ENTRETENIMIENTO

Víctor Alarcón: «Los escritores no dejamos mensajes»

por El Nacional El Nacional

Nacido en Caracas, en 1985, su poemario Mi padre y otros recuerdos le valió una mención del Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores. Luego con su libro de relatos Y nos pegamos la fiesta obtuvo el Premio Oswaldo Trejo, convirtiéndose en una figura emergente de las letras nacionales. Renuente a retratarse en la crisis, sostiene que el prisma de la política “tiende a dañar la obra literaria”.

Cada día, sobre las ocho de la mañana, Víctor Alarcón baja de su edificio, ubicado en la intrincada urbanización de El Cigarral. Luego toma el Metrobús que lo llevará desde el extremo sureste de la ciudad hasta el cuadrilátero polidireccional de Chacaíto. Su carro tiene una dolencia crónica de la que no se recupera y, como peatón en Caracas, con algún libro bajo el brazo, ha convertido su trayecto al trabajo en una especie de paradoja. Probablemente el solo hecho de llegar cuente tanto como lo que ocurra en el camino.

Ya en la Plaza Brión, con enorme serenidad y estoicismo, Víctor tomará el Metro, cambio de líneas mediante, para dirigirse a la estación Antímano. Al salir cruzará un puente largo y llegará a la Universidad Católica Andrés Bello, donde trabaja como profesor de literatura. Será la segunda fase de un kilométrico trayecto al trabajo que lo obliga a tragarse entera a Caracas. Atestigua que procura hacerlo sobre las nueve, una vez que la ola más alta del tráfico de la ciudad ya haya pasado. También procura regresar antes de la cinco, aunque con frecuencia, en el Metrobús de regreso, se le hace de noche.

Con treinta años cumplidos, soltero, sin hijos, Víctor vive solo en su apartamento de El Cigarral. Lo suyo es escribir y leer; o hablar, leer y escribir. Su padre venezolano y su madre catalana ya fallecieron. El primero, a quien va dedicado su primer libro, murió en su infancia; su madre apenas en 2015. Para los dos hay líneas muy especiales en su poemario. Tiene también un hermano que cursa estudios en España. Víctor pasa el día entero en el ámbito académico. Las horas que le sobran transcurren en casa, corrigiendo textos, asumiendo encomiendas específicas o trabajando a destajo. Trabaja con letras hasta para asegurar su sustento. Ya han pasado las jornadas decisivas de su doctorado, terminado a distancia, en extenuantes redacciones a las que quedaba encadenado. Esto sin alterar la paciente trama para llegar al trabajo, las sesiones con los estudiantes, el regreso a casa para sentarse frente al computador hasta el filo de la media noche.

Con una Maestría en Literatura Venezolana de la Universidad Central de Venezuela y un Doctorado en Teoría Literaria en la Universidad de Barcelona, Víctor es autor de dos libros: Mi padre y otros recuerdos, poemario íntimo, con cierto sabor biográfico, tocado por la sensación de pérdida, y Y nos pegamos la fiesta, secuencia de relatos breves que recogen nuevas circunstancias anímicas, escritos con mayor holgura y sentido de la guasa y la paradoja. Con el primero ganó el Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores; con el segundo, se hizo merecedor del Premio de Cuentos Oswaldo Trejo de la editorial Equinoccio.

“Le decía a un amigo que la Teoría Literaria funciona como la Física. Entre otras cosas, la Física busca explicar la formación y composición del universo. Si aparece algún elemento nuevo, toda la teoría previa debe ajustarse al parámetro que exige el hallazgo. Lo mismo le pasa a la Teoría Literaria: siempre aparecerá un escritor nuevo que te va a proponer otra cosa, que te va a sugerir lo contrario”.

Una tesis muy apropiada sobre su oficio y el mundo de las letras, a las que se agregan una aplomada serenidad ante temas como la soledad o la muerte y una distancia asentada y casi resignada sobre la intensidad y alcance de los conflictos políticos nacionales.

Hace un par de años, en trance de terminar sus estudios en Barcelona, desoyendo las advertencias que le hacían amigos y personas cercanas, decidió que era momento de regresar a Venezuela. En Caracas transcurre hoy su vida, inmersa en el universo de las letras, que le proporciona una especie de anticuerpo anímico, que le permite llevar adelante sus proyectos personales mientras el país se cuece en una crisis con él adentro, como si fuera un personaje salido de uno de sus relatos.

“Me vine porque aquí yo podía trabajar en lo que yo quería. Allá eso era más difícil. Yo, en la Universidad Católica, doy clases a tiempo completo, es decir, a mí me pagan por hablar de literatura. Y eso es lo que a mí me gusta. Uno puede irse a otros países, pero tienes que detenerte a pensar si eso te va a impedir dedicarte a lo que quieras hacer. El tiempo es lo único que no se recupera. Eso fue lo que me hizo regresar. Allá llevaba una vida de estudiante, limitado; debía economizar mucho. Cuando se empezó a cerrar el círculo, decidí volver. Mi tesis doctoral, de hecho, la terminé en Venezuela”.

