Parecía un almuerzo cualquiera. Ese 16 de enero de 1998 dos amigas trabajadoras del Pentágono de Estados Unidos fueron a almorzar a un centro comercial de Washington D. C.
Monica Lewinsky y Linda Tripp habían trabajado juntas durante dos años, tiempo suficiente para que Monica pusiera toda su confianza en Tripp y la convirtiera en su confidente, el baúl de sus más grandes y comprometedores secretos. ¿Qué podía salir mal? Era un almuerzo más, o eso parecía.
Al llegar, Tripp hizo un gesto a espaldas de Lewinsky y dos agentes federales se le acercaron.
Tres palabras bastaron para que los hombres le resumieran a Lewinsky cómo sería su historia a partir de ese instante, el final de su vida como la conocía: “Estás en problemas”.
Estalló la bomba
La primera ficha de la hilera de dominó había caído y así comenzó a derrumbarse el resto.
El mundo entero de la joven de 24 años se desplomó, y con él, se hizo público uno de los más grandes escándalos sexuales de la historia de Estados Unidos, que llevaría al mismo presidente a ser protagonista de su peor pesadilla.
Diez días después de que el “almuerzo” de Lewinsky terminara con ella llorando en un cuarto de hotel repleto de fiscales y agentes federales amenazándola, Bill Clinton, al lado de su esposa Hillary, le habló a las cámaras.
“Quiero decir una cosa al pueblo estadounidense. Quiero que me escuchen. Voy a decir esto de nuevo: yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer, la señorita Lewinsky. Yo nunca le dije a nadie que mintiera, ni una sola vez; nunca. Estas alegaciones son falsas. Necesito regresar a trabajar para el pueblo estadounidense”.
El 42.º presidente de Estados Unidos, demócrata, de 51 años y casado, estaba mintiendo. Nunca imaginó que de nada servirían sus desesperadas declaraciones: el eco de su mentira seguiría retumbando aún hoy, veinte años después de que la tormenta de su infidelidad le estallara en su propia cara.
La joven practicante
A Monica (hoy de 44 años) no le gusta hablar sobre su pasado. Ya no es la joven inmadura y fantasiosa que cometió un gravísimo error que, ha dicho, pudo costarle la vida. Mide sus palabras, casi no da entrevistas.
“No es porque sea difícil. No es. Es muy agradable e inteligente”, escribió el periodista Jon Ronson en The Guardian después de, a duras penas, conseguir una entrevista con ella en el 2014. “Pero parece como si estuviera sentado con dos Lewinskys: está la abierta, amigable (esta es, sospecho, la verdadera Lewinsky). En un mundo paralelo donde no ocurrió nada catastrófico en la década de 1990, me imagino que esta sería toda de Lewinsky. Pero luego está la nerviosa, que a veces se detiene de repente a mitad de la oración y dice: ‘Estoy dudando porque tengo que pensar en las consecuencias de decir esto. Todavía tengo que manejar mucho el trauma de hacer lo que hago, incluso de venir aquí. Cada vez que me pongo en manos de otras personas…’”.
“¿Cuál es su escenario de pesadilla?”, la interrumpe el periodista. “La verdad es que estoy agotada”, le contesta ella. “Así que me preocupa que pueda decir algo sin intención, y que eso se convierta en el titular, y el ciclo comience de nuevo”.
Si hay alguien que conoce sobre titulares ruidosos, es ella. Ha experimentado sus punzadas en carne propia durante años.
“¡Una pasante de la Casa Blanca mantuvo una relación sexual con el presidente de los Estados Unidos!”, tituló Drudge Report, el 17 de enero de ese año. The Washington Post se unió el 21 y a partir de ahí, no hubo vuelta atrás.
Tenía 22 y él 49 cuando comenzó el flirteo entre ambos. Cinco meses más tarde, en noviembre de 1995 (según confesaría ella misma meses después), comenzó la aventura sexual que sacudió a la élite de la política estadounidense. No era para menos: el presidente de Estados Unidos había tenido una aventura sexual con una subalterna 27 años menor que él y ahora, el mundo entero lo sabía.
“Usted me gusta”, le dijo ella un día. “Bueno, ¿quieres venir a mi oficina?”, le contestó él. Hasta marzo del 97, Clinton y Lewinsky escondieron su amorío secreto en diferentes rincones de la Casa Blanca.
Según Lewinsky, de los nueve encuentros sexuales que tuvieron, la primera dama de los Estados Unidos, Hillary Clinton, estuvo presente en la Casa Blanca en al menos siete de ellos.
