista.

Esto es lo que el excanciller colombiano Julio Londoño ha llamado “diplomacia del micrófono”, imagen que se puede extrapolar a las redes sociales: “Las relaciones entre los Estados no se pueden manejar a través de micrófonos. Es absolutamente fatal y absurdo personalizarlas. Estas no se pueden manejar según las simpatías o antipatías que tenga un jefe de Estado con otro, porque está en juego la relación entre dos naciones” y sus ciudadanos, dijo en marzo a El Tiempo.

Es la diplomacia del micrófono que ha hecho que Milei cada que puede se refiera a Petro como “asesino” por su pasado guerrillero, lo que provocó, en un inusual momento de tensión, el anuncio de expulsión del cuerpo diplomático y consular argentino en Colombia, aunque ya las cancillerías de los dos países apagaron el incendio; o las redes sociales que ha usado el colombiano para atacar el sistema carcelario salvadoreño, que tanto crédito local e internacional le ha traído al presidente Nayib Bukele.

Gustavo Petro y Javier Milei. Foto: Presidencia / AFP

Instituciones sin autoridad

La analista Muni Jensen, socia de Dentons Global Advisors, ve dos elementos que a su juicio explican en parte la animosidad que atraviesa el continente. “El primero es que las instancias internacionales se han debilitado y carecen de consenso y autoridad para mediar o evitar las disputas. El segundo, la erosión de los principios democráticos en el continente: la corrupción, el clientelismo, y el desconocimiento del Estado de derecho, el narcotráfico y el crimen en general han socavado las instituciones. Sin estructuras fuertes a nivel nacional y con organizaciones debilitadas a nivel internacional, el terreno es fértil para el conflicto entre los países”.

Jensen explica que “las tensiones no son nuevas en la región”. Pero también hay que decir que antes se manejaban en unos términos que a la luz de lo que ha sucedido parecerían muy difíciles en la actualidad. La disputa por el Esequibo Venezuela-Guyana, los diferendos limítrofes de Colombia con Nicaragua y con Venezuela, los desencuentros entre Chile y Bolivia por la salida al mar e, incluso, el extremo de la guerra entre Ecuador y Perú se manejaban bajo unas normas y en un marco institucional en que tanto los organismos internos como multilaterales jugaban un rol clave, más allá de la vieja discusión sobre su falta de dientes, por ejemplo en la crisis venezolana, o su inoperabilidad en situaciones particulares, léase Haití.

Por esto y por muchas otras razones, varios de estos roces solo se pueden entender desde la óptica de los frutos que pueden recoger los líderes en el ámbito de sus audiencias internas o en las cortinas de humo que se levantan para distraer crisis locales. En eso, el chavismo y antes los Castro en Cuba han dado cátedra durante décadas con su uso indiscriminado del ‘enemigo externo’ para concitar nacionalismos y apalear a la oposición.

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Gabriel Boric y Nicolás Maduro. Foto: Archivo

“La guerra de micrófonos e insultos que vemos denota que se está normalizando la pérdida del lenguaje diplomático y del alto nivel de la discusión política. Los liderazgos sienten que así ganan más popularidad interna”, apunta Jiménez.

Otro elemento clave para entender ese ‘club de la pelea’ continental es el de las disputas ideológicas que últimamente influyen más en el curso de las relaciones entre los países. El caso de la destitución del ahora expresidente peruano Pedro Castillo marcó un camino de desencuentros AMLO-Petro, ambos de izquierda, con la remplazante Dina Boluarte, hasta el punto de que en su momento se le puso freno de mano a uno de los más promisorios proyectos de integración comercial de la región: la Alianza del Pacífico. El combo de izquierdas Petro-AMLO, a veces el brasileño Lula y cada vez menos el chileno Gabriel Boric se ha vuelto transversal a todas las discusiones en la región, con un Milei desabrochado y ‘libertario’ que intenta hacer contrapeso.

“Sin duda, lo ideológico tiene que ver, hoy hay dos bandos entre los mandatarios de América Latina. Como sucede en el resto del mundo, la política se ha movido hacia los extremos y existen menos espacios de consenso”, añade Jensen.

En el caso de la lucha izquierda-derecha, lo que sucede entre Chile y Venezuela, ambos progresistas, rompe el parangón. El gobierno de Boric llamó a consultas a su embajador por los dichos del ministro de Exteriores venezolano en el sentido de que la banda ‘Tren de Aragua’ “no existe” y es una “invención mediática”, palabras que los chilenos consideraron un “insulto”.

La cosa se complicó cuando la Fiscalía chilena conceptuó que el asesinato del militar opositor venezolano Ronald Ojeda –que desde 2018 vivía como refugiado en Chile–, que se le atribuye al Tren de Aragua, pudo tener móviles políticos y fue orquestado desde Venezuela. ¿Un crimen de Estado en el que se instrumentalizó a dicha banda criminal? Esa es la sospecha que, de confirmarse, podría llevar a la ruptura.

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El presidente de Ecuador, Daniel Noboa. Foto: AFP

“Las confrontaciones diplomáticas actuales no son exclusivas de izquierda o de derecha. Se dan porque los liderazgos están dispuestos y se sienten empoderados para romper las normas mínimas que deben regir las relaciones entre los Estados. Tanto los insultos como las alianzas parecen ser transideológicos en la región”, apunta Jiménez, para quien la prueba de lo que dice es la buena sintonía entre Bukele y la mandataria de Honduras y el líder nicaragüense, ambos de izquierda.

Ya es legendario el “métanse sus opiniones por donde les quepan” del presidente del legislativo venezolano Jorge Rodríguez a Lula, Petro y al expresidente uruguayo José Mujica, todos del selecto grupo de la izquierda continental, cuando expresaron su preocupación por las trabas en la inscripción de candidatos de la oposición.

¿Y los ciudadanos?

En lo que sí coinciden las analistas es en que estas cada vez más agresivas y mediáticas disputas diplomáticas son contraproducentes para los ciudadanos. “América Latina enfrenta dificultades transnacionales como el crimen organizado, el cambio climático, la pobreza y la inmigración, y la corrupción”, dice Jensen.

“Ver este tipo de confrontaciones nos hace pensar que vamos a estar muy lejos de hallar soluciones regionales a problemas que necesitan ser discutidos, debatidos y además consensuados”, señala Jiménez. Es decir, si Ecuador está enfrentando un desafío mayor por causa de la violencia del narcotráfico, y los carteles mexicanos son claves en ese engranaje, ¿cómo va a pedir la cooperación del Gobierno de ese país si las relaciones se rompieron? O, como se preguntaba un migrante ecuatoriano entre lágrimas camino a la frontera con Estados Unidos: ”Si mi país rompió con México, ¿no me van a dejar llegar?”.

Si bien la diplomacia logra apaciguar ánimos y evitar escalamientos, también está siendo víctima de un fenómeno dañino, a juicio de Jensen: “La improvisación en gobiernos que no valoran lo suficiente la diplomacia y usan las cancillerías y las embajadas para pagar favores a funcionarios inexpertos y sin entender los parámetros del trato entre países. A lo que se suma que los entes internacionales se han politizado en bloques ideológicos que invalidan sus posiciones”.

Oscuro panorama que atenta contra la integración y que polariza y cierra espacios de cooperación en un escenario transnacional demasiado hostil.


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