Las letras y yo

“Me gusta lo que hago. Me gusta dar clases en la UCAB. Hay aspectos que no me entusiasman tanto, como sucede en todos los trabajos. Uno siempre obtiene gratificación cuando te das cuenta de que un alumno está comprendiendo lo que le intentas decir. Pero tampoco me hago ilusiones: es un trabajo y punto. El asunto es mecánico, cotidiano. No me parece, sinceramente, que tenga nada de trascendente”.

“Y ya en el terreno del escritor, en cuanto a influencias, hay una novela que me ha marcado mucho: Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante. Es uno de mis autores de cabecera. Siempre la menciono. Cuando me preguntan cuál novela me parece ideal, termino hablando de Tres tristes tigres. Ciertamente tiene una complejidad, pero no es pesada ni difícil de leer. Puede ser abordada de forma lúdica, con entera comodidad”.

“Entre los libros de mi biblioteca personal y las tablets no establezco muchas diferencias. Claro que tengo muchos libros en casa, pero también recurro mucho a los libros digitales. Son demasiado prácticos: puedes tener diez mil libros en un aparato que no ocupa nada de espacio. Lo que sí creo es que el libro digital no ha llegado a su máximo nivel de desarrollo. Se ha hecho mucho, claro, y hoy puedes bajar clásicos gratis en cualquier original. Don Quijote, Shakespeare, los tienes a la mano. Pero la gente siempre quiere tener un control material, particular, de sus propiedades y gustos. En el caso de la música, por ejemplo, es muy importante estar por delante en la comprensión de la tecnología. La música fue el primer campo invadido por la tecnología digital. Al comienzo tuvimos toda aquella discusión sobre Nasdaq y los conflictos legales que surgieron. Pero por otro lado, también estamos asistiendo a la resurrección del vinil como objeto de culto. Intencionadamente, la gente ha decidido no renunciar a ese placer, que no solo es de coleccionistas. Hay gente que prefiere escuchar música en discos de vinil. Y no tienes que ser un DJ para apreciar eso. Lo mismo sucederá con el libro”.

No hay en los pareceres de Víctor, en modo alguno, ni tristeza ni resignación. Muy al contrario, suele asumir con enorme serenidad circunstancias muy crudas de su entorno, como las pérdidas familiares, ya desahogadas en su obra. Esos asuntos ni siquiera son materia de conversación. Prefiere navegar en el universo de sus gustos y autores. El críptico lente que le ofrece la literatura parece soportar su visión del mundo.

“Otro escritor ineludible, especial, es Juan Rulfo. Leí Pedro Páramo siendo muy joven. Lo impresionante de esa novela es ese matrimonio entre lo fantasmagórico y lo real. A mí me gusta mucho la temática de lo sobrenatural en los relatos. Pero para lograr algo bueno hay que saberlo hacer. Hay escritores que sacrifican el realismo en sus textos, que abusan del recurso sobrenatural. Pedro Páramo logra ese efecto con enorme fluidez, con absoluta maestría. Al final, cuando vienes a ver, todos los que te están hablando en el pueblo están muertos. Estás atrapado en aquello y no te has dado cuenta. Rulfo nos alecciona en cuanto al oficio de ser escritor, porque tienes que ser capaz de convencer al lector de que lo que ahí se relata es tal cual, aunque no lo sea. Tu calidad como escritor va a aumentar en la medida en que seas capaz de construir un artificio efectivo, creíble, estructurado. Pedro Páramo tiene eso: te convence. Te atrapa en su magia. También me gusta muchísimo el venezolano Julio Garmendia. Lo admiro desde siempre, y de hecho es otra de mis grandes influencias. Sobre todo el de La tienda de muñecos”.

Los jóvenes narradores de Venezuela y América Latina, en general, son renuentes a clasificaciones generacionales, imperativos estilísticos o etiquetas nacionales. Víctor también vacila sobre todo lo que tenga que ver con sentido de pertenencia. “Inevitablemente, uno es parte sustancial, lo quieras o no, de la literatura venezolana. Hablo de los autores que me precedieron, de los que están en mi propio contexto y de los que vendrán. Todos hemos ayudado a construir las maneras en que entendemos nuestro país. El problema de la literatura venezolana es que está viva. Y como todo ser vivo, no tiene remedio. Me parece que somos muy injustos con lo que hacemos acá. Uno de los aspectos más notorios es que no estamos leyendo con suficiente atención a nuestros propios autores. Y por consecuencia tampoco terminamos de proyectarlos hacia afuera. Yo tengo nombres de la literatura venezolana que a mí me parecen importantísimos, incluso en la configuración general de las letras latinoamericanas. Pondré el caso de un clásico, que nunca ha sido de mis preferidos: don Rómulo Gallegos. Mucha gente dice que las novelas de Gallegos son muy aburridas. Pero resulta que Gallegos es el padre de un género: la novela de la tierra. Pienso que para tener una panorámica más amplia de la narrativa venezolana hay que leer País portátil, de Adriano González León, y sin duda Cubagua, de Enrique Bernardo Núñez. Hay algo en relación a los autores venezolanos que no sé cómo describirlo. Las obras se vuelven un poco insulares; no hay continuidad con los títulos”.