El equipo de Clinton comenzó a notar la cercanía sospechosa entre ambos y fue en ese momento cuando un subjefe de la Casa Blanca la envió lejos, al Pentágono, donde conoció a la mujer que revelaría al público el escándalo contenido que se mantuvo a salvo durante años.
La verdad salió a la luz después de que Lewinsky presentara como prueba un vestido azul manchado con semen del presidente. Tras meses de negarlo, Clinton no pudo seguir manteniendo su mentira. Foto: Archivo
Portada del Washington Post cuando se anunció el proceso de destitución del presidente. Foto: Archivo
La verdad salió a la luz
Fueron cerca de 20 horas de conversaciones entre Tripp y Lewinsky que llegaron a oídos del fiscal Kenneth Starr, quien se encontraba investigando el caso Whitewater que involucraba a los Clinton en un escándalo de fraude inmobiliario. Además, el caso de Paula Jones: el responsable de que se conocieran hasta los más mínimos detalles de esos encuentros.
Jones había acusado a Clinton de acoso sexual en 1994 y Lewinsky, como testigo del caso, había declarado ante un juez días antes que ella no había mantenido relaciones sexuales con el presidente.
Tripp sabía la verdad, sabía que estaba mintiendo y decidió actuar.
Para la mujer de 48 años (en ese entonces), quien ha llamado a Clinton públicamente un “depredador sexual”, la mayor mentira de todas fue que lo que sucedió entre Lewinsky y Clinton fuera dado a conocer como una simple “aventura”.
“Creo que la idea errónea más grande es que se trataba de un asunto consensuado, o que tenía algún tipo de elemento romántico que no tenía”, dijo en una entrevista al DailyMailTV en diciembre del año pasado, después de dos décadas de silencio.
La decisión de Tripp de grabar y entregar las cintas al Starr fue vista, casi universalmente, como un acto de traición. La peor bajeza que se le podía cometer a una amiga. Se convirtió velozmente en la mujer más odiada de Estados Unidos por “bocona”
Hoy, a sus 68 años, ella defiende que sus intenciones fueron nobles: quería protegerla y lo haría todo nuevamente si tuviera que hacerlo.
“Yo no me levanté un día y decidí ir tras el presidente”, aseguró Tripp en la entrevista, tampoco tras su amiga. “Desearía poder encontrar palabras para explicar esa dinámica (entre nosotras). Monica era una mujer joven. Ella era encantadora. Era inteligente e ingeniosa. Pero era una niña en todos los sentidos. Estaba obsesionada con Bill Clinton. Y lo que estaba leyendo como un romance era algo completamente diferente a él. (Yo) Sabía cómo operaba (él), esto no era nada nuevo para mí”.
“Fue todo fantasía”, dijo la mujer que aseguró que el comportamiento de Clinton era la norma, y que él “estuvo con cientos de mujeres” mientras dirigió la Casa Blanca.
Para ella, el claro abuso de poder sobre una joven subalterna era algo que no podía permitir.
Mientras se investigaba el caso de Paula Jones, por instinto, Linda sabía que estaba diciendo la verdad: no la tomó por sorpresa. De lo que estaba segura es que Jones tenía todas las de perder al luchar (ella sola) contra una avalancha de poder político.
Esta fue una de las motivaciones por las que Tripp persuadió a Lewinsky de que no enviara a lavar un vestido azul con una mancha de semen del presidente, prueba que posteriormente Lewinsky presentó cuando el presidente y su esposa lanzaron una guerra pública contra la credibilidad de la joven.
“Ella (Hillary) comenzó su misión personal de diseminar información y destruir a las mujeres con las que él se ‘entretenía’”, acusó Linda en una entrevista de radio en 2016.
Hoy, Linda cree que incluso salvó la vida de Monica al haberla grabado y convencido de que guardara esas pruebas.
“Actualmente digo, y continuaré diciendo, que creo que Monica Lewinsky está viva hoy por las elecciones que tomé y las medidas que tomé”, dijo Linda. “Eso puede sonar melodramático para los oyentes. Pero solo puedo decir que, desde mi punto de vista, creo que ella y yo en ese momento estábamos en peligro, ¡porque nada se interpone en el camino de estas personas que logran sus fines políticos!”.
“He pecado”
En julio del 98, Lewinsky recibió una medida de protección de testigos a cambio de suministrar el vestido azul manchado con semen y la promesa de dar todos los detalles de sus encuentros.
Las pruebas eran innegables y la mentira no pudo inflarse más. En agosto de ese año, Bill Clinton admitió haber mantenido una “relación física impropia” con la expasante.
