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El costarricense-mexicano José Daniel Gil Trejos jamás olvidará los rezos de sus compañeros de presidio para suplicar clemencia ante los alaridos de una víctima de las vapuleadas que escuchó al estar preso en El Chipote, la mayor cámara de torturas de Nicaragua.

Al oír en sus celdas los gritos del presidiario torturado por sus carceleros, los reclusos comenzaron, con desesperación, a gritar el Padre Nuestro para clamar que cesaran la golpiza y otros mecanismos sanguinarios, en una práctica reiterada en El Chipote en su historial de más de 95 años de terror en Managua.

Las oraciones fueron ignoradas por los verdugos. Los hechos ocurrieron entre mayo y julio de 2015, cuando Gil permaneció en El Chipote para ser extraditado a México, donde se le condenó por fraude inmobiliario. Nacido en Costa Rica, Gil salió libre en enero de 2022 y recuperó su nacionalidad mexicana, porque estuvo casado con mexicana.

En una declaración del 21 de julio de 2015, certificada por el Consulado General de Costa Rica en Nicaragua y de la que El Universal tiene copia, Gil denunció que «he sido víctima de tortura psicológica constante» que «llega a ser insoportable».

Presidio político aún mancha a América Latina y el Caribe

«He estado preso en condiciones que atentan contra los derechos humanos fundamentales, en una celda sin iluminación ni ventilación adecuadas, sin poder salir de ésta ni un minuto al día, mucho menos de estar al sol en algún momento», narró.

«Durante varias semanas no se me permitió recibir ropa limpia, artículos de aseo ni mis medicamentos para mi presión arterial», reprochó.

El presidente de Nicaragua, el izquierdista Daniel Ortega, heredó El Chipote al asumir en 2007 y lo convirtió en arma crucial de su represión política y poder autoritario de sus cuatro quinquenios consecutivos con arrestos masivos de opositores para imponerles lo que el (no estatal e ilegalizado) Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH) describió como «torturas, tratos crueles, inhumanos y degradantes».

«El gobierno de Nicaragua lamentablemente aprendió muy bien las lecciones que dejaron las épocas más autoritarias que vivió América Latina en el siglo XX», afirmó el abogado brasileño Paulo Abrao, exsecretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y director ejecutivo de Washington Brazil Office (WBO), de Estados Unidos.

Ortega transformó a El Chipote y «los espacios de máxima seguridad» penitenciarios en «centros de tortura exprés físicas, sexuales y psicológicas con la privación de libertad física como instrumento de terror del Estado», dijo Abrao a este periódico.

«Se replican prácticas infames que pensamos que se habían superado, como aislamiento total, privación sensorial (con) la denegación de patio y sol por periodos que pueden extenderse hasta meses para aplacar el espíritu de la persona detenida», añadió.


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