“No creo que en la Venezuela de hoy, sinceramente, haya más o mejores narradores que antes. Sí creo que hay más gente escribiendo, pero no sé si son mejores. Alberto Barrera Tyszka tiene un lugar merecido: La enfermedad es una novela bien montada, con una arquitectura bien hecha. Barrera es un escritor maduro, que conoce su oficio y lo aplica. Pero no creo que se trate del único caso. En los años sesenta nuestra literatura sembró mucho interés. Un escritor como Ángel Rama, por ejemplo, le puso foco al movimiento de El Techo de la Ballena, con particular interés”.

La literatura, la realidad, la política, la crisis

“Phillip Roth es el autor de la siguiente frase: no juzgues. Tu trabajo no es juzgar; tu trabajo es observar. Pienso que esa es la regla de oro de todo escritor”.

En circunstancias en las cuales muchos autores emergentes apelan al universo literario para desahogar su decepción ante el fracaso de la Venezuela actual, con tensiones políticas incluidas y personajes desbaratados por la vida cotidiana, las tensiones dramáticas de los relatos de Víctor no pasan por malestares generales, circunstancias económicas o frustraciones. Se diría que nuestro autor procesa los elementos de otra manera. “Ese es mi deber como escritor”.

“Mi libro Mi padre y otros recuerdos, más que búsqueda personal o retrato de afectos fundamentales, tuvo que ver con la muerte de mi padre y otros asuntos relacionados. Hablo de la muerte y el efecto que tuvo en el entorno de mi infancia. La poesía es un género que tiende a generar –sin que siempre sea así– una distancia con el lector común. Ya sé que esto luce contradictorio de cara al momento actual, cuando se hacen jammings y slams poéticos en muchas partes de Caracas. Pero siento que el lector común tiende a apreciar la disciplina literaria más en función de la lectura de novelas. Y de hecho, los grandes premios literarios son de eso: de novela. Como público, a veces solemos prestarle atención solamente a los nombres que suenan: García Márquez, Vargas Llosa, etc. Así los poetas se van quedando entonces como esos animales extraños del mundo literario. Venezuela, por ejemplo, tiene poetas de primera calidad. En Colombia, por ejemplo, nuestros narradores no suelen impresionar especialmente. Pero los poetas, en cambio, gustan muchísimo: Cadenas, Montejo, Rojas Guardia. Cuando estaba comenzando a escribir, me gustó muchísimo César Vallejo. Es un poeta rotundo, pero muy humano, con un tono muy propio, que a veces parece sostener una conversación contigo”.

“Uno de los elementos de mi libro que le gustó al crítico Carlos Sandoval fue que no se refería ni a tensiones ni a problemas políticos. Siento que centrar la obra en la política, o colocarle como eje la baza de la polarización, le hace un enorme daño a la obra literaria, y a la obra de arte en general. En términos generales, puedo convenir en que la literatura puede darle un giro o tratamiento a estos asuntos. Pero el deber ser de la literatura siempre será ampliar la perspectiva frente a los temas que todos estamos viendo de la misma manera. Los temas comunes siempre pueden ser tocados, pero con giros adicionales, preferiblemente no vistos. No tiene sentido hacer una novela para terminar diciendo lo mismo que dicen los medios de comunicación. La literatura propone una manera de ver el mundo que siempre debe cambiarle la perspectiva al lector. Lo interesante de una gran obra es que te obligue a pensar cosas sobre las que antes no has pensado, aunque no te gusten, o incluso mejor si no te gustan”.

“Pedro Juan Gutiérrez, un autor cubano que admiro mucho, jamás ha colocado temas de la política en su obra. A él se lo preguntan y suele responder que no quiere hablar de política porque es escritor, y además periodista. Pero lo paradójico es que su obra, de alguna manera, sí es política. Es decir, puedes encontrar allí fuertes denuncias políticas. En su famosa Trilogía sucia de La Habana, Gutiérrez está irritado. Puede referirse a los problemas cubanos sin pasar por el partido, el gobierno o el presidente. Ya sé que algunos dirán que esto puede ser la postura de la enajenación individual que produce una dictadura, pero para mí responde a otra cosa”.

