CARDENAL BALTAZAR PORRAS C.- Queridos hermanos: Respondiendo a la petición de un buen grupo de universitarios presido esta eucaristía que quiere ser un momento de reflexión y oración, ante los acontecimientos que vive el país.
El desconocimiento de la Asamblea Nacional es la negación de la voluntad popular en quien reside la soberanía.
Manifestar pidiendo se cumpla con la constitución es un derecho y no un delito.
Los hechos posteriores de represión y violencia ante el reclamo popular son muestra de que el camino del encuentro, de la concertación, del diálogo, está cerrado, dando paso a la irracionalidad, al insulto, al exceso en el uso de la violencia, y al desenfreno de las pasiones que ciegan la inteligencia y llevan a poner en primer lugar a la emoción ciega, o el uso de la fuerza como desprecio a la vida humana.
Esta celebración no es un acto político ni la manipulación en función de intereses particulares.
Ni pasivos ni acobardados
Nos mueve a estar presente junto con mis hermanos sacerdotes en este momento de oración, para que la paz del corazón nos lleve a poner por delante los valores de la fraternidad y el respeto, de la verdad frente a la mentira, de la búsqueda del bien común por encima de todo, de la defensa de los derechos de todos, de los que la palabra de Dios nos da ejemplo y vigor.
La Presidencia de la Conferencia Episcopal invitaba en días pasados a recordar que “Estamos muy cerca de la Semana Santa. Para los católicos la conmemoración de los atropellos contra Nuestro Señor Jesucristo es un urgente llamado a tomar conciencia y a actuar de manera pacífica pero contundente ante la arremetida del poder. No se puede permanecer pasivos, acobardados ni desesperanzados. Tenemos que defender nuestros derechos y los derechos de los demás. Es hora de preguntarse muy seria y responsablemente si no son válidas y oportunas, por ejemplo, la desobediencia civil, las manifestaciones pacíficas, los justos reclamos a los poderes públicos nacionales y/o internacionales y las protestas cívicas”.
Es la invitación a ser ciudadanos responsables, protagonistas prudentes pero decididos de la paz, la armonía y la igualdad de oportunidades.
Cómo evitar el caos…
El Papa Francisco cuando se le pidió su opinión sobre el resultado de la consulta en el Reino Unido sobre su permanencia o salida de la Unión Europea, respondió: “es la voluntad expresada por el pueblo, y nos pide a nosotros actuar con gran responsabilidad para garantizar el bien del pueblo del Reino Unido”.
Si lo trasladamos a nuestra realidad venezolana, debemos afirmar algo parecido: actuar con prudencia y garantizar el bien del pueblo, expresado en las urnas.
Parafraseando al Papa Francisco, “lo que ahora toca a los políticos, a la opinión pública y a todos los ciudadanos, es, sí, respetar la voluntad ciudadana y actuar con gran responsabilidad, con capacidad de tolerancia, con cultura del encuentro, escuchando el reiterado sentir popular, deponiendo intereses y expectativas personales”, buscando el auténtico bien común de todos los venezolanos.
Toca a los actores políticos y a quienes tienen responsabilidad pública y social, encontrar las vías pacíficas más adecuadas para no degenerar en un caos que sólo deja lágrimas y dolor.
La pregunta que late en el ambiente es, ¿y cómo hacerlo?, ante la negativa de entendimiento mutuo, ante los obstáculos de todo tipo para expresar los reclamos, para salir a la calle y manifestar sin poner en riesgo la propia vida.
Ello exige de cada uno de nosotros, no dejarnos llevar por los sentimientos que ahondan las diferencias, aumentan los odios, y terminan por entorpecer la convivencia.
Los gestos hablan más que las imágenes y las palabras. Defender los derechos pacíficamente, sin dejarse llevar por las provocaciones, denunciando los atropellos y cuidando la salud, la vida y los bienes propios y ajenos es un gesto nada fácil pero necesario.
El profeta Jeremías en la primera lectura de hoy, nos pone en guardia ante la tentación de dejarnos seducir para abatirnos, “lo agarraremos y nos vengaremos de él” decían las autoridades de entonces.
Nuestra respuesta, tiene su base en la confianza: “El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo, porque a ti encomendé mi causa, y el Señor es quien libró la vida del pobre de manos de los impíos”.
