Apóyanos

Mínima psicografía de Jonatan Alzuru

Una mirada a la escritura híbrida de un pensador al que le gusta jugar con los géneros literarios

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To doubt becomes a way of definition

Auden

Sempre uma coisa defronte da outra

Álvaro de Campos

¿Qué decir del que plantea el tenso juego entre los géneros literarios y las formas de estudio más académicas? En principio, tal vez fugazmente, Jonatan Alzuru podría pasar por un estricto profesional de la filosofía, capaz de adentrarse con el interlocutor de turno en los más intrincados duelos conceptuales. Hace rato, sostiene, terminó un libro sobre lo estéril que resulta dividir la realidad entre poses izquierdistas y derechistas.

Y de ahora en adelante, él solo quiere seguir su juego, de hecho, está más que animado a irlo construyendo, con sus propias manos; hasta donde le sea posible, no quiere uno dado. Y ahora que lo pienso, él no es el primer creador cansado de los camisones excesivamente asfixiantes. Escribe, cómo no, con Ernesto Sábato en la cabeza (quien haya leído Antes del fin, su apasionada y angustiosa autobiografía, recordará que dejó su carrera científica por la literatura). Además, Alzuru está cargado, por su historia personal y familiar, de una pasión muy religiosa. Su expresión tan intensa –y en ocasiones abigarrada– puede pasar por encima de sí misma y salirse hacia otros lugares. De ahí su necesidad de teatralizar su pensamiento, ya sea en la escritura o de viva voz. Hacer una “escena”, donde las ideas casi se miran, conversan y asumen su complejo baile. Y en estos lugares ocurren las gravitaciones más altas y tempestuosas de su necesidad expresiva. Porque, como dije, Alzuru es un estudioso de la filosofía, aburrido de las jergas y las especulaciones ad nauseam. Sus libros plantean justamente ese forcejeo, el del pensar pensándose y discutiendo consigo mismo –él mismo lo llama “darse coñazas”– hasta encontrar, en una suerte de éxtasis, cuasi teatral, insisto, otras rutas. En ese punto ahora mismo está él parado y tal vez ese punto sea su destino, aunque puede que yo esté muy equivocado y este sea solo un enorme y descaminado disparate mío. Se trata de momentos que van buscándose, en medio de edificios especulativos, aún inmensos y sólidos, porque Alzuru asumió la incertidumbre como método; pero no la lleva sola, a su buena, por decirlo así, sino cargada de conocimiento.

De ahí, curioso malabarismo, su prosa llena de bromas, paseos, juegos, largos excursos, rodeos, cabriolas, discusiones, saltos, juegos tonales y heteronímicos (no en vano, siento, Alzuru está cerca de los momentos más meditabundos de Álvaro de Campos). No es raro que muchas veces apele al lenguaje musical para expresarse. Así, le dice al lector que él, salsero al fin, descarga. También habla de instalaciones, montajes. De esta sorprendente y a ratos descolocante faena, podrá aparecer otro escritor. Dije escritor, ni siquiera pensador. Y quisiera precisar aún más: un ensayista, tal vez mucho más liberado de las maneras académicas que invoca y cuestiona; más encontrado consigo mismo, por qué no.

Sus libros, decía, hablan de uno que quiere ir por su camino, hacer su salida; finalmente, insiste, los conceptos quedan como muy lejos de sus experiencias, no terminan de encajar en lo más menudo de los días. Quisiera él dar cuenta con su filosofía del ron, la cerveza, el amor, la vida familiar, los amigos, el dolor, la muerte, la amistad (¿querrá acercarse a Montaigne y a Pascal?); pero también parece percibir que le sobra metafísica y lo que quiere es dar con su física, más sensible y callejera. Quisiera escribir, conjeturo, más que con Sábato encima, con la experiencia de Tráfico. Por eso insisto: sus libros cuentan algo así como los trabajos para dar con un cambio de piel. Para todo esto, luego de Boceto para una estética del vivir, Alzuru eligió escribirse a partir de tres espejos, todos poetas, ensayistas, Armando Rojas Guardia, Rafael Castillo Zapata y Miguel Márquez.

Alzuru, gallardo gesto, asume la pre-potencia que le ha brindado su formación. Y consciente de eso, decide desandarla. Este movimiento, para mí, tiene dos expresiones concretas: enormes cuotas de sufrimiento y la necesidad de ser escuchado. Porque si bien la filosofía –en particular Nietzsche– es su tabla de navegación más próxima, los estados más altos los encuentra en la poesía y la expansión de su personalidad entusiasta, ebria, elocuente, cuestionadora, a veces difícil de comprender para muchos, incluso quienes lo estimamos, pero definitivamente entrañable, demasiado humana. En algún lugar anotó María Fernanda Palacios que maestro es quien lleva dentro de sí un discípulo. Tal vez ese sea el caso de Alzuru y sus libros llenos de pasión intelectual, memoriosa; ejercicios, bien podrían llamarse; alguna vez –de manera cómplice– los llamé engendros, por el valor de lo anómalo, desde las vanguardias hasta hoy, pero Alzuru se me molestó. Tal vez un día él haga una migración hasta el performance, la danza y quién sabe cuáles otros límites:

“De allí que hay un suelo común entre los problemas cotidianos y los problemas políticos, como también la forma de enfrentarlos, de pensarlos, de resolverlos o de asumirlos. Lo que hemos llamado suelo común, es un continuo desde el oikos a la polis, desde el mundo privado, la familia, los amigos, hasta las confrontaciones parlamentarias” (Boceto para una estética del vivir).

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