Después de haberlo negado bajo juramento (mientras era investigado por el caso de Paula Jones), aclaró: “Yo pensé que la definición (de relaciones sexuales) incluía cualquier actividad por (mí), donde (yo) era el sujeto y tenía contacto con esas partes del cuerpo (…) con intención de satisfacer o despertar el deseo sexual de cualquier persona”.
Es decir, negó haber tocado cualquier parte del cuerpo de Lewinsky, pero no que ella hubiese hecho contacto físico con él.
“No creo que haya una manera elegante de decir que he pecado”, dijo Clinton en un discurso frente a cámaras. “Es importante para mí que todos los que han sido heridos sepan que el dolor que siento es genuino: primero y más importante, mi familia, mis amigos, mi personal, mi gabinete, Monica Lewinsky y su familia, y el pueblo estadounidense. Les pedí perdón a todos”.
En diciembre de 1998, el caso pasó de ser gasolina para las llamas de los medios a un asunto de interés mundial cuando a Clinton se le abrió un proceso de impeachment (destitución) en la Cámara de Representantes por un doble cargo relacionado con sus aventuras amorosas y por sus declaraciones falsas en el caso de Jones: perjurio y obstrucción a la Justicia.
Casi le cuesta el puesto y, también, su matrimonio.
Clinton fue condenado a pagar $90 mil dólares. Su licencia para emitir leyes fue suspendida por el estado de Arkansas y luego ratificada por la Corte Suprema de los Estados Unidos por un lapso de cinco años. El “Lewinskygate” o el “Monicgate”, como se le conoce, aún no llegaba a su fin.
En un juicio de 21 días, la Cámara Alta del Congreso, todos copartidarios de Clinton y diez republicanos votaron a favor de exonerar al Presidente.
Aunque pudo terminar la presidencia hasta finalizar su segundo período, pasó a ser el segundo mandatario en ser enjuiciado por el Congreso en la historia del país.
Las secuelas y cicatrices, parece que no han terminado de sanar.
“Apenas podía respirar. Daba bocanadas de aire, comencé a llorar y a gritarle”, contó Hillary en su libro de memorias Historia viva, publicado en 2003, cuando se enteró del amorío.
Entre sus revelaciones, asegura que lo que le impidió pedirle el divorcio fue el “amor que ha persistido durante décadas (…). Nadie me entiende mejor y nadie me puede hacer reír de la manera que Bill lo hace. Después de todos estos años, él sigue siendo la persona más interesante, enérgica y plenamente viva que he conocido”.
“¿Fue difícil que algo tan privado, tan personal, saliera a la luz pública al ser la primera dama?”, le preguntó a Hillary la periodista Pamela Brown de CNN. “Fue muy difícil. Fue doloroso. Estuve muy apoyada por mis amigos. Ellos se unieron en torno a mí, trataban de hacerme reír, me recomendaban libros para leer. Nos gustaba dar largos paseos, pasar el rato juntos, ya sabes, comer comida mala. Me refiero a esas cosas que haces con tus amigos. Y es que simplemente me tenía que levantar cada día y tratar de hacer frente a la situación, sin abandonar un conjunto de responsabilidades públicas. Así que era muy, muy difícil”.
Clinton admitió haber tenido una relación inapropiada con Lewinsky (en la fotografía anterior con Clinton en diciembre de 1996) entre 1995 y 1997 mientras trabajaba en la Casa Blanca. Foto: Archivo
Lewinsky escribió un artículo para Vanity Fair en 2014: fue de las primeras veces que volvió a hablar públicamente. Foto: Vanity Fair
Aunque Bill Clinton no podía presentarse para la reelección, se dice que el “Lewinskygate” hizo que Al Gore perdiera las elecciones el siguiente mandato, ya que se vio afectado por el denominado “fatiga Clinton”.
El pasado de los Clinton afectó campañas políticas posteriores, inclusive la de Hillary, cuando se presentó como la candidata a la presidencia por el partido demócrata en el 2016. Donald Trump, su contrincante, lo usó como material para desprestigiarla.
Aunque el Monicgate sigue salpicando a sus involucrados, incomodándolos cuando se menciona, a la distancia parece que quien mejor salió parado del huracán mediático y de la indignación pública fue el mismo protagonista de la historia: el expresidente.
Hillary fue cuestionada fuertemente por “esconder” las acusaciones en contra de su esposo, Linda pasó a la historia a ser odiada por “traidora”, Monica fue víctima de una agresiva persecución cibernética y Bill Clinton… protagonista de la historia, terminó su gestión con una aprobación de un 76% por el pueblo estadounidense: la más alta para un presidente de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial.
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