Pero hay gestos, como los de Judas o de los sanedritas, propios de los que no quieren la paz, y sólo buscan su propio beneficio, como las treinta monedas de la traición. Pareciera que muchos de este tipo de gestos se repiten por quienes tienen el monopolio del poder.
Es el gesto de destrucción, de gente que no quiere vivir en paz. Y detrás de ese gesto están los que, como en el caso de Judas, dieron el dinero para que Jesús fuera entregado.
Jesús nos recuerda en la pasión que tienen responsabilidad quienes lo entregaron, pero es mayor la de quienes los mandan a cumplir esas ejecutorias.
Las 30 monedas
Estamos ante dos gestos iguales: pero, también, dos realidades distintas. El primero de fraternidad, de encuentro; y el segundo de manipulación y esclavitud. Estamos llamados cada uno de nosotros a cargar con la historia concreta de nuestras vidas: muchas cruces, muchos dolores, pero también un corazón abierto que quiere la fraternidad.
Por eso, pedimos que el Señor sea nuestra fortaleza, la roca que nos salva, nuestro refugio y nuestra fuerza sanadora. Vivimos tiempos como los de Jesús en el evangelio de hoy. Los judíos lo condenan no por sus obras buenas sino por ser blasfemo, por hacerse Dios.
Hoy, no valen las buenas obras ni las buenas intenciones de quienes trabajan por el país: son demasiados los ciudadanos que son condenados sencillamente por pensar distinto y opinar de manera diversa a quienes nos quieren subyugar porque están en el poder. Oremos hoy para que la fraternidad nos contagie, para que no existan más las treinta monedas, las dádivas insuficientes y cómplices, que buscan esclavizarnos y nos invitan a matar al hermano, para que siempre prive la fraternidad y la bondad.
Que esta eucaristía nos impulse a todos, a ser compañeros de esperanza, principalmente para los jóvenes. Que no cunda en ellos la desilusión sino el espíritu de superación y de servicio. Que nuestra universidad sea un pulmón de aire fresco para poner el conocimiento y la tecnología al servicio de todos, y no se dejen arrollar por el torbellino del facilismo, o el facilismo del fácil bienestar producto de la corrupción y la impunidad, producto de los antivalores egoístas. Es tiempo para crear puentes y no para poner muros. Construir una personalidad fuerte que no se deje arrastrar por los cantos de sirena propios de los populismos baratos que sólo generan pobreza material y espiritual es tarea juvenil que cuenta con la ayuda y acompañamiento de infinidad de adultos.
Hay que cultivar el valor de la constancia en ser constructores de bien y no de división. Creer contra toda esperanza, incluso en los momentos más difíciles, es fuente de alegría, con la seguridad de que no seremos decepcionados. Como nos dice el Papa Francisco, «cuando no hay esperanza humana, está esa virtud que te conduce hacia adelante, humilde, sencilla, pero que te da alegría, en algunas ocasiones una gran alegría, otras veces sólo la paz». Porque nunca disminuye «la seguridad», porque «esa esperanza no defrauda. El Dios que nos acompaña es también el Dios que sufre, que sufre como sufrió el pueblo, sufre en la cruz, y es fiel a su Palabra».
La esperanza, en efecto, «no decepciona: está siempre allí, silenciosa, humilde, pero fuerte». “Señor, nuestra esperanza está en tus manos; custodia nuestra esperanza».
“Como católicos, debemos vivir los actos religiosos de la Semana Santa, conmemoración de la pasión y resurrección de Cristo, las celebraciones litúrgicas y los actos piadosos, con un contenido social que nos ayude a mantener la esperanza, la alegría y la solidaridad, en medio de las naturales diferencias, propias de los seres humanos”.
Estoy seguro que también quienes tienen otra fe harán de estos días santos, tiempo de reflexión más que de descanso y olvido. Es hora de saber cómo diseñar, -de nuevo son palabras del Papa Francisco-, una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones.
El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural” (EvangeliiGaudium, 239).
Permanezcamos alertas y vigilantes, con mente y corazón serenos, para no dejarnos robar ni la alegría ni la esperanza. “Invocamos la Intercesión del Nazareno y de María Santísima para que esta hora menguada que vive nuestra patria encuentre, en la sensatez y prudencia de sus hombres y mujeres, los caminos para superar tan grave y riesgosa crisis”. Que así sea.
Homilia En la Misa por la Paz
Cardenal Baltazar Porras,
Iglesia San Miguel del Llano.
Mérida, 7 de abril de 2017.
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