Y nos pegamos la fiesta

“La historia de mi segundo libro es algo curiosa. Salió de golpe. Yo tenía algunas ideas, que forjaron los cuentos iniciales. Algunos los envié a concursos, pero no obtuve nada, lo cual a la larga fue mejor. Luego esas ideas siguieron tomando cuerpo y cristalizaron en libro. Tuve suerte con esos relatos porque el libro quedó redondo, y finalmente ha gustado. De la dispersión inicial, todo terminó encajando bien, todo encontró su lugar. Hay historias que ocurren en Caracas, otras en Madrid, otras más en Barcelona, incluso algunas en México. Del libro me gusta que las historias comienzan de un modo bastante trivial, pero en el desarrollo terminan colocando a los personajes, y al lector, en circunstancias completamente inesperadas. Lo que a mí me gusta de la escritura, y en especial de estos cuentos, es que terminamos convencidos de que la cotidianidad que vemos, que asumimos, o que sobrellevamos, quizás no sea tan cotidiana. Darle la vuelta a la historia, te obliga a revisar, a reevaluar, lo que tú entendías como realidad. Y al final terminas poniendo en entredicho todo: la forma en que nos relacionamos con las personas, la forma en que las clasificamos, la forma en que entendemos las cosas”.

“La búsqueda de un escritor no debe consistir en dar mensajes o proponer recetas. Vuelvo a Roth: no aleccionar. El escritor debe tratar de mostrar cómo funciona el mundo. Esa propuesta, por supuesto, siempre está incompleta. Porque la parte incompleta de la propuesta es el receptor. La obra de arte es un proceso necesariamente dialógico. Un amigo, hace poco, me lo comentaba en tono crítico: ‘es que no terminas de dar una respuesta en tus cuentos sobre lo que ocurre’. Pero el que tiene que completar el extremo del cuento, de la obra, es la persona que lo está leyendo. Y ya se ha dicho: un autor necesita lectores. El juicio es de la persona; no del escritor. El escritor debe limitarse a observar y proponer”.

“Para un escritor es conveniente tener lectores críticos, personas cercanas que sean capaces de ver lo que ya uno no ve. En todo proceso artístico, a la postre, tiene que haber una fase de distanciamiento que es fundamental. Debes lograr establecer un espacio entre tu persona y el objeto artístico. Es imprescindible darle independencia al objeto artístico: que se defienda solo, que sobreviva por sus propios medios. No hay mayor logro que la existencia de un libro más allá de ti mismo. Juan Rulfo ha muerto, pero no Pedro Páramo”.

“No pretendo abstraerme deliberadamente de la realidad, ni desconocer el actual estado de cosas en el país. El tema puede colarse, pero no sé si directamente. Me parece que los problemas de nuestra realidad cotidiana, como escasez o inflación, tienen una razón general abstracta que yace más adentro del venezolano. La desidia en la que estamos viviendo quizás responda a comportamientos que, lamentablemente, sin que seamos conscientes, repetimos como individuos todos los días. Ese es el ángulo que me interesa explorar, el que corresponde a la función de un escritor. ¿Lo que vivimos es un problema político o más un asunto de naturaleza cultural?”.

Sobre la eterna polémica del compromiso en el arte, Víctor recurre a una frase que Ángel Rama pronunció alguna vez en relación a El Techo de La Ballena: “Todo arte es un misil lanzado al seno de la moral de la sociedad burguesa”. “Lo fundamental es que la calidad de la obra no debe quedar cuestionada o limitada por eso. Obras como Duerme usted, señor presidente?, de Capolicán Ovalles, o País portátil, de Adriano González León, se orientaban bajo esa línea”.

“Hay muchas personas que tienen enormes confusiones en torno al concepto de universalidad. Ser universal no consiste en usar con destreza los palitos para comer sushi o en decir todo el tiempo anyway. No hay nada más mexicano y a la vez más universal que Juan Rulfo. Ocurre lo mismo con Cervantes: por un lado, pueblerinamente castellano; por el otro, más universal que nadie. Lo universal es una tensión entre un principio abstracto, que tienes que encontrar en todos los seres humanos, y un principio concreto, que queda de manifiesto en la obra de arte. ‘Matízame unos mezcalitos’, dice siempre Rulfo en Pedro Páramo cuando habla de echarse unos tragos. Esa materialidad, por supuesto, no tiene por qué ser esencialmente regionalista. Se puede expresar en muchas dimensiones, incluso de forma multicultural”.

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*La entrevista forma parte del libro Nuevo país de las letras, publicado por Banesco Banco Universal, Caracas, 2016. Compilación: Antonio López Ortega.